No importa, todo lo que antecede es, ha estado, ha sido siempre. En línea directa, una misma gente: malasangre, insidiosos, crueles, estafadores. Los latinoamericanos debemos vivir todos los días con las contradicciones de la conquista, pues los colonizadores españoles nos dominaron y explotaron con saña, nos destrozaron y aún les amamos con locura. Alteraron el contenido de todos los valores propios y ajenos mediante un encastamiento macabro. Esa mezcla en lugar de consolidar la conquista, confundió para siempre la relación. Después el espectáculo se hizo más cínico: los textos escolares de nuestros países se dieron a la tarea de enaltecer ridícula e hipócritamente a las culturas indígenas. En cada vez oportunidad que se presentaba y se presenta un 12 de octubre, salen asociaciones culturales a mostrar nuestras dizque tradiciones autóctonas: salen hombres con plumas y guayucos idealizando nuestros confusos antepasados, aunque nuestra televisión ilumine las casas con líderes que llevan nombres gringos, italianos, franceses, alemanes, rumanos, checos... No hay cosa que indigne más que ver a esos indios repujados, falsos y necios, desfilar en Madrid por el Paseo del Prado desde Atocha a la Casa de América, en Cibeles. Un desfile para los propios latinos esclavos que viven en Madrid porque los españoles sienten asco y vergüenza por esos circos con cumbia, samba, rancheras y can. Claro, los ponen a hacer piruetas para después el rey cabrón del Juan Carlos sacarle a sus gobiernos la sangre. El rey cabrón los saluda, les da una palmadita en el hombre y de inmediato pide que le echen colonia Armani. El rey se va a su yate después de ver tanta “bruta-lacra”. La historia de siempre. Negros del Caribe con sus candombes, gritando ¡Aaazúcar!". Bolivianos con la Diablada o ecuatorianos vestidos de chulapos, girando como zarandas, al son de trompetas y tambores. La efeméride de la muerte y del escarnio, en actos que pretenden exaltar y ensalzar la cultura iberoamericana en una bestialidad llamada Día de la Hispanidad. Esclavos por todas partes, como aquí, alegres con sus cadenas. "Estamos muy agradecidos a Madrid", gritan los todavía no manumitidos del siglo XXI. Participaron en la parranda 11 países de los más colonizados. Soltaron el “Mi Buenos Aires querido” con carrozas que desataron la euforia, mientras mulatos bailaban bien pegados. El “sudaca” Fito Páez se desgañitaba con un: "¡Viva América y viva España!".
Los esclavos de Colombia con la Mojarra Eléctrica, un grupo de música afroco-funky eran de los más alborotados. Los esclavos fueron refrescados con cerveza, ron, tizana, y también les echaron bolsas de patatas y pipas. Estaban felices.
En toda esa gente, hay que resaltarlo, la cirugía plástica más popular es la de los pechos y de la nariz. Las narices de negras que eran como lazos ahora se ven perfiladas. Las indias quieren reducirse los pómulos y los ojos achinados. Todo es posible ahora. Cada vez, claro, se creen estos esclavos menos indios y más asimilados por los godos. Se creen. Aunque los sociólogos de la Complutense de Madrid se les ha dicho: “el problema de ustedes no lo resuelve cirugía: es que llevan el guayuco y las plumas en la mente, yo se las veo clarito…”.
Si no fuéramos tan pendejos y dados a los aspavientos de celebrar efemérides, viéramos en el llamado “descubrimiento de América” sencillamente la significación de una hazaña de ésas que se dan por montones en los laboratorios del presente, donde el hombre encuentra rastros formidables sobre la vida o el comportamiento del universo. El “descubrimiento” de Colón ha sido interpretado por los gobernantes de la Tierra (que son en definitiva los que ofrecen pan y circo a falta de otra cosa más ingeniosa y valiosa que aportar al conocimiento), como el despertar de un “nuevo mundo” por obra y gracia de los europeos: ellos sienten que le han dado realidad a la América. De aquí se pasó al derecho del hallazgo, y con ello como observa Urs Bitterli, al de la pretensión de hacer de esto, soberanía de españoles, ingleses, holandeses, franceses o portugueses. No se ve de todo esto sino que la celebración consiste en la estupidez de hacer loas a los europeos porque “hallaron para ellos”.
“¿Puede decirse que Colón descubrió las islas de las Indias Occidentales, cuando lo cierto es que tales islas ya a finales de pleistoceno fueron frecuentadas por aborígenes indios? E incluso si se prescinde de esa primitiva corriente migratoria de los indios, ¿es correcto hablar de Colón como el descubridor de América, cuando lo cierto es que los vikingos hacía mucho tiempo se le habían adelantado? Y por último: ¿con qué razón alabamos a Colón por un mérito del que ni él mismo era consciente, puesto que, a fin de cuentas, creía haber llegado a Asia?”.
Cristóbal Colón nació en Génova en 1451, en una ciudad que fue un importante centro financiero durante la Edad Media, donde religión y comercio eran una misma cosa y que desplazó a Pisa en el movimiento mercantilista. ¿Cuál era su experiencia como marinero?, nadie lo sabe. Provenía de una familia muy humilde, su padre regentó una taberna y sin duda, como todo genovés, desde muy joven estuvo ligado al comercio. Se dice que salió de Génova entre 1470 y 1480 como agente comercial, que llegó a Lisboa donde residía un hermano suyo de nombre Bartolomé. Él va diciendo que tiene profundos conocimientos en geografía, astronomía, geometría, astrología y cuanto se refiere a la ciencia náutica. Como todo un pirata lleva muchos datos erróneos en la cabeza, sobre todo los extractados de Imago Mundi, del mencionado Pierre d’Ailly, que se apoyaba en autores antiguos y que daba una descripción equivocada de la magnitud y la constitución de la tierra; de modo que consideraba la distancia oceánica entre Europa Occidental y la supuesta India en una distancia menor de lo que en realidad era. Aquel error de cálculo fue crucial para que este pirata se embarcara en su incierto proyecto. Entonces se hablaba de la antípodas con hombres con sus pies contra los nuestros y que van con la cabeza colgando; de una tierra invertida a la nuestra con árboles que crecen hacia abajo y llueve y graniza para arriba; de lugares donde las aguas del mar hierven y hombres con un sólo ojo. Pero Europa está ya preñada de presentimientos sobre la existencia de un nuevo mundo, más en la imaginación que en los cálculos científicos. Y en ese hervidero de locos que van de una a otra parte con proyectos insólitos que desafían el Mare Tenebrosum,... aparece el gran pirata Cristóbal Colón.
Sus dotes científicas, sus lecturas, casi todos se reducen a libros geográficamente errados. No obstante en cierto momento de su vida (tendría unos sesenta años), hablando de sí, dice que ha pasado en el mar cuarenta años: “25 años en la mar, sin salir della tiempo que deba de contar”. Durante es tiempo fue comandante de buques de guerra, hizo importantes estudios náuticos y hasta se le relacionó con barcos piratas. Bueno, es entonces cuando lo dice todo.
Cuando Colón llega a las costas españolas con sus obsesiones, ya posee sólida experiencia como marino, y ciertas dotes de explorador, aunque jamás se le haya conocido como navegante o como piloto de alguna nave importante. Téngase en cuenta el que entonces, por las condiciones tan rudimentarias de la navegación, embarcarse grandes distancias mar adentro, representaba una odisea harto peligrosa, un viaje del que era difícil regresar. Eso sí, Colón conocía al dedillo las debilidades de los reyes, de los poderosos: sabía cómo convencer a los ávidos de riqueza, en una época, además, con un conocimiento muy confuso sobre la geografía del planeta, y por otra parte que estaba bajo la influencia de la Iglesia. Doctos ignorantes en ciencias, a quienes bastaba decirles que había una empresa para rescatar el Santo Sepulcro (como en efecto dijo Colón que lo haría) para que de inmediato se dedicaran a considerar seriamente el asunto. ¿Y era Colón tan estúpido como para decir que el Orinoco era uno de los cuatro ríos que fluían del Paraíso Terrenal? ¿O llevaba muy bien afianzado en su corazón que entonces había sólo dos cosas capaces de mover la voluntad de los poderosos, de conmover a los reyes: el oro y las proclamas de encendidos y divinos sacrificios por la religión de Jesucristo?
El genovés se presentó ante los reyes como enviado de Dios. Les contó haberse leído cuantos libros serios se habían publicado hasta entonces sobre cosmografía, historia y filosofía y muchos otros relacionados sobre la equilibrada y divina conformación del Universo. El tipo estaba alucinado por la urgencia de encontrar oro (que cada noche pedía a sus santos preferidos lo guiara algún hada hacia una mina fabulosa), y existen expresiones suyas que lo hacen aparecer como un ser más que extraño, mediocre, con aspiraciones de contrabandista o de vendedor ambulante en cualquier puerto del Mediterráneo. Decía: “de oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”. No puedo leer su Diario sin imaginarlo como un avaro, como un enfermo mental por la posesión de prerrogativas aristocráticas, un desgraciado con suerte que de pronto se ve elevado a las consideraciones de una Corte. Claro, aquellas aparentes locuras del Almirante estaban fuertemente respaldadas por su delirante tenacidad, una recia ambición y su no menos, misteriosa personalidad. En aquella época la religión y el comercio hicieron una fuerte alianza. Con oro podía hacerse fuerte y respetable a la Iglesia que cobijaba medio mundo, y con este oro que Colón esperaba conseguir podía preparar cien mil soldados de infantería y cien mil de a caballo para recobrar el Santo Sepulcro.
Actuaba Colón en todo momento como audacia: en las gestiones que hace ante el Rey Juan II de Portugal pide tres carabelas aprovisionadas con gran cantidad de quincalla barata: “latón, sartas de cuentas, vidrio de varios colores, tijeras, cuchillos, agujas, alfileres, camisas de lienzo, paño de colores, bonetes colorados”. Cosas que no valen nada y que la gente “ignorante” estima mucho. Ya veremos cómo Colón en todo su recorrido por las Indias Occidentales se comporta trastornado por el oro, las perlas preciosas y ese deseo de querer reservar para sí los privilegios de una respetable casa real; la que piensa fundar con sus ricas e inmensas posesiones. Es probable que aquel hombre con pocos medios de vida, viera con envidia a esos traficantes llegados de lejanos países, que en los puertos recibían jugosa paga por la venta de esclavos. Entonces "encontrar" esclavos era como hallar una mina de oro. Desde hacía muchos años el negocio de la esclavitud en Europa era llevado a cabo por árabes, genoveses y portugueses. En particular los portugueses tenían una poderosa empresa en asunto de traslado de esclavos de las costas africanas a diferentes puntos del planeta; este negocio junto con la extracción de oro, el marfil y especies, era de los más rentable entonces. Una historia delirante que nunca acaba ni acabará.
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