Existen hechos políticos, como el divulgado periplo del presidente George W. Bush por cinco países de América Latina, que remedan la historia infantil que tiene por personajes a Caperucita roja, su abuela y el lobo feroz.
En los momentos precisos en que el lobo-Bush ha recibido los merecidos palos (repudios, acusaciones, protestas, condenas, desprestigio) – y los que faltan – en todas las latitudes del planeta por sus vandálicas acciones (fraudes, invasiones, masacres, torturas, desapariciones, secuestros, ejecuciones extrajudiciales, mentiras miles, insania, sufrimientos, extorsión y otros males infinitos), incluso en el propio territorio norteamericano, el personaje de marras, agobiado por sus cuitas internas, ha decidido tomarse una especie de vacaciones, usando un disfraz de cordero y entonando cantos de sirenas, por algunos países de las tierras que siempre el imperio ha considerado su patio trasero.
Los gobernantes de estos cinco países, que incluyen algunos amigos de Caperucita y su abuela, y otros, por supuesto, aliados del lobo, han tomado la decisión, tal vez soberana y respetable, pero también arriesgada u obsecuente, según el caso, de permitir a Bush (lobo feroz, cordero avieso y emperador real) andar de misionero propalando una imagen y unas intenciones políticas que por lo hipócritas son como para echarse a reír, ante el papel mal interpretado de bufón, o para mostrar toda la indignación y dolor ante una presencia que ofende sentimientos nacionales, ya que el victimario pertinaz de la abuela del cuento real y el personaje malévolo que amenaza a Caperucita, no merece un respiro semejante en esta hora trágica en que es azotado y vapuleado, por los mismos vientos huracanados procedentes de todas las tempestades arrasadoras de pueblos que ha desatado con delectación enfermiza durante su mandato imperial.
No obstante esta realidad contradictoria de la política actual, el personaje de marras recibirá, más allá de los actos oficiales en cada país, la protesta y el repudio airados de los pueblos, movilizados por las verdades y razones más legítimas de este mundo. Por sus actos justos, muchos manifestantes sufrirán –ya lo han sufrido- golpizas y otros actos represivos de las fuerzas públicas. Por lo tanto, los actos que desprestigiarán una vez más al visitante impuesto, declarado persona no grata, tampoco dejará ilesos a los gobiernos que conociendo las causas de la irritación popular, permitan medidas de represión contra las masas.
En estos tiempos que vivimos, los políticos no pueden darse el lujo de ser ciegos para no ver las veladas o las claras intenciones del visitante, ni tienen el derecho de disimular las evidentes asechanzas aviesas del enemigo y los peligros que rondan a sus tierras y a otras tierras.
En fin, Bush y su política no merecen ni un tantito de respeto y acogida, que puedan servir para cohonestar la trayectoria criminal de quien debe enfrentar en su momento –y el momento histórico ya comenzó desde hace rato- el juicio que merece por los crímenes de lesa humanidad tan vilmente cometidos en todas partes.
No es posible callar lo que dicta la razón y el corazón de los hombres. Es imposible dejar de obedecer principios tan sagrados para los hombres y los pueblos, como la verdad, la libertad y la justicia.
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