La expulsión

Son raros, hoy en día, los casos de la política internacional donde la moral brote a borbotones, como río turbulento y caudaloso. La calma, y el tedio, moral es más bien la norma. La expulsión del embajador de EEUU, Patrick Duddy, anunciada por el Presidente Chávez, quizás sólo tenga precedente ético en el retiro del embajador de Venezuela en Israel, en agosto del 2006, en protesta por la ofensiva militar contra el pueblo palestino en el Líbano. Son hechos raros de una inmensa significación no sólo política sino, fundamentalmente, moral. El sentido de lo que significa la dimensión moral de la política, es un tema sobre el que hemos escrito reiteradamente y sobre el cual es necesario reflexionar.

La política moderna, particularmente la política occidental, está caracterizada por el miedo, la hipocresía y el oportunismo. Nos hemos acostumbrado a ello. La revolución cubana es una excepción. Las “negociaciones” en política son plata de uso corriente, mientras que los principios son moneda mellada. Valores políticos de antaño, de la época de las guerras cuerpo a cuerpo, no tecnológicas, como la dignidad, la soberanía, el honor, la humildad o la vergüenza quedaron en la sentina de todo lo que se olvida y se abandona. La aberrante premisa de Maquiavelo, “el fin justifica los medios” es valorada sin rubor, cuando son los medios lo fundamental y los que establecen la nobleza de un fin. El mundo ahíto y sosegado. El lenguaje “políticamente correcto” se ha vuelto costumbre. Se entiende que un político debe evitar los conflictos, ser comedido en sus palabras, no faltar el respeto y tener buenos modales. Es decir, debe abandonarse a un destino sin responsabilidad universal.

La solidaridad es uno de los valores principales de la política. Más aún de la política revolucionaria. Como decía un antiguo historiador griego, Tucídides, el drama de la miseria no es que exista (esto es parte dolorosa de la vida misma) sino que no hagamos todo lo que esté a nuestro alcance, hasta lo imposible, para acabar con ella. Importa el niño pobre de Venezuela tanto como cualquier otro. La miseria en países con mayores necesidades que las nuestras. De allí, el carácter internacionalista de las revoluciones. De allí el ALBA, PETROCARIBE y otras iniciativas solidarias.

Ahora, no basta la solidaridad económica, ni la solidaridad social, también es necesaria la solidaridad política y éstas se sintetizan en la dimensión moral de la política. La lucha de Bolivia y de Evo Morales es la lucha de Venezuela. Y de Nuestra América. De eso no caben dudas.

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Reinaldo Quijada


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