Revolución en los Estados Unidos ¿Por qué no?

No es imposible. Para que haya revolución se necesita una condición que los Estados Unidos tienen en grado superlativo y bien visible: tensiones sociales. Una creciente pobreza, poblaciones discriminadas, vastos sectores explotados, una descomposición social en aumento; anomia; abundante consumo de las llamadas drogas, legales y de las otras 1; represión histérica y generalizada, que empeora día a día; vigilancia minuciosa hasta de lo que la gente lee en las bibliotecas; abolición de la vida privada a través de las escuchas telefónicas ilegales y la violación de la correspondencia; legalización de la tortura; demolición del estado de derecho con la abrogación del milenario habeas corpus, así como de otros derechos ciudadanos; deterioro cada vez mayor de la imagen de los poderes públicos y de la empresa privada; destrucción cultural y sistemática de la humanidad de la humanidad; cada vez mayores desastres ecológicos, etc.

Todo eso y más constituyen fuentes crecientes de irritación que no tienen aliviaderos salvo en las drogas que no son solo las sicotrópicas, sino también la adicción al consumismo y el opio mediático. Pero ¿cuánto pueden esos recursos contener los desequilibrios objetivos?

Alguien tiene que estar pagando para ver las películas de Michael Moore. Alguien está viendo a los Simpson, millones, esa demolición simbólica sistemática de la estructura social estadounidense. Casi no hay película de Hollywood, eso incluye las de Disney, en que el villano no sea un codicioso e inescrupuloso capitalista. Es decir, los resortes ideológicos de una revuelta social generalizada están ahí.

En Física se dice que una catástrofe es una discontinuidad en un proceso continuo, una fisura en la superficie de un globo cada vez más inflado desencadena su estallido; un copo de nieve más dispara la avalancha; un dominó acarrea la caída de todos los demás, etc. Se llama también «criticalidad autoorganizada» 2, cuando se produce una crisis en la bolsa de valores o un estallido social como el Caracazo. Se van acumulando tensiones, que dispara un evento quizás fortuito, el alza de la gasolina; la quiebra de un pequeño banco de provincia; la llegada de Hernán Cortés a México y de Francisco Pizarro al Perú; la chispa que incendia la pradera; el dispositivo que provoca la masa crítica suficiente para la ignición nuclear.

Ya ocurrió en años 60 en los Estados Unidos una rebelión bastante dilatada, que tuvo éxito a pesar de los magnicidios y del reflujo consiguiente, Robert Kennedy, Martin Luther King, la dirigencia de los Panteras Negras. Pero tuvo éxito porque logró sus objetivos más visibles: el fin de la Guerra del Vietnam, los Derechos Civiles, avances inesperados en la emancipación de la mujer y de las minorías, como homosexuales y grupos étnicos.

Pero también hay en los Estados Unidos raíces del fascismo más ortodoxo y criminal, actualmente instalado en el gobierno, de donde no se vislumbra un desalojo ni pronto ni fácil. Si vemos las declaraciones agresivas de Hillary Clinton, la candidata aparentemente más viable para las próximas elecciones, bastante más ofuscadas que las de George Bush 3, da la impresión de que la hegemonía fascista no será fácil de derrotar, porque además cuenta con recursos bélicos formidables, aparatos ideológicos de Estado muy bien instalados en las mentes, entre ellos los medios de comunicación. Noam Chomsky ha dicho que el estadounidense es el pueblo más adoctrinado del planeta, de modo que no será fácil infundir una conciencia revolucionaria allí. No será fácil, pero no será imposible. Esa hegemonía ideológica es frágil, tanto que se alarma con la aparición de Telesur y prohíbe a Al Yazira en su territorio. Si esa hegemonía fuese tan confortable, no sería tan nerviosa. No puede soportar una voz disidente, por débil que sea, pero que revele a todos que el Emperador va desnudo. Por eso el bloqueo a Cuba incluye como elemento fundamental la voz de Fidel.

Puede sonar risible la idea de una revolución en los Estados Unidos, ¿pero no lucía jocosa también esa idea en la Venezuela de 1997? Siempre tuve la impresión de que la población latina de los Estados Unidos, y no me refiero solo a la mafia cubana de Miami, era un sector particularmente inculto y reaccionario. Pero ya vimos el año pasado cómo encabezó las protestas callejeras contra la legislación que criminaliza la inmigración no documentada. Si los latinos se rebelaron, ¿por qué no lo harían los blancos pobres, los negros y demás grupos exasperados?

Si las revoluciones fueran predecibles no serían revoluciones. ¿Quién hubiera dicho en 1788 que en Francia, la Bien Amada del Papa, con un sistema ideológico tan sólidamente cimentado en el Derecho Divino de los Luises, habría de desatar la Gran Revolución de 1789? ¿Cómo fue que colonias españolas tan magistralmente administradas y oprimidas nada menos que por la Inquisición, presas de una ideología tan macizamente fundada en la Contrarreforma, podían rebelarse contra su Rey en medio de una guerra atroz? ¿Cómo imaginar que Cuba —el burdel gringo, oprimida no solo por un ejército local comandado por una dirigencia política de las más corruptas del Continente, sino también por la Mafia y la amenaza política y militar del Imperio— podía disparar una Revolución que mantiene a ese Imperio en jaque desde hace ya casi medio siglo? ¿Cómo vislumbrar que en la Rusia zarista y feudal podía producirse la revolución bolchevique? ¿Y en la milenaria y mineralizada China? ¿Quién hubiera predicho que un ejército de campesinos podía derrotar sucesivamente a los ultramodernos ejércitos francés y estadounidense en Vietnam?

Parece mentira que se nos olvide con tanta frecuencia, pero los imperios nacen, se desarrollan y mueren. Ninguno se ha eternizado. No sé cuándo va a morir el Yanqui. No me gusta predecir su muerte supuestamente inminente porque vengo oyendo eso desde que tengo uso de sinrazón. Pero si cayeron imperios tan formidables como Mesopotamia, Persia, Egipto, Roma, el Imperio Islámico sobre el sur de Europa, el Inca, el Azteca, el Español, el Inglés, el Belga, el Portugués y todos los demás, que resultaron a la postre más quebradizos de lo que parecían, ¿por qué va a ser eterno el Yanqui?

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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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