Anoche tuve un sueño muy extraño. Estaba hablando por teléfono con George W. Bush, diciéndole que si solo hablara con el Presidente Chávez, todo se pudiera resolver. Sabía que la honestidad, sinceridad, cariño y encanto de Chávez pudiera convencer hasta el diablo mismo. Lamentablemente, ese sueño está muy lejos de la realidad. En lugar de querer hablar con Chávez, Bush lo quiere colocar – con su país entero – en la lista de estados terroristas; clasificación que abrirá la puerta a la invocación unilateral de la Doctrina de Guerra Preventiva. A seis años del nefasto golpe de estado contra el Comandante Chávez y la revolución bolivariana, suenan los tambores de guerra desde Washington.
En abril del 2002, Venezuela y el Presidente Chávez no figuraban en ninguna lista de amenazas, preocupaciones o peligros para Estados Unidos. Si, es cierto que estaban financiando partidos políticos, ONG, sindicatos y cámaras de comercio de la oposición a través de la NED. También promovían disidencia dentro de las fuerzas armadas y luego ayudaron ejecutar el golpe de abril. Fue después, en junio del 2002 que la USAID llegó al país y estableció su Oficina para las Inciativas hacia una Transición (OTI), con un presupuesto por encima de los diez millones de dólares para invertir y alimentar el creciente conflicto nacional. Y luego, asesoraron y apoyaron el sabotaje económico de diciembre 2002 que duró hasta febrero del 2003, causando mucho daño a la industria petrolero y la economía venezolana, pero que terminó reforzando la resistencia revolucionaria ante el golpismo fascista. Washington estaba siempre presente, aplaudiendo los esfuerzos de la oposición (bien financiados y planificados desde el seno imperial), pero aún no consideraba a Venezuela como una amenaza de algun nivel preocupante. Más bien, confiaban en sus aliados de siempre, aquel movimiento de la oligarquía venezolana que había ganado el avalo de Washington desde los tiempos del pacto de Punto Fijo.
No fue realmente sino hasta después de que perdieron el referéndum revocatorio, entregando una victoria abrumadora a Chávez y la revolución, que los halcones y estrategos del norte se dieron cuenta que en Venezuela, había un problema. La oposición en la cual habían confiado tan ciegamente les había engañado. Ellos no tenían ni el apoyo de la mayoría ni la capacidad de derrotar al jefe de estado venezolano y su movimiento revolucionario. Todo lo que habían contado a Bush y sus socios era mentira.
Condoleezza Rice, entonces Asesora de Seguridad Nacional, se dio cuenta del grave error que habían cometido, confiando tanto en un grupo de oligarcos resentidos que ni siquiera podrían lograr salir de Chávez después de golpes de estados, sabotajes económicos y hasta un revocatorio financiado por más de nueve millones de dólares de la NED y la USAID. Poco después, cuando Condoleezza asumió el cargo de Secretario de Estado, ella decidió tomar control de la situación. La confianza que Washington tenía en la fracasada oposición venezolana había permitido que Chávez creciera como un líder internacional. Había abierto la puerto a la llegada al poder de una cantidad preocupante de gobernantes socialistas e izquierdistas en América Latina. Había comenzado a seriamente amenazar la dominación de Estados Unidos en la región, y su control sobre la economía del hemisferio. Peor aún, con la guerra en Irak costando billones de dólares más de lo incialmente pensado, y tardando mucho tiempo más de lo anticipado, Washington y sus aliados estaban comenzando a preocuparse por las reservas petroleras a nivel internacional. No era entonces algo permisible dejar que la mayor cantidad de reservas petroleras en el mundo quedaban en manos de un jefe de estado socialista, anti-imperialista, y quien estaba liderando un movimiento revolucionario por todo el continente; lugar además, considerado por Estados Unidos como su “patio trasero”.
La política de Condoleezza reorientó la estrategia de Washington hacia Venezuela. Fue ella quien por primera vez declaró a Chávez como “fuerza negativa en la región”. Fue ella quien dirigió al Departamento de Estado clasificar a la Venezuela bajo Chávez como una amenaza a la seguridad de la región. Y fueron solo meses después que la CIA y el Pentágono siguieron sus pasos, colocando a Venezuela en una lista de “prioridades” para los equipos de inteligencia y defensa.
El año siguente, con un Chávez reeligido por una mayoría aún más grande y el anuncio del “rumbo al socialismo del siglo XXI”, Washington estaba agarrándose por los pelos. Ya Evo Morales había ganado la presidencia en Bolivia, y Ecuador iba en un camino parecido. En Argentina, Uruguay, Nicaragua – por donde miraban, los países de la región estaban liberándose de las cadenas imperiales y para Washington, todo indicaba que Chávez era el responsable (claro con un Fidel detrás guiándolo). Y es justamente en el 2006 que la Casa Blanca y el Departamento de Estado anuncian que Venezuela ha sido colocado en una lista de “países que no colaboran suficientemente con la lucha contra el terrorismo” – lista en la cual no hay otro país, por cierto - solo Venezuela. Era un “intermedio” entre un país amigo y un país enemigo. Era un aviso a Chávez y al pueblo venezolano, que si no cambiaran su rumbo, recibirán la ira del imperio.
Vimos una primavera llena de maniobras militares, portaaviones, submarinos nucleares, destructores con misiles, y todo clase de nave de guerra de Estados Unidos y los países de la OTAN flotando por las costas venezolanas en un claro acto de intimidación. Luego, aumentó el intento de causar conflictos entre Venezuela y sus vecinos, primero con Curazao y las antillas nerlandesas, los cuales decían los medios internacionales que Chávez quería invadir y anexar. Después con el vecino país Guyana, circulaban rumores sobre una ocupación venezolana del territorio en reclamo entre los países. Y finalmente, en el 2007 y hasta principios del 2008 lograron agitar el conflicto entre Venezuela y Colombia, aunque debido al apoyo y razonamiento de las naciones latinoamericanos, esto tampoco resultó en cosa más grave.
Sin embargo, estos “ensayos” de conflictos regionales, han dado la oportunidad a Estados Unidos aumentar su presencia militar en la región y convencer a la opinión pública internacional que Chávez es una causa de problemas. La guerra mediática esta más fuerte que nunca contra Venezuela y contra el Presidente Chávez en particular. La táctica de la “demonización del líder” esta siendo utilizado de manera sistemática en los medios de comunicación estadounidenses, europeos y latinoamericanos.
A seis años del golpe contra Venezuela, la revolución y el Comandante Chávez, el propio Presidente Bush ha solicitado la posibilidad de colocar a Venezuela en la lista de estados terroristas. El Congreso de Estados Unidos esta promoviendo la aprobación de la Resolución 1049, la cual designa a Venezuela como un estado terrorista por su relación “estrecha” con las FARC y con los países de Cuba, Irán, Siria y Corea del Norte, quienes estan todos clasificados por Washington como terroristas. Esta clasificación auto-justificaría cualquier acción unilateral que Washington ejecuta contra Venezuela, sea una invasión militar, un acto de magnicidio o una ocupación de un territorio regional para “asegurar” los “intereses de Estados Unidos y sus aliados”.
El 28 de marzo de este año, el Comando de Operaciones Especiales del Departamento de Defensa de Estados Unidos inició la “Operación Libertad Duradera – Caribe y América Central”, la cual no es ni maniobra militar ni un ejercicio ficticio. Es una operación militar verdadera que ha desplegado un batallón élite de 36 solados la Guardia Nacional de Estados Unidos y un equipo de combate, que incluye portaaviones, submarinos, aviones de combate, destructores con misiles, etc., para preparar la defensa y respuesta de Estados Unidos contra la amenaza del terrorismo en la región.
A seis años del golpe fracasado contra la revolución, Washington intensifica su guerra contra Venezuela y sus aliados en la región. El 4 de mayo habrá un referéndum en Santa Cruz, Bolivia, promovido, financiado y avalado por Estados Unidos que busca crear una autonomía federal – un país independiente – en ese territorio rico en recursos naturales e ingresos económicos. El resultado de ese proceso afectaría todo el continente y abrirá la puerta a los infectuosos movimientos separatistas que buscan la desintegración de la unidad latínoamericano y la recuperación de la dominación imperial de Washington.
A seis años del golpe, somos más fuertes, más unidos, más conscientes, pero muchísimo más amenazados. La urgencia de un bloque regional contra el imperialismo y contra la injerencia de Washington está más vigente y necesaria que nunca. Tanto como el pueblo venezolano salió hace seis años a las calles para rescatar su constitución, su democracia, su presidente y su revolución, hoy los pueblos de América Latina tienen que salir unidos a rechazar y derrotar la Guerra Imperial que se acerca como una tormenta mortal a las costas de la revolución continental.
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