Con el biocombustible etanol permanentemente en la boca de los
funcionarios que acompañaron a George W. Bush la semana pasada a
Brasil, y luego con los intercambios de pirotecnia verbal que produjo
Hugo Chávez contra el estadounidense en Buenos Aires, otros temas de la
agenda de esa visita parecen haber quedado ocultos tras las sombras
protocolares. Es el caso, dijeron fuentes diplomáticas, de las nuevas
advertencias de los delegados de Washington por lo que llaman "un plan para aumentar la presencia de terroristas" de cuño islámico en la región.
Ya
hay información en Buenos Aires que asegura que Bush habló de la
delicada cuestión con Lula y otro tanto hizo Condoleezza Rice con su
colega brasileño Celso Amorim. Las fuentes se mostraron sorprendidas
por la dimensión que EE.UU. le da al problema y por la urgencia que
pusieron en sus demandas de cooperación.
El tema no es por cierto nuevo. La zona de 1.200 kilómetros conocida como "Triple Frontera"
que comparten Argentina, Brasil y Paraguay ocupa hace tiempo la
preocupada imaginación de los funcionarios de Washington. Apenas a
comienzos de diciembre pasado el Departamento del Tesoro reavivó la
cuestión insistiendo en que esa área representaba "una amenaza
terrorista" y dio las identidades de nueve individuos y dos entidades
sospechadas de recaudar ayuda financiera para Hezbollah, el grupo
islámico que Israel intentó destruir el año pasado.
En su momento
Brasilia respondió con dureza al documento insistiendo, al igual que lo
hacen Buenos Aires y Asunción, en que no hay evidencia concreta de las
acusaciones y que el área está bien vigilada. Sin embargo, los tiempos
son tan sensibles en esta materia que el Senado de Brasil anunció que realizará investigaciones para conocer la realidad.
Los
tres países iniciaron hace meses un operativo de vigilancia conjunta
que, sin embargo, no estaría dando resultados en la medida de los
deseos de Washington. Más aún, la prensa brasileña anunció poco tiempo
atrás que ese país construirá un muro de tres metros de altura y un
kilómetro de extensión en su frontera con Paraguay. Aunque el objetivo
declarado es reducir el contrabando de bienes, el proyecto evoca las
construcciones similares que EE.UU. está realizando en su frontera con
México para impedir el tránsito humano.
Tal como lo plantearon en
Brasil los estadounidenses, el problema que ellos ven es mucho mayor:
la inteligencia militar asegura haber detectado "musulmanes radicalizados"
en San Pablo y Curitiba; en la ciudad colombiana de Maicao; en Curacao,
en las Antillas Holandesas, y en el puerto chileno de Iquique.
Washington cree que salvo Panamá, El Salvador y Trinidad Tobago, no hay
en la región gobierno que tome seriamente la amenaza. Y la luz que
exhiben pasa a rojo cuando hablan el eje Venezuela-Irán como promotor
del desafío.
Hasta gestos como la acusación argentina contra
primeras figuras del régimen de Teherán por el atentado contra la AMIA,
en 1994, y que un juez validó con pedidos de captura internacional
parecen insuficientes para EE.UU. Interpol, la organización global que
coordina la acción policial no parece dispuesta aprobar pronto esos
pedidos para que se vuelvan operativos.
El tema es crítico porque, más allá de acierto y error, es imposible deslindarlo del intento de Washington de demonizar a Venezuela e Irán.