Los jeques de la IV república durante 40 años se llevaron de Venezuela más de 400.000 millones de dólares. Los invirtieron en propiedades en el Norte sobre todo en negocios inmobiliarios. Ahora están temblando. Piensan trasladarlos a México, a Costa Rica, Panamá o Chile, pero si cae EE UU, la vaina será también catastrófica para estos países. Entonces están considerando llevarlos a los países asiáticos, pero entonces tendrán que pagar a muchos asesores y dependientes e igualmente los riesgos son gravísimos: la distancia, el idioma, las leyes o reglas que desconocen. Otros están considerando recoger sus largas capas, y repatriar sus dineros porque perciben que con Chávez se hacen mejores negocios (así se lo dice toda la gente de Fedecámaras). Definitivamente los que tienen dólares en el Norte están sumamente preocupados y han comenzado a preguntar por el negocio inmobiliario en Venezuela, lo que amenaza que el precio de la vivienda ahora se nos dispare.
Ya no hay sueño sino pesadilla americana y puede que a mediano plazo comencemos a ver saliendo de EE UU, balsas repletas de latinos cogiendo para cualquier lugar del Caribe.
Nosotros en América Latina habíamos tenido hasta hace poco, líderes auténticos, verdaderamente nacionalistas. El impero Euro-americano no nos dejaba crecer, no permitía que adquiriésemos fortaleza, que consiguiésemos con nuestros hermanos del continente cuajar y consolidar nuestros proyectos sociales. Si Estados Unidos hubiese dejado que un solo líder latinoamericano llevara adelante su programa político, ese sólo ejemplo hubiese bastado para que hoy nuestro continente mostrara otro destino, otro aspecto cultural, social, humano. Pero las bestias del desarrollo capitalista, al igual como se han propuesto “civilizar” el mundo de Oriente, con sus guerras de baja intensidad, con sus bombas y asesinatos selectivos, así mismo, ha desfigurado de la manera más horrible a América Latina, su cultura, su sentido del profundo del amor, de la amistad, del conocimiento humano y sus valores más caros y sencillos.
No se podía dar el lujo Estados Unidos de que una nación nuestra forjase su dignidad, su Estado propio, su educación y sus valores sin la interferencia de su comercio, de su geopolítica, de sus tratados. Eso para ello habría sido catastrófico, en términos del lenguaje que suele usar el Departamento de Estado: “pernicioso para la libertad, para la democracia, para la civilización de los pueblos libres.”
Un ejemplo de una Nicaragua regida por Augusto Sandino, de una Guatemala gobernada por Jacobo Arbenz, de una Venezuela calmada y próspera bajo la orientación de un Isaías Medina Angarita o Carlos Delgado Chalbaud (al que asesinaron las compañía petroleras); de un Chile con Salvador Allende, habrían mantenido en estado de honda irritación y preocupación al imperio. Tales ejemplos de gobierno soberanos habrían resultado para ellos devastadores, catastróficos, mortalmente dañinos y perniciosos para su “democracia”, para el sentido de la libertad económica que propugnan para el mundo.
La política del Norte fue siempre la de hacernos ver por naturaleza carecemos de la debida responsabilidad para asumir nuestros recursos; que somos inevitable y desgraciadamente atrasados. Totalmente incapacitados para crear un modelo de desarrollo propio. Que nunca podemos estar en condiciones de emprender por nosotros mismos adelantos en el tema económico, tecnológico o científico, de salud, educación, etc., y que sólo sus expertos, sus escuelas, sus filósofos tienen la vara mágica para definir nuestros rumbos y los caminos a seguir en cuanto a progreso, paz y felicidad. Estados Unidos inventó eso del Sueño Americano, que es y ha sido de las más horribles pesadillas con las que embaucan y han embaucado al ser humano. Sueño que mejor sería llamarlo Somnífero Americano: especie de pastilla para impedir que vivamos por nosotros nuestras realidades sino cuanto modelan las grandes compañías transnacionales: esas máquinas paridoras de fantasías monstruosas que le succionan el cerebro a los humanos y los ponen a deambular como zombis, dopados, por centros comerciales, por parques de diversión, por películas, por la tele, por el espacio de la muerte más absoluta.
Una vez que lograron que consiguiésemos sostener y desarrollar un modelo político propio, instauraron una escuela y una filosofía mediante la cual nos fueron inoculando el veneno de somos razas que necesitamos ser llevadas de la mano en todo; que no merecemos ni siquiera la vida, y que si ésta se encuentra en alguna parte, es allí en ese gran y mortífero Sueño Americano. Fuimos educados para tratar de buscar implantar lo imposible en nuestra tierra, el fulano Sueño, y siendo imposible entonces emigrar hacia ese modelo: así se nos desintegraba al tiempo que íbamos desperdiciando todas nuestras fuerzas y toda nuestra existencia en conflictos, desangres y caos sociales incontenibles. Aún así en esta lucha, cada día que nos levantamos estamos obligados a recibir una mortífera dosis de ese somnífero: se nos habla de lo que han registrado las estadísticas que los sesudos expertos analizan sobre nuestra situación económica, al tiempo que los agentes y gendarmes del pensamiento, desde los medios, nos van señalando lo que debemos en cada hacer. En cada receta se procura tocar con mucha precisión la fibra de esa condición de sometidos, de seres esclavizados, impedidos de ver por sí mismos la realidad que nos rodea.
Cada mañana se nos toma el pulso, se nos inyecta, se nos da el menú del día. Toda una lenta, progresiva e indefinida indigestión que se ha venido elaborando y se ha ido transmitiendo de padres a hijos. Llevamos dos siglos en este brutal envenenamiento. Algunos pensábamos que tratar de salir de este ensimismamiento nos colocaría en un total estado de aislamiento, de desequilibrio moral y mental. Por lo cual, una vez que el Presidente Chávez inició el proceso de nuestra liberación tuvimos que confrontar uno y mil fantasmas, uno y mil demonios, desatada la guerra mediática desde el imperio. Una pertinaz lucha con nuestros hermanos aherrojados, confundidos, desquiciados que no pueden comprender nada que se desligue con quienes durante siglos nos han tenido sometidos. Ahora, esos sus hijos amaestrados en América Latina, desintegrados, desencajados de sus realidades, que ellos formaron para que ejercieran como presidentes sus papeles de procónsules del imperio, recorren el mundo diciendo que en Venezuela nos gobierno un tirano, un loco, un asesino. Que es insensato procurar definir un camino propio porque estamos condenados a ser naciones en vías de desarrollo (fijos en un punto) hasta el fin de los siglos.
Un lento desgarramiento vivimos, pues, procurando arrancarnos tantas costras, vicios, miasmas, sentina, miserias, crímenes, vilezas.
Estados Unidos está haciendo lo indecible porque no consigamos arrancarnos del todo las vendas de los ojos; para que no cunda en el continente americano y en el mundo un modelo de justicia social esperanzador para todos los latinoamericanos. Ellos están viendo que en tan poco tiempo con Chávez en el poder, ya comienzan a mostrarse grandes beneficios para nuestros pueblos.
Es decir, al Norte le parece insólito que existan hombres surgidos de nuestros pueblos, decididos a velar por nuestros soberanos intereses; decididos a defender nuestra soberanía y nuestra dignidad: que estén dispuestos a no venderse, a no dejarse comprar, a no dejarse doblegar por las amenazas; a dejarse no someterse por las reglas del imperio norteamericano. Ya no están en América Latina aquellos Presidentes que al llegar al poder eran inmediatamente rodeados, amenazados, asediados, sometidos y condicionados por los controles que impone el gobierno de Estados Unidos.
Hoy Estados Unidos para aplastar a los pueblos no le queda sino la carta del terrorismo, esa guerra permanente que consiste primero en desacreditar al mandatario que no se le arrodilla, para luego darle el tiro en la nuca. Invasiones disfrazadas de ayudas a partidos políticos opositores, a ONG’s, a lo que ellos han dado en llamar Sociedad Civil. Siempre esgrimiendo la fulana carta de la democracia burguesa y representativa que ahora con el estilo de la revolución bolivariana encontramos que no tiene en verdad nada de democrático. América Latina está descubriendo que no puede haber democracia con modelos neoliberales o capitalistas. Por ello, ahora, la filosofía del Norte trata de esgrimir la tesis de que no todas las democracias son buenas, ni todo lo que la mayoría decida en ciertos pueblos es sano, responsable o constructivo. Y pagados por los dueños de las transnacionales recorren el mundo intelectuales mercenarios que tratan de hacernos ver el holocausto que se avecina si dejamos de lado el modelo neoliberal.
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