Rupturas y secuencias

El dolor de los niños

El mundo, sobre todo, el llamado primer mundo, permanece indiferente ante el dolor diario de millones de niños desparramados en distintas situaciones de pobreza, discriminación, exclusión, guerras y violencia, siempre en la periferia del confort y de la danza de dólares de las elites privilegiadas. Si nos centramos nada más en lo que hoy ocurre en Palestina, veremos imágenes de niños, niñas y adolescentes víctimas del odio, de la desconfianza y de la violencia exagerada de los soldados israelitas, aparte de la destrucción de sus hogares ordenada por el Estado de Israel, siendo obligados, en consecuencia, a desplazarse a otras regiones en condiciones inhumanas. Lo mismo ocurre si nos trasladáramos a Irak y a Afganistán, otras víctimas del fanatismo apocalíptico de quienes se creen los dueños de la Tierra. En ambos casos, los morteros no distinguen, a propósito, una escuela o un hospital de un reducto militar, calificando el hecho de error humano o de daño colateral cuando trasciende a la opinión pública, tratando así de disminuir la indignación y las protestas que ello produciría. Acá la muerte es salvaje, pero inmediata. En el caso de los países empobrecidos de África, Asia y Latinoamérica la situación es un tanto distinta, aunque igual en los efectos, donde la vida de estos pequeños seres humanos es tronchada de forma lenta, sea mediante el hambre o las enfermedades insuficientemente tratadas, sea mediante las infrahumanas condiciones socio-económicas en que nacen y que, en caso de sobrevivir, los sumirá de adultos en el analfabetismo, el desempleo, la delincuencia, la violencia, el alcoholismo y las drogas.

Si buscáramos un culpable, éste sería -inevitablemente y sin fanatismo alguno- el capitalismo, aunque resulte simplista decirlo. ¿De qué otro modo se podría explicar la barbarie desatada por los intereses económicos de la elite gobernante de Estados Unidos, Inglaterra, Francia o Israel en aquellas regiones donde los conflictos bélicos son la noticia cotidiana? O, ¿por qué, en nuestra América, tan llena de riquezas, existen desniveles aparentemente insalvables, a pesar de proclamarse sus países democráticos, lo mismo que en Haití y África? Nadie que se manifieste conmovido por la tragedia que envuelve a estas criaturas que apenas despuntan en la vida puede ignorar que las injusticias derivadas del capitalismo son su causa directa. Hay que entender que, básicamente, el problema de la pobreza en que están sumidas sus vidas y las de sus padres es un problema estructural y no coyuntural, como algunos aún pretenden hacernos creer. Si vamos un poco más allá en esta apreciación, nos daremos cuenta que los intereses de las grandes corporaciones transnacionales, junto a los de las clases gobernantes locales, mutilan las esperanzas de millones de seres humanos tan solo por conseguir una ganancia mayor cada día. Vistas así las cosas, los sectores capitalistas precisan que se disminuya al máximo o se trivialice el impacto visual de imágenes con niños desmembrados por causa de las bombas “inteligentes” o mendigando una pizca de pan en las calles de nuestras metrópolis porque lo más importante es el progreso macroeconómico y es lo que se debe resaltar por encima de toda otra consideración. De hecho, los gobiernos se han convertido en extensiones de las grandes corporaciones transnacionales, lo que explica su interés principal.

En esta tarea, los grandes medios industriales de la información cumplen bien su cometido. Nadie en este hemisferio sabrá, por ejemplo, cuántos niños y cuántas niñas han muerto atrozmente a manos de las tropas estadounidenses, europeas o israelitas porque así lo determinaron de antemano quienes controlan estos grandes medios, lo que evidencia una manipulación informativa al servicio de los sectores económicos y políticos dominantes. Igual sucede cuando un pueblo, haciendo uso de su soberanía, busca utilizar los recursos de los cuales dispone en su propio beneficio. La idea predominante es que las cosas no pueden cambiar porque así ha sido siempre. Por ello el orden económico neoliberal requiere que sus desmanes queden ocultados y se destaquen sus “bondades”, sin que haya objeción alguna a su extensión y dominio por todo el planeta, ya que es la panacea única para alcanzar el bienestar material del cual adolecen los pueblos subdesarrollados. Sin embargo, la realidad se encarga de desmentirlo categóricamente.

El dolor de los niños es, por consiguiente, un asunto de menor importancia en la agenda de las ocho grandes potencias industrializadas del mundo. Si acaso merece alguna atención, ésta siempre eludirá el meollo del problema, sea éste originado por la agresión militar imperialista o por la aplicación del recetario ortodoxo del Fondo Monetario Internacional y de algún Tratado de Libre Comercio. Según la óptica darwinista de quienes detentan el poder económico y político en éstas, estos “daños colaterales” no deben afectar el desarrollo de la economía y, menos, el logro de los objetivos políticos trazados en función de preservar la “civilización” frente a sus enemigos del tercer mundo, por lo tanto, no debieran cuestionarse moralmente, aún cuando ello implique una descarada violación de los derechos humanos.-


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Homar Garcés


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