Uno de los grandes traumas de Estados Unidos fue el fin de la guerra fría. De 1947 a 1989, fueron años gloriosos de gran bienestar; su era de mayor expansión económica. A George W. Bush le tocaba inaugurar una época compleja, sin guerras y sin grandes crisis bélicas en el horizonte. Había que inventarlas para darle vigor y carácter al metabolismo devorador del capital. Desde principios del siglo XX, cada jefe de Estado norteamericano inventaba su propia agenda de peligros y terrorismos. Auto-hundieron el “Maine” con unos 300 norteamericanos dentro para declararle la guerra a España y apoderarse de Cuba; luego prepararon la trama en Pearl Harbor para entrar en la Segunda Guerra Mundial; se auto-atacaron en el Golfo de Tonkin para entrar en la guerra de Vietnam. Crearon amenazas comunistas o de narcotráfico en Nicaragua, Guatemala, Haití, República Dominicana, Grenada, Colombia, Ecuador, Chile, Perú y Panamá, y de una u otra manera a todos esos países los invadieron.
El derrocamiento de las torres fue una de esas últimas jugadas “geniales”, y para darle impulso a la guerra involucraron a medio mundo, hasta que comenzaron a quedarse solos y la gasolina se les ha ido acabando, por lo que he ahí una de las razones fundamentales de la espantosa recesión que se avecina. Porque de esa manera funciona el sistema financiero mundial.
Los expertos lo saben, la guerra no puede detenerse. No podría vivir el mundo sin un mes de bombardeos a algún pueblo, a alguna región del planeta. Los Estados Unidos han participado en guerras permanentes de todo tipo desde la Primera Guerra Mundial. Los archivos del Pentágono están llenos de mapas, acciones estratégicas y planes de contingencia para guerras hasta el 2050. A partir de 1960, las operaciones militares norteamericanas se concentraron en guerras de contrainsurgencia, en guerras contra movimientos y personajes políticos, más bien que en guerras contra los gobiernos. Esa fue una fase que funcionaba más o menos bien en Asia, África y América Latina. Este tipo de operaciones les permitía mantener contratos multimillonarios con las grandes compañías como la General Electric, la General Motors, la Compañía Colgate-Palmolive, Sears, la Ford, Jersey Standard, Royal Dutch Shell, la Chrysler, Unilever, Mobil Oil, Western Electric y Bethlehem Stell. Igualmente que mantener bases militares que les permitiera dar empleo a millones de norteamericanos. Como se les está acabando la gasolina, digo, en Irak, con resultados nada alentadores y el negocio de la guerra contra Irán no va bien (a pesar de que tiene 25 año de bloqueo contra este país persa), entonces están revisando un ataque militar contra Venezuela. Se le ha dado la orden a la SIP de mantener constantemente titulares bélicos sobre tensiones entre Venezuela y Colombia. El plan contempla sobre todo recoger declaraciones de supuestos ex guerrilleros que impliquen a Chávez en el suministro de armas a la insurgencia colombiana y en la edición de videos sobre nexos de funcionarios bolivarianos con la guerrilla y el narcotráfico. Un punto que se trató con mucha seriedad fue el de solicitar la extradición de Chávez a Estados Unidos por sus conexiones con grupos terroristas y narcotraficantes.
Toda esta arquitectura belicista está en el alma de la política expansionista de Washington desde la Doctrina Monroe hasta la Doctrina Truman. Una guerra global que comenzó desde que el ejército norteamericano decidió el control del continente de manos de los indios y extender su esfera de influencia a Latinoamérica y a “su lago del Caribe”.
Bush está permanente reunido con generales y almirantes a los que constantemente les pide consejo sobre política exterior. Su obsesión es ver cómo gana las guerras que ha creado en el mundo. Cómo intervenir mediante una estrategia de aproximación indirecta en Venezuela, usando sobre todo a los paracos. Los Jefes Conjuntos de Estado Mayor, le hacen reportes diarios de lo que se desarrolla en el Cairo, Teherán, Bagdad, Bogotá y Caracas, y todo apunta a que es necesario atender la peligrosa situación en Suramérica. Para Bush, ya se erosionaron para siempre las barreras semánticas tradicionales entre las funciones “políticas” y las “militares”. Ya él lo dice, “no hay política que valga sin una acción militar por detrás, presionando, y a Chávez hay que sacarlo del escenario de Latinoamérica este año. Quiero que me traigan una solución cuanto antes…”
A Estados Unidos le urge emplear una fuerza básica de unos 8 millones de hombres este año en el frente de la guerra global. Ya vemos cómo se tambalea la economía precisamente porque derribar las torres en Nueva York no dio los resultados esperados. La marina pensó conservar durante una década 700 mil hombres, 771 buques de combate principales y 8 mil auxiliares y una fuerza aérea de 28 mil aviones. Requiere empleo urgente con planes prioritarios en unos treinta frentes para más de 500 mil expertos norteamericanos concentrados en la “seguridad” de África, Asia y América Latina. Todos con el fin de extraer recursos igualmente para fines bélicos.
En estos momentos casi todos los embajadores gringos en el mundo son militares profesionales que han pasado una temporada en la CIA. La política de Bush es sencilla: “Sin una guerra permanente en cualquier parte del globo nuestro país está en peligro. Nosotros vivimos de la amenaza del terror, de la movilización de grandes flotas por todos los océanos, de bases militares en el planeta y de la producción y refinación imparable de armas sofisticadas… El despliegue mundial de las fuerzas de los Estados Unidos representa una oportunidad para proyectar nuestro poder, al cual nunca vamos a renunciar porque sencillamente se trata de responsabilidades del liderazgo mundial.” Es por ello por lo que los Jefes Conjuntos de Estado argumentaron con éxito que después de la Segunda Guerra Mundial se retuviera la mayor parte del sistema de bases adquirido durante la guerra.
En Colombia ahora mismo se está organizando toda una enorme oficina de Servicios Estratégicos para la inteligencia y el espionaje de los Estados Unidos, con fines de desarrollar un conflicto grave como el que se dio con la Contra (en este caso el papel lo harían los paracos) en Nicaragua.
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