El viejo dólar, respaldado por las reservas auríferas, llegó a su fin en 1971 cuando Richard Nixon de modo unilateral lo decretó así, y así como así, como suele ser el hábito de los “amos del valle”. De tal forma la privilegiada moneda, con rango internacional, según favor de los acuerdos de Breton Wood desde 1944, mutaba su genética por y hacia el nuevo componente financiero del momento: el petróleo. La potencia militar más poderosa, siempre envuelta en el aura de la soberbia, movía así una pieza que entrañaba despecho y venganza ante los bancos europeos que demandaban oro por sus dólares.
Pero de ahora en adelante, porque la potencia así lo decía, el dólar tendría que cotizarse según las "fuerzas del mercado". Y esa soberbia, que en el fondo escondía la alarma de ver cómo el oro salía a chorros desde la Reserva Federal, disimulaba también la pérdida de la garantía, cada vez mayor, del dólar como moneda del imperio. Así son los imperios de fachosos, amén de soberbios, disimulantes eternos de las fracturas internas de su economía en problemas con el manto de la omnipotente voluntad de mantener el control... y el secreto.
Se mutaba porque se mutaba. "La quiebra con el oro abrió la puerta a una fase enteramente nueva del siglo americano", "lanzándose hacia un sistema de divisas flotantes" (1), cuya mayor repercusión se tradujo en la maldición de soportar EEUU su economía en los "recursos naturales y ahorros del resto del mundo" (2). Las "fuerzas del mercado" se convirtieron en una aventura exploratoria de recursos naturales en el globo terráqueo, de aseguramiento geopolítico y estratégico, cuya mayor ponderación desde el punto de vista de los yacimientos evaluados o del valor geoestratégico del área, determinaba el acaecimiento de una guerra y una final invasión del país satanizado cuyo propósito fue siempre la expropiación.
Se lanzaba EEUU, cabeza del imperio capitalista, a mercantilizar al mundo, legitimando, como peculiar práctica, su actitud y acciones con el discurso de los valores democráticos, blandido hasta la saciedad tanto en la era de la Guerra Fría (comunismo, armamentismo) como posteriormente, con novedosas justificaciones como terrorismo (Afganistán), armamentismo nuclear (Irak) o, la nueva tesis, narcotráfico o guerrilla, que parecen querer estrenar con Venezuela. Sólo así, con un dólar disociado del mermante oro, fue posible, entre tantas cosas, que EEUU terminara de financiar sus matanzas en Vietnam hasta 1975, gastando en la guerra 20 veces el valor de lo que en oro le quedaba en la Reserva Federal. Cada pedazo de tierra del planeta empezó a figurar en su haber contable como un activo conquistable, según se vio obligado el imperio a tener manos libres para jugar ajedrez con el mundo.
Con el nuevo dólar, petrolerizado, y una nueva economía dispuesta a hacerse fuerte mediante el expolio y la guerra internacionales, el capitalismo mundial, por extensión imperialismo, se dispuso a llevar hasta sus últimas consecuencia su tesis del libre mercado, mutando a oro negro su respaldante fisonomía y genética monetarias. Nacía la nueva aventura de soportar un imperio no en valores político o militares, como en el pasado, sino en la mercantilización del mundo, en la tasación del globo terráqueo en tanto agregado en hidrocarburos, bajo el título permisivo y legitimante de instituciones y discursos para los fines: la democracia.
Estas estructuras democráticas obligantes son: (a) la ONU y su conjunto de satélites institucionales, como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio (OMC); (b) instituciones anglo-americanas (Council on Foreing Relations, entre otras), creadas con finanzas petroleras para la toma de "decisiones de carácter estratégico que conlleven al dominio del mundo" (3); y (c) el grupo agremiado de países, como el G7, cuya función es inclinar la balanza económica hacia el interés político imperial.
De forma que la nueva genética imperial de sostenerse de las glándulas mamarias del resto del mundo, y glándulas no precisamente lácteas, se erige en ese nuevo paradigma económico del que tanto se habla hoy en el sentido de crisis, visto en su desgracia cuando el dólar se debilita frente al euro, se agotan las reservas de petróleo mundiales, los mismo EEUU cada día dependen más de él como fuente de energía y los países con yacimientos insurgen cada vez más como dueños soberanos de sus reservas, renuentes a la manipulación o la trampa lesiva de tratados leoninos con los explotadores (caso reciente Venezuela). Cosa complicada para el dólar y su economía, hasta el punto que se habla del fin de una era, como en el pasado el fundamento económico fue el oro; y, complicada también, para quienes son propietarios de reservas energéticas, quienes deben resistir el asedio del discurso “democrático” y “democratizante” de las potencias militares que no se quedarán de brazos cruzados mirando cómo su sistema económico se derrumba.
Si las reservas de un país no se toman mediante los tramposos tratados de explotación de hidrocarburos, seguramente (necesidad obliga) se intentarán tomar por la fuerza. Nunca como ahora parece ilustrada la tesis de que los países empujan hacia la guerra en la medida de sus premuras económicas. El dólar y la economía imperial del mundo, con cabeza en EEUU, empuja hacia la guerra, hacia la invasión, hacia la invención de nuevas modalidades de discursos democráticos, como el argumento del narcotráfico y terrorismo para Venezuela. En el fondo, sabemos, es el petróleo, el alma de la economía imperial capitalista del mundo. Ya lo dijeron con Irak, donde no valió ni discurso prohibidor ni resoluciones de la misma ONU para contener la siniestra necesidad de las potencias y del mundo industrializado. Las instituciones todas, del sistema, apuntan al sistema, de forma que cualquier país, en trance de ser invadido, que ponga su queja en los tribunales del sistema, podrá milagrosamente sustraerse de la voracidad del ogro capitalista.
Cuando Nixon liquidó aquel uso del oro, pasando a la historia la tangible Reserva Federal de un sistema económico y político, dio puerta franca -como dijimos- a esa temible economía de libre mercado y a esas nuevas figuras sustitutas de la Reserva, nuevos bancos como el Chase Manhattan y Citibank y otros, cuyo capital tenía la virtud de ser aéreo, intangible, 100% dependiente de las "fuerzas del mercado". Hoy lo que hace el papel de banco central en EEUU es una empresa privada, propiedad de otros tantos bancos privados, con grandes apellidos como fiscales contralores: Rockfeller, Rothschild, Davison, 62% de acciones. Y vea usted si no encuentra la palabra Rockfeller teñida de petróleo. Hasta puede decirse que la economía imperial es de naturaleza aérea, sin nada firme en las manos que le pertenezca (que no sea el mundo, claro), es decir, que sea propio, tangible, nada dependiente de las economías y recursos de otras naciones; pero ¡ojo! aéreo y peligroso constituye, en este caso, una terrible sinonimia.
Es muy fácil concluir con un silogismo: el petróleo es base de la economía imperial, el petróleo se pone difícil (sea por soberanía o merma), luego la economía necesita apoderarse a como de lugar del petróleo restante o existente, con gran ferocidad, a título de supervivencia. No es juego que la era del dólar, era del petróleo, esté llegando a su fin, con toda la amenaza que implica su supervivencia. La creación de nuevos mercados para sus reservas por parte de Irán y Venezuela, la propuesta de Irán de no cotizar más el crudo en la moneda imperial y la renuencia cada vez más fuerte de los países productores a dejarse birlar sus reservas; puede, en efecto, constituir un golpe de muerte para un modelo económico que declina, pero se sabe que la cosa no es tan simple. Las guerras e invasiones, hoy como siempre, acaecen cuando se amenazan supervivencias.
Según el petróleo es un correoso líquido que alimenta una maquinaria, puede afirmarse respecto de las potencias consumidoras, potencias amas del mundo, militares por antonomasia, que a mayores problemas de suministro, mayores posibilidades de guerras.
(1) Wladimir Ruiz Tirado: “¿Otro Estados Unidos de América es posible?” en A plena voz. – (2.007) nº 35-6, sep-oct; p. 19-21.
(2) Raúl Ramírez: “Imperio en crisis” en Temas Venezuela. – (2.007) sept 28 – oct 4; p. 11.
(3) Ruiz: op cit, p. 20.
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