El piloto se siente omnipotente porque ve el mundo desde arriba como si fuera Dios. Aunque es de noche, sabe que vuela sobre la frontera entre Colombia y Ecuador. El objetivo está precisado y el resultado es seguro. “Ya era hora”, piensa el piloto, después de tanto bombardear sabanas y montañas para solo matar vacas y campesinos. Guiado por sistemas electrónicos conectados con los satélites del Pentágono, mete la aeronave en un corredor imaginario y pica hacia el blanco, un punto brillante en el radar de ataque, situado a la distancia que le indica la pantalla: 4, 3, 2 mil metros… Lanza la carga de muerte y a los pocos segundos un relámpago silencioso ilumina por un momento el paisaje y el costado del aparato que efectúa un viraje en ascenso. El piloto contempla una nube de humo blanco con resplandores que sube desde el sitio del impacto.
El piloto no sabe nada porque en esa aeronave la única “inteligente” era la bomba.. No sabe que ha matado a 18 guerrilleras y guerrilleros que dormían, entre ellos al Comandante Raúl Reyes; no sabe que ha dejado a dos guerrilleras heridas; no sabe que ha matado la esperanza de los cautivos de ambos bandos y de sus familias, que ha matado el tiempo de confianza inaugurado por la gestión humanitaria de Hugo Chávez y Piedad Córdoba, que ha matado posibilidades de paz en Colombia.
Mucha sangre deberá correr ahora antes de lograr el acuerdo humanitario que se perfilaba hace una semana. El piloto que ha matado a Raúl Reyes no sabe que no podrá matarlo en el corazón de Colombia y en la memoria de América Latina. No sabe que tendrá que esconder su “hazaña de guerra” hasta de sus propios hijos, como la vergüenza del soldado que sirve a un lacayo y mata a su propio pueblo.
MONTAÑAS Y PUEBLOS
El obsceno presidente Uribe, que ya se había ganado su puesto en el museo de la infamia, consiguió ahora el epitafio perfecto para la tumba que su cuerpo profanará algún día; se trata de la definición que de él dio Raúl Reyes: “mafioso, para-militar, bufón, grosero, calumniador y mentiroso”.
El epitafio del Comandante Raúl Reyes no tiene letras sino montañas, no tiene palabras sino pueblos. Todo lo abandonó para servir a su patria. Y su muerte, al contrario de lo que quieran creer los que apuestan por una solución militar, marca una nueva etapa hacia una solución política del conflicto.
HORA BOLIVARIANA PARA COLOMBIA
Ya son 60 años de sangre y fuego, de sangre joven derramada por los campos y ciudades de Colombia, de crueldades inútiles y pérdidas irreparables. Los trabajadores de la guerra, guerrilleros y soldados, la jóven oficialidad bolivariana y los mandos guerrilleros, deben saber y ya saben que cualquier improbable victoria militar será cuestión de muchos años más de destrucción y muerte. Ya es hora de encuentros y conversaciones. Ya es hora de ponerse de acuerdo para juntos darle al pueblo colombiano lo que más anhela: cambiar lucha militar por lucha política, instaurar una democracia que no excluya a nadie. Detener la matanza como se hizo en Argentina, El Salvador, Irlanda del Norte, Nicaragua…porque entre hermanos es mejor un mal arreglo que un buen pleito, y porque la guerra sólo beneficia a quienes no combaten, que son los mismos que crearon las causas del conflicto.
A las Fuerzas Armadas colombianas les toca ahora ser revolucionarias a su modo para volverse, también ellas, un ejército del pueblo. A las Fuerzas Armadas colombianas les toca ahora salvar a su patria cumpliendo con las condiciones para un acuerdo entre combatientes: respeto por la soberanía de Colombia, antiimperialismo y amor por el pueblo. En pocas palabras, ser bolivarianas.
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