Cuando un ser humano decide destruir, sin medias, a otro u otros seres, el principal impulso es un sentimiento del que mucho se ha escrito: El odio.
No cabe duda que esta fecha, marcó el cambio del accionar del imperio, se volvió más descarado, más de lo que ya era, pero la represalia, si es que hay razón para alguna, no se fundamenta en el derrumbe de las torres de uno de los principales centros financieros del capital, su basamento es en el más profundo desprecio hacia lo que consideran, en su miope soberbia, atraso, barbarie y en definitiva formas inferiores de cultura. Esta fecha representa la ironía absoluta, por coincidir con el fin del sueño chileno de una sociedad justa en el año 1973, por las mismas razones con las que el imperio atacó luego del colapso de las gemelas.
Seguridad de Estado, terrorismo, defensa de la democracia, son solo pocos de los argumentos con los cuales el Imperio siempre atenta contra los pueblos, en el 73 el chileno y desde el 2001, de forma abierta contra cualquiera que ose alzar la voz ante sus atropellos.
Para 1970, nadie podía creer que una propuesta de izquierda se pudiera llegar al gobierno por vía electoral, por vía pacífica, con las normas de un juego supuestamente democrático impuesto por la clase dominante. Eso fue exactamente lo que sucedió cuando Allende ganó las elecciones, el resultado, un golpe de Estado aupado desde Washington y perpetrado por las satrapías oligarcas cómplices de las trasnacionales.
Desde ese 11 infame y durante 17 años el pueblo chileno vivió la desaparición, la muerte, la represión, la tortura, el exilio, el silencio, la prisión. Todavía la herida social del 11 de septiembre no ha cicatrizado, la sed de justicia no se ha saciado, todavía la sociedad chilena se enfrenta, ante el recuerdo de la Unidad Popular de Allende y la derecha que defiende, todavía hoy después de su muerte, a Pinochet y a una de las más sangrientas dictaduras de Latinoamérica.
Sin embargo, hoy solo se recuerda el impacto de los aviones en las Torres, las imágenes presentadas en vivo como la afrenta máxima al sistema capitalista y al imperio. Debemos ser solidarios con las vidas humanas perdidas, pero recordando lo que vino después, su impacto mundial, la persecución, la guerra, la desaparición sin tapujos de miles de vidas, de la perdida por las bombas de miles de años de acumulación cultural en nombre de una libertad que no respeta la autodeterminación de los pueblos y es la bandera de un odio hacia lo diferente, con el criterio de la superioridad racial y un destino manifiesto a manejar al mundo, tildando todo y a todos de terroristas.
El llamado camaradas es a preservar nuestra memoria, pero sobre todo no olvidar los desmanes pasados como ese 11-S del 73 en Chile.
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