Venezuela, eternamente obligada a morir de mengua

Los límites de Estados Unidos se extienden

virtualmente hasta la Tierra del Fuego.

Presidente William Howard Taft

¡Cuántas enseñanzas contenidas en el prólogo de Federico Brito Figueroa al libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela”, de O. E. Thurber[1]! En pleno auge de la política expansionista de Estados Unidos, transformado ya en un país de estructura económica financiera-monopolista[2], entre 1881-1882, echa las bases de la Unión Panamericana y del Panamericanismo, una trampa geopolítica con remanentes de la Doctrina Monroe y de los postulados del Destino Manifiesto. El Panamericanismo tenía como propósito fundamental justificar las anexiones territoriales en América Latina, mantener el saqueo de sus recursos y la continuación del sistema colonial (pero ahora bajo la perspectiva del sistema financiero-monopolista, y a través de la imposición de una serie de tiranuelos).

Para entonces, ya EE UU había adquirido cierta experiencia invadiendo y destruyendo pueblos: Ha estado en 1831, en las Malvinas y en Puerto de Soledad. De 1835 a 1836 se enfrenta al General Santa Ana, y en 1845 se apodera definitivamente de Texas. Entre 1846 a 1848 se adueña de dos millones de kilómetros cuadrados de territorio mejicano. De 1855 a 1860, el filibustero Williams Walker invade Nicaragua. En 1898 interviene en Cuba e invade y se adueña de San Juan de Puerto de Rico. 

Lamentablemente, durante todo el siglo XIX, casi nadie concibe (sólo Bolívar pudo preverlo con genial agudeza) las redes con las que va armando Estados Unidos su política global para hacer del planeta una colonia al servicio exclusivo de su comercio. A partir de 1897, Estados Unidos comienza a descubrir que ya su enorme producción tiene que buscar otros mercados y éstos nunca podrán conseguirse pacíficamente. El Presidente Theodore Roosevelt consideraba que la guerra era la condición ideal de la sociedad humana y comienza a suplicar por una para su país. La presión de las protestas obreras tiene que encontrar una válvula de escape. El buque Maine, misteriosamente, explota en el puerto de La Habana y mueren 268 personas. Allí estaba servida la guerra que se buscaba. Sólo bastaron tres meses para hacer añicos a las tropas españolas. Qué buen negocio era realmente una guerra. El capital norteamericano comenzó a fluir hacia la isla, y se hicieron dueños de las minas, de los ferrocarriles y de las empresas azucareras.

Los Estados Unidos no se habían metido en Cuba para liberarla, para darle a su pueblo la libertad ni mucho menos para llevar allí la democracia. Eso fue lo que se dijo. Eso será lo que dirán siempre los gobiernos norteamericanos. Mucha gente en Latinoamérica lo creía y lo sigue creyendo. Son 200 años de mentira y de manipulación. Fue por esta guerra como la United Fruit Comany entró en la tierra de José Martí. Para 1901, los gringos eran dueños de más del 80% de las minas cubanas y pertenecían a la Aceros Bethlehem. 

Cuando Cipriano Castro está organizando su invasión a Venezuela, con su compadre Juan Vicente Gómez allá en su hacienda Bella Vista, difícilmente puede llegar a concebir que el mundo se encuentre sometido de la manera más brutal a Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos. Está apareciendo un nuevo orden global, y los gobernantes en Latinoamérica tienen que dar cuenta de sus actuaciones ante estos piratas del orbe. Inglaterra es dueña 9.3 millones de millas cuadradas del planeta y puja por tener más (donde habitan 309 millones de seres humanos); Francia se ha adueñado de 3.7 millones de millas cuadras (56.4 millones de esclavos) y Alemania de 1 millón de millas cuadradas con 14.7 millones de colonizados[3].

Para finales del siglo XIX Venezuela es uno de los países más atrasados de Latinoamérica con un 80% de analfabetas, y para mayor desgracia cada Estado quiere ser soberano; los políticos directores de la Nación son las mismas familias de los oligarcas que se han vendo repartiendo el país desde que Páez tomó el poder. Los oligarcas procuran buscar a un Genio Milagroso, suficientemente listo que siempre tenga la destreza para encontrar préstamos para sus negocios.

Se carece de un ejército nacional; se chapotea entre endemias diversas (la viruela, por ejemplo), con el crédito exterior muy restringido, en medio de un gran estancamiento mercantil, y como única fuente de ingresos fiscales las aduanas, prácticamente paralizadas por la cuarentena a que están sometidos los puertos. Se mezclan estos traumas en las conversaciones de Castro con su compadre Juan Vicente Gómez. Comentan como cosa de poca monta el juicio en un tribunal venezolano a una compañía norteamericana de asfalto, la New York and Bermudez Company.

Cipriano Castro no está muy enterado por qué esta compañía de asfalto es un enclave norteamericano en las propias entrañas de la vida política y económica de Venezuela. Que es parte esencial del capitalismo que se está expandiendo a todo tren en América Latina. Que está cumpliendo una función de dominio global con el que está entrando a saco en las Antillas, ese lago del imperio. Que no se vaya a creer don Cipriano que puede hablarle de reglas y de leyes a un país que está decidido a imponer sus negocios e intereses, a sangre y fuego, si llega el caso. Los ejércitos de Estados Unidos están entrando en una etapa de preparación militar para ir a todos los confines de la tierra e imponer su ley de expoliación y ultraje. Los grandes acorazados se echan a la mar como potentes barcos piratas para practicar la rapiña y la colonización de los pueblos débiles.

Cuando Castro saboreaba un café, en las plácidas madrugadas de Cúcuta, imaginándose una marcha victoriosa como Bolívar en su Campaña Admirable, y gobernar con mano dura para enderezar la patria, no tiene idea de que como polilla maldita de los gringos junto con la mafia de los países europeos ya son dueños de gran parte del Caribe; con sus fuerzas militares allí instaladas, consideran que el resto del continente es una pera madura lista para ser arrancada

 

[1] Fondo editorial Lola de Fuenmayor, Centro de Investigaciones Históricas- Universidad Santa María, Caracas, Venezuela, 1984

 

[2] Prólogo de Federico Brito Figueroa en el libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela” de O. E. Thurber.

[3] Datos tomados del trabajo de Brito Figueroa, arriba mencionado.

jrodri@ula.ve





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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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