Con el paso de los días se va descorriendo el velo mediático que cubrió la sainete -cuyos derechos ya se reservó Hollywood- del “rescate espectacular” de Ingrid Betancourt, los 3 mercenarios estadounidenses y los 11 miembros de las fuerzas de seguridad colombianas que permanecían cautivos. Más allá de la incertidumbre que ha provocado en la comunidad internacional, la versión del suceso ofrecida por el gobierno colombiano con la bendición del Departamento de Estado, sin duda éste ha sido un golpe significativo para las FARC.
Además de perder una de sus mejores cartas para negociar un acuerdo humanitario, con éste hecho se reafirmó el deterioro que viene sufriendo la moral interna de la FARC, horadada por la pérdida de su líder histórico Marulanda, de varios miembros del secretariado, pero sobre todo, por los efectos corrosivos que sobre la mística de sus combatientes ha tenido, la contradictoria vinculación de la lucha revolucionaria con el negocio de la droga, la extorción y el secuestro.
Quizás, éste nuevo revés obligue a la dirección de la FARC a realizar un viraje estratégico para retomar la iniciativa a partir de una rectificación profunda de sus “métodos”, absolutamente reñidos con la ética socialista, lo cual es esencial para recuperar la credibilidad como fuerza revolucionaria. Mantener la línea de liberación unilateral de rehenes teniendo como interlocutores a gobiernos amigos de la paz –como Venezuela y Ecuador- con la participación de la Cruz Roja Internacional, sería una buena señal en esa dirección.
No obstante, por muy buena disposición que tenga la FARC de rectificar en sus métodos de lucha y buscar una salida negociada a la guerra civil que durante más de cinco décadas afecta a Colombia, si se mantiene la línea del gobierno de Uribe y su inefable Ministro de la Defensa, de exigirles una rendición incondicional para que se sometan a los designios de la parapolítica, será muy difícil que dicho gesto se traduzca en un paso importante en el camino hacia la paz. Es así, porque muy probablemente las FARC no estarían dispuestas a repetir la trágica experiencia de los acuerdos celebrados con el gobierno de Belisario Betancourt en 1985, de los cuales se derivó la fundación del partido Unión Patriótica que participó en las elecciones de 1986 y el asesinato de dos candidatos presidenciales, 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y más de tres mil de sus militantes, en manos de grupos paramilitares, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado colombiano y narcotraficantes.
Vista así las cosas, no pareciera que la el proceso de paz colombiano tenga viabilidad en el corto plazo sin una negociación equilibrada con la ayuda de una mediación internacional aceptada por ambas partes, que ha sido el camino que propuso el Presidente Hugo Chávez para Colombia y antes condujo a la paz en Centroamérica. De otra manera y a pesar de la buena disposición del comandante de la FARC Alfonso Cano, los “señores de la guerra” desde la Casa Nariño, continuarán saboteando cualquier intento de torcer el rumbo trazado -a través del Plan Colombia- por el imperio estadounidense, para utilizar al hermano país como un “caballo de Troya”, destinado a evitar que nuestra región logre su emancipación definitiva, a través de la unión de nuestros pueblos para conformar una sola Nación como la soñó El Libertador.
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