El que no conozca la vida del gran Cipriano Castro está jodido

Cuando Castro liba su café en Bella Vista, oyendo serruchar algún violín de los músicos tachirense, conversando con su compadre Juan Vicente Gómez, no tenía la menor idea de que la deuda pública de Venezuela sobrepasaba los 197 mil millones de bolívares.

Entra Cipriano Castro a Caracas el 23 octubre de 1899 con un programa de NUEVOS HOMBRES, NUEVOS IDEALES, NUEVOS PROCEDIMIENTOS. Es el jefe de la llamada Revolución Liberal Restauradora, y uno de sus mayores anhelos es resolver el grave problema de la deuda externa. Viene en ferrocarril a la capital, en el primer vagón, y a su lado se encuentra el General Manuel Antonio Matos, quien venía de ser ministro de Hacienda del Presidente Ignacio Andrade, un título que lo colocaba en el pináculo de los hombres importantes de la Nación.

Todos los inversionistas extranjeros están como caimán en boca ‘e caño, mirando con recelo el nacionalismo de esta EXTRAÑA CRIATURA. Los gringos no están para andarse por las ramas, y ya para septiembre de 1899, míster William H. Russell, encargado de negocios de EE UU en Venezuela, solicita un barco de guerra en el puerto de La Guaira. Cuál debió ser la profunda humillación que sintió el recién presidente de Venezuela, cuando a los pocos días se entera de que dicho barco, el Detroit, se ubica en La Guaira junto con el británico Progreso.

Apenas se instala en la Casa Amarilla, comienzan a desfilar los acreedores de alto pelaje con el objeto de deslumbrar y someter a sus arbitrios al “bárbaro montañés”. Las reclamaciones llegan al cielo, y marean a Castro. Inglaterra, Alemania, Francia y EE UU, se aprovechan de caos de aquella revolución para abultar lo que se le adeuda. De las delegaciones extranjeras explotadoras, corren los mensajes que describen al nuevo jefe del país: “Hombre de pequeña estatura y de piel oscura, con abundante sangre india”, después se añadirá que es un mono, que está loco y es un monstruo. Casi toda la sesuda intelectualidad venezolana se hizo eco de estas miserias creadas por el Departamento de Estado Norteamericano: Manuel Caballero, Simón Alberto Consalvi, Elías Pino Iturrieta, Guillermo Mojón, Inés Quintero, etc.

Manuel Antonio Matos, el intermediario de las compañías extranjeras ante el Presidente, anda inquieto porque Castro no es hombre que le hable claro. Se retira a Macuto a conspirar y a recibir órdenes y apoyo financiero de EE UU para salir lo más pronto posible de aquel “mono”. El gobierno le solicita un préstamo a lo banqueros y estos además de negarse a darlo, sacan un remitido a la opinión pública. Matos opta en principio por tratar de imponerse con sus inmensos poderes financieros, y así doblegara Castro. No deja de quejarse de las penurias que están pasando los banqueros, los grandes comerciantes, y llega al punto de solicitarle al Presidente que le pida la renuncia al gabinete. Matos estaba entonces haciendo el mismo trabajito que luego Fedecámaras quiso aplicarle a Chávez. Castro se fastidia y encierra a Matos en la cárcel. No sólo a Matos sino a un grupo numeroso de ricos a los que mete en la Rotunda. Allí se ablandan un poco y comienzan a pedir cacao. Entonces Castro los suelta y en el Banco Caracas estos oligarcas entonces organizan un sarao de desagravio por el remitido, y alzan las copas de champaña brindando en honor de Castro. Manuel Antonio Matos lleva la voz cantante: “Saludo al héroe que desde el Táchira vino respetando con severidad inaudita vidas propiedades hasta el punto que todos deseábamos el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora[1]”. Brindis similares se dan en otros bancos, por ejemplo en el Banco de Venezuela, y quien pronuncia el meloso discurso de ocasión es el magnate J. J. Lasére. Entonces, no es como dicen los críticos pro-yanquis, de que Castro hizo abrir las bóvedas de los bancos a mandarriazos; no, los banqueros como ratas comenzaron a temblar, y le prestaron al gobierno unos 900.000 bolívares, que ellos ya se habían robado.

En 1900, aparece nuevamente el caso de la New York and Bermúdez Company, con presiones insultantes, y es por lo que Castro ordena la detención de Bruzual Serra. El propósito de este Trust era acaparar las minas de asfalto de Venezuela a fin de librarse de cualquier competencia y controlar a su gusto el precio. Ya era dueña del asfalto de Trinidad.

Para desestabilizar aún más al gobierno, EE UU y los grandes consorcios internacionales promueven una guerra entre Colombia y Venezuela, organizando una invasión a las órdenes del traidor Carlos Rangel Garbiras que entra y provoca grandes saqueos y asesinatos e nuestro país.

Aquel era otro Plan Colombia, aunque no hubiese el negocio de la droga. No importa.

Idéntico a la posición de la OEA, entre 2002-2003 cuando metió su hocico al lado de la oposición a Chávez (y prácticamente en defensa del Plan Colombia), la Conferencia Internacional Americana reunida en México, emite una declaración solicitando que Colombia y Venezuela lleguen a un acuerdo equitativo. Al canciller nuestro, Eduardo Blanco, autor de “Venezuela Heroica”, le temblaron las piernas porque Castro envió el siguiente mensaje: “El gobierno conservador de Colombia ha tenido siempre una funesta función sobre la genitora de su libertad e independencia, lo que es inaceptable por degradante. Es un gobierno que vive del terror, de la miseria y del oscurantismo[2]”.

Aquella grosería, a los ojos de los países colonizadores no se podía tolerar, y mucho menos cuando el referido “mono” tenían grandes deudas pendientes con la banca internacional, y entonces comenzaron las reclamaciones, y tras éstas las amenazas de bloqueo. Cipriano, ni tonto ni perezoso respondió a las reclamaciones alemanas para dentro de seis meses, una vez que se hubiese declarado la paz pública. El 23 de enero de 1901 decretó la comisión especial que sólo reconocería compromisos adquiridos a partir de mayo de 1899 con respecto a las deudas anteriores a esa fecha. “En ese momento nuestro país argumento que las peticiones de los imperialistas germanos atentaban contra el principio de soberanía que asegura a Venezuela el derecho a establecer a establecer su propia legislación[3]”.

Es así como se desata la gran conjura internacional contra Venezuela. El 24 de agosto de 1901, presenta el Charles Shapiro de la época, el Ministro Plenipotenciario de EE UU en Venezuela, míster Herbert Wolcott Bowen (prácticamente con el único propósito de exigirle a Venezuela que la hora de repartirse los negocios del país) que al imperio del Norte no lo dejen fuera. Después de presentar sus credenciales anota en un informe que ciertamente Castro “tiene una o dos gotas de sangre india en las venas”; después de la presentación de los credenciales míster Herbert Wolcott Bowen (tal cual como lo hizo Charles Shapiro después de presentar los suyos e irse a la mansión de los Cisneros en el Country Club), se trasladó a la espectacular residencia de Manuel Antonio Matos “libre de gastos, con toda la servidumbre de criados extranjeros, incluyendo a Ernest, el cocinero personal del cerebro financiero de la Autocracia Liberal, desde Antonio Guzmán Blanco, hasta Ignacio Andrade[4]”.

Pronto se iba desatar la primera gran guerra mediática contra Venezuela, y el conductor de la misma sería el mayor palangrista de la época, el francés A. J. Jauret. Este perrito faldero de Manuel Antonio Matos y quien comenzó a inventar cuantas barbaridades se le ocurriese para desprestigiar a Castro en el mundo (y cuyas notas de prensa se difundían por el New York Times, el New York Herald y Associated Press); que llevaba concentrada en su alma todas las vagabunderías de la actual Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, y ese espíritu que mueve a los manipuladores y mentirosos como Gustavo Cisneros, Marcel Granier, Miguel Henrique Otero, Andrés Mata y Teodoro Petkoff, fue expulsado por Castro. Esta expulsión sería el disparo de alarma para que los grandes centros de información pusiesen a circular a Castro por todos los albañales de la tierra.

Entonces Matos es llamado a EE UU, porque hay planes muy precisos para salir del “mono” y colocarlo a él como Presidente: una invasión. Matos unifica a su alrededor a la primera Coordinadora Democrática de Venezuela, CD, y mete en ella a todos los caudillos frustrados que andaban buscando como encaramarse en la Silla. Pone a bailar como focas, por unas sardinas que les tiene prometida el Departamento de Estado, entre muchos generales montoneros, al pobre “Mocho” (José Manuel Hernández), a Nicolás Rolando, Zoilo Vidal, Juan Pablo Peñalosa, Horacio Ducharme, Doroteo Flores y al propio Antonio Paredes. Son 200 mil dólares oro (tanto o más como los que recibió Carlos Dorado para la CD a través de Italcambio en el 2003) los que le entregan a Matos para tumbar a Castro. Los que entregan estas “donaciones” para la liberar a Venezuela del tirano, son ante todo la New York and Bermúdez Company, la Orinoco Shipping Company, la Intercontinental Telephone Company, American Telephone Company, AsphaltCompany of America, Norddeutsche Bank, Pennsilvania Asphalt Paving Company, Te New York Trinidad Asphalt Ltd., The Avenidme Steam Navigation Company, Credit Layonnaise and Baber Asphalt Paving[5].

Sin muchos aspavientos, ni yéndose por las ramas, Cipriano Castro declara a Matos, REO DE ALTA TRAICIÓN A LA PATRIA. A Matos eso ni le va ni le viene porque su verdadera patria está en los dólares. Idéntico en esto, pues, a Gustavo Cisneros, Enrique Salas Römer, Pedro Carmona Estanga, Carlos Fernández, Juan Fernández, Alvis Muñoz, Enrique Mendoza, Marcel Granier…

Matos va y compra un barco y lo equipa con “175 toneladas de máuseres, 180 toneladas de municiones, albardas, cañones y variado material bélico”[6], y en estas negociaciones mete la mano Colombia a través de un agente de apellido Gutiérrez. Matos llama a su revolución La Libertadora, y lee antes de entrar en acción una proclama, muy parecida a la de los altos gerentes de Pdvsa, cuando montaron lo del paro petrolero en diciembre del 2002, y las leían frecuentemente por los Cuatro Canales del Apocalipsis: “Atento a esta cruzada redentora, acudo presto trayendo todos los elementos de guerra necesarios para vigorizar nuestra voluntad y hacer lo irresistible, y, al mismo tiempo para servir de unión entre todos los venezolanos; para salva de la ruina a nuestra querida Venezuela[7]”.

El barco de Matos, bautizado El Libertador va recibiendo protección en todas las islas en las que va recalando: Curazao, Trinidad, Martinica, Guadalupe y Barranquillas. Ya Castro lo ha declarado barco pirata, y en respuesta a esta agresión internacional decreta la suspensión de todas las obligaciones del crédito interior y exterior y ante la negativa de Herr G. Knop de trasladar las tropas del gobierno, Castro amenaza con clausurar el ferrocarril alemán y meter a Knop en la Rotunda. Se alborotan la legación británica y la alemana, y se multiplican las traiciones a la patria, atacando a Castro los caudillos Ramón Guerra, Luciano Mendoza y Antonio Fernández. Estos Mendoza y Fernández como que son de los apellidos más lacayos de Venezuela, y me perdonan.

Es como si Pdvsa, la CTV y los partidos AD, COPEI, Nuevo Teimpo y Primero Justicia actuasen desde distintos frentes, como lo hicieron durante a principios de abril del 2002. La “Revolución Libertadora” avanza desde Oriente hacia el Centro. Por el Táchira vienen otros y por lo llanos se aproxima el caudillo Luis Loreto Lima. Pero Manuel Antonio Matos (idéntico al dearreico Carlos Fernández, ex presidente de Fedecámaras, cuando monitoreaba el golpe contra Chávez desde Aruba), dirige la revolución desde Trinidad, echado en una poltrona y cogiendo sol, con una copa de champaña, en el Queen’s Park Hotel. Todo lo que Matos gastaba en este hotel, le sería cobrado con creces a Venezuela. Nunca los banqueros dejan de cobrar lo que dan, y además lo hacen con leoninos intereses.

Al tiempo que la “La Libertadora” avanza y Matos engorda en el Queen’s Park Hotel (cual CNN, la TV Española, Onnivisión, Televisa, etc.), los periódicos poderosos del mundo difamaban de la manera más criminal y burda a Cipriano Castro. En esta campaña llevaban la batuta: The New York Times de Nueva York, el Times y el Daily Mail de Londres, Le Temps de París, North American Review, The Forum y The Sun, también de EE UU; el Kidderadatash de Berlín.

En los primeros días de octubre de 1902, la “revolución” de los traidores y lacayos ocupaba las tres cuartas partes de Venezuela, apoyados por las fuerzas navales francesas que bloquean Carúpano, asedian Cumaná y Río Caribe, y todos medios de comunicación mencionados arriba se vanaglorian de reportar la próxima caída de Cipriano Castro, quien según ellos está boqueando. El gran estratega que es Castro, les planta batalla en La Victoria, y los destroza, mientras Manuel Antonio Matos veía la batalla con sus binóculos con envoltura de oro (“por televisión”), “en pantuflas, sentado en fina hamaca de hilo y a la sombra de un paraguas blanco o verde[8]”. De modo que de manera idéntica como Chávez acabó con la soberbia de los oligarcas durante el paro petrolero del 2003-2004, así mismo Cipriano Castro acabó con las pretensiones colonizadoras de Matos. Luego el imbécil de Juan Vicente Gómez se vendería a los intereses norteamericanos y traicionaría a Castro. Por eso hay que mantenerse muy alerta con la gente que rodea a Chávez.

Derrotada la conjura nacional dirigida por Matos, y viendo que los países colonialistas no iban a ser recompensados en sus pagos, entonces (míster Herbert Wolcott Bowen), recibiendo órdenes de Departamento de Estado, se reúne con las legaciones de Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda e Italia, para proceder a bloquear las costas venezolanas. Todo esto con una descomunal campaña mediática de descrédito llevada a cabo por los periódicos arriba mencionados.

Los reportajes del New York Times hablan de los salvajes arboricoras de Venezuela, y como se hace hoy contra Chávez, presentan editoriales en los que se insta a una intervención, y se dice: “La Doctrina Monroe no ha sido fundada para defender las repúblicas americanas de sus fechorías o por violaciones de la Ley Internacional”.

Pese a que el gobierno de Castro no aumenta en un céntimo la deuda pública y de que ha cancelado el empréstito de guerra que le había pedido a los bancos, los países colonialistas de Europa reclaman a un país desgarrado por las invasiones y la inestabilidad política provocada por ellos mismos, con invadirlo sino les pagan en el acto. Como si se tratase de un acoso y de una tensión bélica previa a la invasión contra Irak en el 2003, el 7 de diciembre de 1902, los ministros plenipotenciarios de Inglaterra y Alemania acosados de un miedo terrible se dirigieron a la estación del ferrocarril acompañados del ministro Bowen, a quien rogaron se encargara de sus asuntos. Se metieron en sus barcos de guerra respectivos anclados en La Guaira porque el bombardeo de los puertos estaba dispuesto, decididos por las grandes potencias.

Los asesinos de Gran Bretaña y Alemania, apoyados por Francia e Italia, y con la complicidad de las putas de la púrpura y negra España, de Holanda y EE UU, se “llenaron de gloria” destrozando la pobre flota nuestra: General Crespo, Zamora, 23 de Mayo, Totumo, Zumbador y Margarita.

El pueblo de Caracas sale a la calle y 5.000 voluntarios se ofrecen para defender la patria, mientras el Presidente somete a prisión a los súbditos alemanes e ingleses. Castro pone en libertad a todos los presos políticos y llama a la unidad nacional. El “Mocho” Hernández es puesto en libertad y arenga al pueblo: “La patria está en peligro y yo olvido mis resentimientos para acudir en su auxilio...”. Qué diferencia, carajo, con los actuales escuálidos, como por ejemplo, la ex comunista Ángela Zago, quien pidió a grito que los marines hollasen el suelo patrio con tal de salir de Chávez. Quien sí resultó digno de los escuálidos del siglo XXI fue Manuel Antonio Matos quien huyo disfrazado de cura hacia Las Antillas. Hasta allí, como le pasó a Carlos Ortega y a Carlos Fernández, tuvo vida Matos. Murió para siempre con esa espantosa huida. La huida de este canalla se producía en momentos cuando se desarrollaban acciones bélicas contra los puertos de La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. Mientras todo esto ocurre míster Herbert Wolcott Bowen, se moviliza enviando a EE UU toda clase de mentiras para que se condene a Castro.

Casi toda América Latina en este horrible conflicto dejó sola a Venezuela, pero cómo no la iba a dejar sola, si sesenta años más tarde, se coaligan en esa mierda que se llama OEA para condenar a Cuba. América Latina ha vivido dominada por tiranuelos lacayos y canallas impuestos por el Departamento de Estado. Sólo entonces mantuvieron una posición digna de simpatía, al menos, con Castro, frente a los colonialistas, México, Ecuador, Perú y Argentina.

Hay que recordar que en Argentina entonces, el Banco de Préstamos La Popular, le envió un telégrafo a Castro ofreciéndoles fondos para el pago de las reclamaciones extranjeras.



[1] “Loomis, Francis B.”, Enrique Bernardo Núñez, Caracas, 7 de noviembre de 1899.

[2] Citando en Prólogo de Federico Brito Figueroa en el libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela”, Fondo editorial Lola de Fuenmayor, Centro de Investigaciones Históricas- Universidad Santa María, Caracas, Venezuela, 1984, pág. XXXVII.

[3] Ut supra, pág. XXXVII.

[4] Ut supra, pág. XXXVIII.

[5] Ut supra, XXXIX.

[6] Ut supra, XXXIX.

[7] “Recuerdos”, Manuel Antonio Matos, Imprenta El Copo, Caracas, 1927.

[8] Prólogo de Federico Brito Figueroa en el libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela”, Fondo editorial Lola de Fuenmayor, Centro de Investigaciones Históricas- Universidad Santa María, Caracas, Venezuela, 1984, pág. XLII.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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