Estados Unidos ha asumido una política abiertamente fascista y guerrerista en contra de los pueblos del mundo bajo la excusa de combatir el terrorismo internacional, a semejanza de lo hecho en el pasado cuando lo hacía en contra del comunismo internacional. A esta se han sumado sus aliados europeos y asiáticos, compartiendo iguales apetencias imperialistas al pretender someter a los países periféricos, en una versión de colonialismo como nunca antes existiera en la historia humana y que condena a la destrucción, al desmembramiento y al sometimiento más atroz a estos mismos países si desacataran la voz imperial.
Ahora alardea, por boca de su presidente George Walker Bush, con entablar una guerra contra Cuba, endureciendo más el bloqueo criminal que sostiene desde hace cuatro décadas contra la Isla, buscando así darle cumplimiento a la vieja aspiración de la clase gobernante estadounidense de acabar, de una buena vez, con su gobierno revolucionario. Una situación de guerra no disimulada que va en sintonía con las invasiones a naciones débiles militarmente como Afganistán e Irak, a las cuales acusara falsamente de ser refugios de terroristas islámicos y de producir armas de destrucción masiva para proceder impunemente al saqueo y control de sus principales recursos naturales (gas y petróleo) con el consentimiento no declarado del resto del mundo, en lo que constituye una violación descarada del Derecho Internacional y un grosero desconocimiento del papel de árbitro que debió cumplir la ONU. Con ello, el régimen de Estados Unidos no hace sino apropiarse del esquema belicista, imperialista e intervencionista (incluyendo su negativa a acatar las resoluciones que emita la ONU en su contra) aplicado desde su fundación por el Estado de Israel, en su propósito de ampliar indefinidamente sus fronteras a costa de sus vecinos árabes.
De ahí que, valido de un poderío militar sin aparente contrapeso a nivel mundial, el imperialismo gringo sea cada vez más audaz y prepotente en su ambición de disponer de un mayor dominio del mundo, haciendo realidad su planificado “nuevo siglo estadounidense”, piedra angular de su política exterior actual. Ello le vale considerarlo una amenaza permanente e irracional para la paz mundial y la autodeterminación de los pueblos, basándose en una visión exclusivista y unilateral del mundo que segrega y ataca a aquellos que no se someten a su arbitrio, recurriendo a todos los mecanismos políticos, diplomáticos, económicos y militares a su alcance, sin importar si sus consecuencias resultan mortales para niños y gente inocente, como se reporta casi clandestinamente desde aquellos lugares que han tenido la desgracia de ser blanco de la “atención” yanqui. Todo esto es respaldado amplia y sistemáticamente por una campaña de desinformación que reproducen las cadenas noticiosas en cada nación, facilitando la inserción del mensaje de Washington en las mentes de los ciudadanos a escala planetaria, conformando un eficaz lavado de cerebro que minimiza las reacciones y voces contestarias que pudieran producirse en cualquier latitud y momento.
La constante amenaza imperialista a nuestros pueblos en general, sean de África, Asia o América, no es algo reciente, producto del derecho divino que les asiste a los estadounidenses para defenderse de sus enemigos, como lo ignoran adrede algunos, sino que ésta siempre se ha manifestado a través del tiempo, en lugares tan distantes o tan cercanos como Vietnam o Panamá. Lo que hacen Bush y sus halcones en la actualidad es montar el escenario para que las grandes corporaciones transnacionales que se hallan tras de ellos dispongan de un control más directo del mercado y de las recursos estratégicos a nivel mundial. En el caso de nuestra América, vemos cómo ya la han sembrado de Tratados de Libre Comercio, y de planes y bases militares (Colombia, Puebla-Panamá, Dignidad), de modo que la soberanía nacional de nuestras patrias chicas quedará reducida a un plano nominal más que real o sustantivo, sometidas, además, a un subdesarrollo y dependencia perennes, difícilmente superables, a menos que se produzca una insurrección continental, comparable a la acontecida a comienzos del siglo XIX. Sin embargo, esta amenaza sólo es percibida por los sectores populares, al contrario de las capas políticas y económicas dominantes que anhelan suscribir cualquier acuerdo bilateral que redunde en una maximización de sus ganancias, lo cual se expresa en un cuadro latente de contradicciones y conflictividades aún por definirse.
Como primera potencia mundial, Estados Unidos arguye librar una guerra en oposición a quienes supuestamente representan una seria amenaza para la civilización. No obstante, la realidad es mucho más compleja de lo que se nos quiere inculcar a través de los grandes medios de información. La realidad es que Estados Unidos es, hoy por hoy, el Estado terrorista más peligroso existente sobre la Tierra. La proliferación de cárceles clandestinas en Europa, lo mismo que en Guantánamo, y detenciones ilegales en Afganistán, Irak y otras naciones, incluidas las de los Cinco Cubanos en los propios Estados Unidos, dan cuenta del respeto que tienen las autoridades yanquis por los Derechos Humanos, lo cual nos coloca a todos los seres humanos en una grave posición de indefensión, más grave todavía si quien ocupa la Casa Blanca está convencido de cumplir con la voluntad divina de conducirnos a lo que es la libertad y la democracia según los parámetros que le resultan convenientes al Tío Sam.-
HOMAR GARCÉS
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