¿Peligra la seguridad del imperio porque Olga y Adriana visiten a sus héroes amados en cárceles de los Estados Unidos?

Hay hechos tan reales como absurdos en este mundo, que los relatos asombrosos de Kafka quedan relegados a la condición menor de la irrealidad y la fantasía maravillosas.

Olga y Adriana no son personajes de ficción. Tampoco son turistas que pretendan disfrutar sus vacaciones en algún lugar paradisíaco o de mercado de los Estados Unidos. Y menos son dos inmensos caballos de Troya que llevarán en su interior a miles o millones de agentes o alliens, visibles o invisibles, terrestres o extraterrestres, que serían capaces de poblar de terror y calamidades al territorio norteamericano. Nunca podrán ser, ni nunca querrán ni podrán serlo, una amenaza para esa tan sacrosanta, poderosa y segura seguridad de la nación que tiene la capacidad para descargar una cuota de energía nuclear así como otras muchas cuotas del poder mortífero de todos sus tipos de armas, que son más que suficientes para destruir a todos los seres vivientes de la tierra, incluyendo a cucarachas y hormigas. Y, por supuesto, que en esa capacidad descomunal de provocar el holocausto trágico del resto del llamado mundo enemigo, también posee –sin quererlo o queriéndolo- la misma capacidad de destruirse a sí mismo. Además, tienen tantas agencias y agentes para la seguridad, dentro y fuera del país, para vigilar a reales, supuestos o inventados enemigos, que cada ser viviente en cualquier parte del mundo tiene el riesgo de que exista uno pisándole los talones.

Conociendo estas verdades irrebatibles, habría que preguntar a los filósofos, al Papa, a los patriarcas y jefes eclesiásticos de todas las religiones y sectas, si después de tal suceso, aún permanecería intacto y sobreviviente el Dios que cada ser humano creyente ha concebido como eterno, o si, de algún modo, quedaría flotando el más mínimo recuerdo, constancia o prueba sobre la posibilidad de que una vez existiera sobre la faz de la tierra algo llamado humanidad extinguida, y algo de una creencia de la misma que reconocía, tal vez desde sus mismos orígenes, la existencia sempiterna de dicho ser supremo.

La verdad sencilla es que Olga Salanueva y Adriana Pérez son dos mujeres cubanas, esposas de dos héroes cubanos que están presos en cárceles de los Estados Unidos: René González Sehwerert, condenado a quince años de prisión y Gerardo Hernández Nordelo, condenado a dos cadenas perpetuas y quince años de prisión. Si guardan una prisión injusta desde hace ocho años, si sus condenas, a pesar de sus diferencias en gravedad, son ilegales y arbitrarias, es por todas las circunstancias que han estado presentes en un proceso judicial viciado tanto en lo político, lo ético y lo jurídico. Son dos de los cinco Héroes de la República de Cuba, infiltrados en los grupos terroristas que poseen su reino en territorio de Miami. El papel de los cinco cubanos era prevenir y neutralizar las acciones terroristas que desde hace años han causados miles de muertos, heridos y daños materiales en territorio cubano. Esas informaciones valiosas aportadas por ellos a Cuba fueron compartidas en el mismo año de su detención, sólo tres meses antes, con oficiales del FBI enviados expresamente para ello a La Habana por el gobierno de los Estados Unidos. Se trata, pues, de luchadores antiterroristas y, nunca, de agentes para el espionaje de la seguridad nacional de Estados Unidos.

Si Olga y Adriana son esposas amorosas y dignas, ¿por qué razones ellas han sido privadas del derecho a visitar a sus esposos, que guardan prisión desde hace ocho años? ¿Si René y Gerardo cargan sobre sus existencias las sanciones injustas y arbitrarias respectivamente de 15 años y más de dos cadenas perpetuas, por qué se les condena adicionalmente, violando leyes norteamericanas e internacionales, a la pérdida del derecho a la visita y al contacto con estos seres queridos? ¿Qué justificación tiene tanta ignominia, venganza e inhumanidad del gobierno de los Estados Unidos? ¿Por qué la complicidad tolerante de la clase gobernante de Estados Unidos, de sus congresistas, de la gran prensa norteamericana, ante un reclamo tan humanitario que ha sido acogido con tanta solidaridad en todas partes del mundo, incluyendo en importantes sectores del pueblo norteamericano? ¿Dónde están los valores humanos y éticos de todos los que dentro de la sociedad norteamericana, guardan silencio y aparentan sordera ante un acto tan vandálico e indigno como es el de no permitir que dos esposas visiten en las cárceles a sus seres amados, incluso aunque los consideraran a ellos, como parecen creerlo o mejor dicho, pretenden hacerlo, sus enemigos? ¿En qué otra nación, en qué otro tiempo histórico, se ha dado muestra de tanta bajeza moral, tanta pobreza de espíritu, de tanta cobardía vengativa? ¿Dónde está la observancia de los principios, el respeto a la Declaración Universal y Pactos de los Derechos Humanos, el cumplimiento del derecho humanitario? ¿Dónde está la razón, las virtudes, la fe y la práctica religiosa, dónde está Dios, cuando se actúa con un sadismo feroz, ante una solicitud reiterada por parte de dos seres humanos, separados durante ocho largos años, con el sólo propósito de consolarse y expresarse el amor que las distancias ni el tiempo ni la prisión han podido destruir? ¿Dónde han secuestrado la noción del bien, pretendiendo arrebatarla del sentimiento y del corazón de los hombres? ¿En qué bases secretas estarán torturando a Dios o a la noción del bien de los hombres?

Tanto Olga y René como Gerardo y Adriana son los personajes más creíbles y dignos de ser amados de esta novela real que transcurre en el escenario de nuestro mundo de hoy. Es hora de que todos leamos esta novela, que todos conozcamos los episodios de esta historia, que todos nos emocionemos ante sus heroicas y trágicas vidas, que todos deseemos y luchemos porque la historia tenga el final feliz que merecen los buenos. Y ese final feliz pasará indefectiblemente por la libertad de René y Gerardo, y el abrazo con Olga y Adriana, como si ello ocurriera en una película romántica, de esas que provocan tanta emoción que nos hacen verter lágrimas.




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Wilkie Delgado Correa


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