No hay margen de error: sectores importantes del Partido Socialista Chileno (y por lo tanto de los dos últimos equipos del gobierno de Chile) oscilan entre caminar por la cuerda floja y la abyección política que les impone la derecha fascista y el compromiso establecido con el respeto absoluto de la continuidad institucional y económica del modelo neoliberal impuesto, inclementemente, por Pinochet. Es en ese pacto de hierro y en la naturaleza del socialismo democrático chileno donde radica la explicación, de porque cierta dirigencia chilena, con recurrencia puntual, dispara contra la revolución bolivariana y el presidente Chávez. Esos ataques no constituyen sorpresa alguna y no pueden escandalizarnos o alborotarnos. Que Pinochet fuese suavemente defenestrado, es un indicador firme de que en la correlación de fuerzas y en la dirigencia de la sociedad chilena gravita con eficacia (política, ideológica, económica y militar) factores de poder de corte antidemocrático y neoliberal.
En un primer momento, como parte básica y fundamental de una estrategia imperial específica, Lagos e Insulza hicieron su debut en la política de oxigenar, desde afuera, a las alicaídas y menguadas fuerzas políticas de Granier, Rosales, Petkoff, Borges y tutti quanti. Fracasado ese intento de hacer menos inmediata la debacle de los “opositores al régimen de Chávez” y de contraponer el socialismo democrático al Socialismo del Siglo XXI, las fuerzas derechistas chilena asumieron el papel que los Lagos e Insulzas abandonaron, aparentemente, dada la respuesta clara y firme del presidente Chávez.
La decisión del Senado chileno y la contundente declaración del gobierno revolucionario ha puesto en entredicho a la Presidente Bachelet: el pacto que la sostiene en el gobierno está en juego, y falta por saber o demostrarse si el pulso de la derecha fascista es un mensaje para torcerle el cuello o una medida fuerte de presión para que asuma el juego en el que Lagos e Insulza, al menos públicamente, perdieron por default. Bachelet está en un aprieto, se encuentra ubicada en la zona gris de la cuerda floja y la abyección: lo que haga o no haga al respecto, traza pistas acerca de las capacidades de la elite imperial y la potencialidad de su lucha “contra Chávez” y por el urgente y apremiante relanzamiento ofensivo de la oligarquía criolla.
En este punto y coyuntura hay que tener claro que el socialismo democrático ha sido y es una impostura. La suposición de una “alternativa socialista” que se detiene en los límites de la democracia parlamentaria y representativa y de los “gobiernos socialistas” que se hacen efectivos a partir de decisiones consensuadas entre los grupos de interés o factores de poder, no dan el ancho de la idea de la democracia como una promesa, y por lo tanto, de la construcción de relaciones o vínculos sociales que no sean el resultado de la efectividad de relaciones de dominación, exclusión y explotación social: el caso del Partido Socialista Chileno es un buen ejemplo, ya que:
Se afirma en la visión o tesis de un socialismo tal que acepta las leyes del mercado y sacraliza la institucionalidad típica de la democracia representativa.
Y asume la Tercera Vía, (el Lagos e Insulza amigos de Blair, Jospin, Fox, Uribe, Sanguinetti...), a esa modalidad neoliberal propia del rearme masivo de la elite imperial.
La presidenta Bachelet y el pueblo chileno están allí: en ese terreno difícil y empalagoso del socialismo democrático y asediados por la articulación entre lo imposible y lo verdadero... en ese lugar donde se forja la verdad en sus relaciones con el poder. En tales y precisos bordes, de lo que se trata es asumir que “Tras la fugacidad de la historia, lo que se nos impone es reencontrar la sangre seca en los códigos, y no en lo absoluto del derecho, los gritos de guerra tras las formulas de la ley y la asimetría de las fuerzas tras el equilibrio de justicia”.
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