Imperialismo moderno

En la actualidad, la tesis de un imperialismo de Estado superior que ejerce su dominio sobre otros inferiores, utilizando el uso de la fuerza tradicional para doblegarlos a sus pretensiones, ha quedado desplazada. Cabría entenderlo como neoimperialismo del gran capital, concretado en el proceso de globalización, apoyado en la superioridad económica de aquel. Como si se tratara de un auténtico Estado, impone su fuerza económica a través de las multinacionales que le siguen, cumpliendo con el dogma del capital. No obstante, en interés de un mayor reforzamiento, se asiste de componentes ideológicos y políticos. Los primeros, al objeto de imponer como dominante el pensamiento doctrinal afín a los intereses del imperialista y, los segundos, como un credo basado en las bondades de los dominantes y la maldad de los contrarios, que se distribuye como propaganda patrocinada por el propio gobierno local, sometido a los intereses imperiales.

Echando la vista atrás, el imperialismo ha venido siendo una fórmula política más para que, en último término, una minoría de poder domine a las masas. Sin embargo, ahora es la economía la que doblega a la política. Parece evidente que con la globalización se ha conquistado el mundo utilizando tácticas imperialistas. Este neoimperialismo económico, está alimentado por una doctrina, que viene a establecer la superioridad de unas naciones sobre otras; de tal forma que las primeras están destinadas a mandar y las otras a obedecer sus decisiones. La originalidad del imperio capitalista frente a los imperios clásicos, es que la superioridad no ha venido determinada por el dominio de la fuerza bruta —al menos no ocupando la primera línea de actuación—, sino situando en primer término el componente de la superioridad tecnológica e incluso cultural de los Estados, a los que han favorecido económicamente sus empresas. El hecho es que el nuevo imperialismo emplea como arma de expansión preferentemente la superioridad económica, controlada por el capital en manos de unos pocos, lo que ha resultado ser más efectivo que la fuerza bruta, porque puede comprarla y disponer de ella a conveniencia. La fuerza de las armas continúa viva, pero el capitalismo imperialista la disimula en lo posible con aditivos culturales de sesgo comercial entregados a la tecnología, que son los principales medios de la explotación que demanda el imperialismo, y se concentran en el mercado por él dominado.

Hoy, el expansionismo de la minoría dominante está vigente bajo nuevas formas, sustituyéndose la clásica dirección político-militar por la del poder económico, oculto entre bastidores. No se trata del despliegue de fuerza por un monarca absolutista, un dictador, un autócrata o un sátrapa, con pretensiones expansivas para dar culto a su personalidad, el imperialismo de la época de la globalización supera los personalismos; aunque no se desprende totalmente de ellos, los utiliza, los manipula y los pone a su servicio, al igual que las instituciones internacionales surgidas bajo su dirección en el mundo moderno, como complemento político con vistas a esa expansión habitual. El resultado es la presencia de un Imperio único en el mundo, dirigido por el gran capital, que aparece en constante actividad para incrementar su soporte material como fundamento de su poder. Tanto el dinero, entendido en términos de lenguaje oficial de la globalidad, como el poder, su consecuencia, han sido debidamente controlados por la corte imperial, esto es, la supereleite del poder económico, a través de la inteligencia que fija la doctrina a seguir y que difunde a través de los medios de comunicación. Esta corte que sirve a un emperador no convencional —el capital— dirige los destinos del mundo dando forma a un Imperio, diseñado para dominar todo el mundo, coordinándolo desde el lenguaje del dinero. A su servicio los imperios menores, unidos por la coincidencia en el capitalismo, que se ocupan de desarrollar sobre el terreno su política.

Es el Estado-hegemónico de zona el que gestiona políticamente los mensajes de la superelite y los lleva a la práctica bajo el signo de su influencia sobre los Estados menores sometidos a su hegemonía, que han pasado a ser sus colonias. No a la manera de los modelos habituales de pasados siglos o remontándose más atrás, en el que se ocupaba un territorio con fines de explotación y sus pobladores eran gobernados desde la metrópoli en términos de sumisión, y no de ciudadanía. El sistema capitalista es más sutil, permite a las colonias disfrutar de autonomía bajo su autoridad, intermediada por el Estado-hegemónico de zona y los organismos internacionales. En cuanto a sus pobladores, que son súbditos entregados al consumismo del mercado, afectados por la doctrina que les mantiene bien atados, viven en libertad, colmados de derechos que flotan en el ambiente, pero explotados sus recursos por las empresas comerciales. Aunque imperialismo y colonialismo son términos que se han diferenciado en otros tiempos, los nuevos conceptos de ambos se aproximan, porque el imperialismo que ocupa el mundo desde la cultura del mercado, lo hace con tal dominio del poder, influencia y capacidad de convicción que muchos de los Estados bajo su órbita han renunciado a ser Estados soberanos, para convertirse en colonias del Imperio y sus nacionales han pasado a ser consumidores o ciudadanos del mercado global.

Este neocolonialismo del gran capital, que se enmarca en los términos acuñados por la superelite para desarrollar un imperialismo moderno, de carácter expansivo total, apenas es perceptible, ya que se vive entregándose voluntariamente a él. No precisa de manifestación expresa de ocupación territorial, porque ha llegado a cualquier parte del mundo, sino que le basta con la conformidad ideológica, la coincidencia de identidades y otro complemento mucho más efectivo, como lo es el control absoluto del dinero circulante. El imperialismo actual, no se ha quedado en las medias tintas del imperialismo clásico, ha pasado a ser un sistema de dominación total, en el que los dominados se sienten libres y son fieles al sistema por convicción. El instrumento de fuerza a nivel social es la atracción del mercado, sujeto a innovación permanente para, desde él, mover los componentes habituales de cualquier imperio. De tal manera, que en este caso no cabe hablar de conquista en los términos habituales, sino entrega total de Estados y masas a las condiciones establecidas por esa minoría dominante, bajo la fórmula conocida como globalización.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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