Cada día que pasa son peores las consecuencias planetarias por el manejo perverso de la pandemia de COVID-19 por las élites. La recesión; el aumento progresivo del desempleo y de la pobreza, de la miseria y de la delincuencia común y organizada; el alza o la baja brutal del costo de materias primas y productos; el ascenso vertiginoso de los recortes sociales y laborales; la proliferación de la economía informal y del trabajo precario y flexible (sin estabilidad alguna para el trabajador); la semidestrucción de los aparatos productivos estatales; la imposición a pasos acelerados del neoliberalismo global totalitario; el fortalecimiento de los poderes supranacionales; la espectacular elevación de las deudas externas; los enormes daños emocionales-mentales experimentados por decenas de millones de individuos; los terribles efectos adversos de las supuestas vacunas; la "sutil" eliminación de ciudadanos económicamente inútiles, léase de tercera edad; la violación masiva de derechos y libertades; la puesta en práctica de numerosas medidas restrictivas, discriminatorias y de control social; y la formación avanzada de una sociedad digital-cibernética en alto grado desigual, vigilante, opresora y excluyente, son solo algunas de las nefastas consecuencias derivadas de la emergencia sanitaria.
Sin duda alguna estamos en presencia de un nuevo orden mundial en vías de consolidación, denominado por las élites como Globalización desde hace al menos 3 décadas, pero que en realidad no es más que una corporocracia o Gobierno de las corporaciones, de carácter totalitario-delincuencial, por cuanto el aspecto económico (neoliberalismo) está por encima de todo ámbito en lo individual y lo social, incumpliendo y violando leyes y disposiciones administrativas, y sumiendo a pueblos enteros en más pobreza, miseria y desesperanza. Nada por encima de los intereses de las grandes empresas, ni aún en tiempos de catástrofes o emergencias. De manera que el nuevo orden mundial aún en formación, liderado por un puñado de corporaciones y potencias, ha generado un altísimo nivel de desempleo, pobreza, miseria, desigualdad, exclusión, represión, vigilancia y control social y demográfico. Y de consolidarse este orden criminal global, lo que se viene para la humanidad será de lejos la etapa más oscura de su historia.
Considerando entonces la gravedad de la situación actual en el mundo entero, y el enorme peligro que se avecina para gran parte de la población, es urgente que los ciudadanos comunes reaccionen enérgica y decididamente contra el orden criminal en ciernes. Es necesaria la desobediencia civil global en todas las formas posibles: protestas callejeras contundentes, boicots a la gran banca y a las empresas transnacionales, evasión tributaria, vivir al margen de la sociedad en comunidades autosustentables, entre otras. Pero es ahora mismo que se debe dar esta desobediencia, teniendo en cuenta que los forjadores del nuevo orden mundial están dando pasos acelerados para consolidar su corporocracia delincuencial. Por fortuna, ya han venido ocurriendo rebeliones contra el manejo perverso de la pandemia y otros proyectos elitescos en distintos países; solo falta que aumenten en número, alcance geográfico, participación popular, intensidad, y que se diversifiquen y tengan el propósito claro de luchar frontalmente contra el nuevo orden mundial e impedir que se concrete.