¿Cuál es el motivo para que alguien que accedió a la presidencia bajo los mejores auspicios y en medio de un delirante entusiasmo, se desplome de tal manera y siembre fuertes sentimientos de duda sobre su verdadera capacidad de conducción?
No es fácil desentrañar lo que ocurre. Entrar en el complicado laberinto en que está metido el presidente Obama constituye un desafío. Pero intentaré algunas explicaciones: A) Comienzo con la más piadosa: que Obama no evaluó bien el poder que iba a enfrentar para adelantar las promesas democratizadoras, sociales, y en materia de política exterior que hacía. Lo cual no tiene nada de extraño por el contraste que suele darse entre oferta electoral y ejercicio del gobierno.
B) Que el presidente de los Estados Unidos ha tenido que hacerle concesiones -que incluso afectan la ejecución de su programa- a la derecha norteamericana, y que evita confrontar con los sectores que apoyaron la gestión de George W.
Bush. En otras palabras, que la actitud de Obama obedece a un plan del momento, orientado a fortalecer sus poderes en la delicada etapa de la transición, y luego, una vez consolidado, reivindicará su proyecto original.
C) Que se confirma que el poder del presidente de los Estados Unidos es relativo. Que por debajo de la institución presidencial funcionan poderes compartimentados que deciden con relativa autonomía, en múltiples ocasiones, más que la Casa Blanca. El complejo militar-industrial, por ejemplo, al cual se refirió con cierto dejo crítico el expresidente Dwight Eisenhower, es determinante. Traza líneas de acción y trabaja con hechos cumplidos. Reaccionar frente a este macro y difuso poder puede significar el caos o la propia muerte de quien lo intente.
D) Otra explicación, quizá la más inquietante. Que Obama está consciente de la situación y, deliberadamente, opta por no enfrentarla. Al fin y al cabo es un hombre formado en lo que es la política norteamericana. El pragmatismo lo absorbe y actúa en consecuencia. Es lo que explica que habiendo ganado la presidencia con un mensaje antibélico, emprenda la aventura de su propia guerra en Afganistán con los desoladores resultados que se conocen. Que habiendo debutado con buen pie ante los países latinoamericanos en la cumbre de Trinidad-Tobago, con un discurso fresco, opuesto al de Bush, anti ingerencista y solidario, tolere que los militares de su país monitoreen desde la Base Militar de Palmerola, Honduras, el golpe contra el gobierno constitucional de Zelaya, y que durante este proceso asuma una actitud ambigua. De igual manera, que su gobierno adhiera, en silencio, la instalación de 7 Bases Militares norteamericanas en Colombia, con lo cual facilita internacionalizar el conflicto interno de esta nación, y que la región entre en una peligrosa escalada bélica. Cabe preguntar, ¿es suya esa política de montar Bases Militares en Colombia, iniciativa que puede extenderse a otras naciones como lo sugiere el Canciller peruano cuando declara que su país podría hacer lo mismo? Mientras tanto, al interior de Estados Unidos su política sobre salud está atascada. Republicanos y demócratas lo acosan y quieren manejarlo con la rienda bien corta. Por lo todo indica que el gatopardismo que hasta ahora caracteriza a su gobierno lo conduce al fracaso. A no encontrar la manera de salir del laberinto.
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