Los sabios en Venezuela siempre han vivido callados, trabajando, pensando, sufriendo; entre libros e ideas, tomando notas, consultando el pasado, estableciendo relaciones entre ciertos fenómenos para entender los aciagos traumas y extraordinarios hechos de la vida. Un sabio no puede dejar de estudiar, nunca toma vacaciones, no se rinde ante las adversidades y lleva escrita en el alma, a sangre y fuego, esa frase suprema del Libertador: “si algo falta por hacer no se ha hecho nada todavía”. Hay que decir que un sabio es sobre todo un ser consciente al que le afecta cuanto le rodea. A un sabio los hechos de la vida diaria le hieren profundamente, él no puede simplemente verlos y desentenderse de su compromiso y responsabilidad con ellos. A un sabio en una confrontación es al primero que buscan para eliminarlo. Casi todo puede ser reemplazado fácilmente en la lucha menos el hombre de las ideas, el hombre de las adversidades, del pensamiento, de la imaginación. En esencia sí hay seres imprescindibles y además irremplazables en una revolución y son los seres pensantes. Eran imprescindibles e irremplazables Bolívar, Martí y Sucre. Era imprescindible e irremplazable el Che Guevara, como hoy son imprescindibles e irremplazables Fidel Castro y Hugo Chávez.
En un trabajo pasado me referí al genial escritor Ricardo Mandry Galindez, catalogándolo como de los más grandes pensadores de Venezuela, y no hubo un solo ser humano de este país que me escribiera y que preguntara qué había hecho este señor para recibir tamaños elogios de mi parte. Pues bien voy agregar, aunque a nadie le importe, detalles de su obra “Un pantalón más”, que recomiendo se lean. La pueden encontrar en algún puesto de libros usados. La iglesia la mandó a recoger.
Escribió Mandry cuando estudiaba para cura: “El mayor peligro para la castidad es la mujer. Y los santos recomiendan, que en el trato con las mujeres, aunque sean parientas, aunque sean nuestras hermanas y nuestra misma madre, se deben tomar precauciones; porque el instinto no sabe cómo se llaman y si son hermanas o no; sólo sabe que son mujeres.” Mandry había nacido a principios del siglo XX, y en el seminario le enseñaban que la mano nunca se le debía dar a una mujer al saludarla, aunque fuese su propia madre. Para eso, lo mejor es meter las manos en las mangas de la sotana y si las señoras le tienden a uno la mano, es preferible hacerlas pasar el mal rato de dejarlas con el brazo extendido. En el momento se sentirán ofendidas; pero después, se sentirán edificadas por nuestra conducta. Aquí comenzaron los terribles traumas del joven Ricardo Mandry, al ver que cuando sus familiares le visitaban estando interno en el colegio no podía besar, ni abrazar a sus hermanas, ni a su propia madre”. Se trataba de una interpretación demasiado literal de una regla de San Ignacio, que prohíbe a sus hijos el “tocar animales de sangre caliente”. Quería dar a entender el santo, que se rehuyera todo contacto físico que pudiera inducir a sensaciones más o menos sensuales.
Mandry se educó entre jesuitas y éstos le enseñaban a machaca martillo que había que perderle el amor a la patria y a la familia. Y así fue como él, le fue perdiendo ese juvenil cariño profundamente afectuoso a sus padres. Se trataba de la influencia española de su director y de una santidad mal entendida, que le habían enfriado ese sagrado fervor que todo venezolano siente por su tierra donde nació y por los hombres que le dieron la libertad: por eso solía repetir orgulloso una idea que había leído en la vida de no sé qué santo: “No tengo más familia que Dios y más patria que el mundo, … si para irme de jesuita tuviera que pasar por sobre el cadáver de mi madre, pasaría gustoso por cumplir la voluntad de Dios.”
Y con este sentimiento se fue a España, cuando Juan Vicente Gómez se encontraba en el apogeo de su largo mandato: embarcado en La Guaira, y cuando ya no se divisaba sino la línea confusa de la costa lejana, un padre jesuita le invitó a bajar a su camarote. Le enseñó varias fotografías de los profesores y alumnos del Colegio San Ignacio; pero como viera un fajo de billetes que había colocado sobre la cama, cruzó por su mente el pensamiento, de que se llevaba el dinero de su patria: “¡A eso venía a Venezuela!”, se dijo con profundo dolor.
Hacer el noviciado en Loyola, era para él una gracia excepcional, suspirada y envidiada por todos los novicios de las provincias de España y el mundo. Por eso, los novicios de Loyola tenían la conciencia y la obligación moral de ser más ejemplares, si era factible, por el alto significado y señalado favor de formarse, como quien dice, bajo la mirada misma de San Ignacio.
El 27 de septiembre de 1540, Paulo III había expedido la Bula Regimini militantes Ecclesiae, con la cual nacía canónica y jurídicamente la Compañía de Jesús, contra el parecer del Cardenal Giudiccioni, quien se había opuesto a la fundación de una nueva orden religiosa y reclamaba más bien porque se redujese el número de las antiguas ya existentes. Diez años después, el 21 de julio de 1550, Julio III, en la Bula Exposcit debitum, aprobó la fórmula definitiva del Instituto, con las modificaciones que la experiencia le había ido indicando a Ignacio, debían introducirse.
En aquellos tétricos aposentos Mandry comenzó a sentirse frío, insensible, duro a todo afecto piadoso. “Entonces sí sentí, que me había vuelto incapaz de sentir y lo que tanto pedí en los coloquios finales de mis meditaciones, huyó de mí, dejándome árido y seco, como tierra requemada, como piedra impermeable a los afectos piadosamente solicitados.” En aquellos muladares de seres avinagrados pensó en su gente, trataba de recordar en qué Cartuja había estado su compatriota, el Dr. José Gregorio Hernández quien no pudo resistir aquel género de vida, y el superior le aconsejó que regresara a su patria y que fuera mejor un santo médico.
A Mandry los jesuitas trataron de hacerlo un líder como Rafael Caldera. Un jesuita del San Ignacio de Caracas, previendo que algún día Venezuela retornaría al sistema democrático parlamentario, se propuso ir formando para entonces a un grupo de alumnos, de los más prometedores por su inteligencia, piedad y dedicación al estudio, fomentando en ellos el amor a la lectura de obras filosóficas, políticas y sociológicas; impartiéndoles clases especiales de retórica y oratoria, ensayó con ellos debates y conferencias contradictorios, en los cuales, un grupo, por turno, hacía de opositor, mientras el otro, era el encargado de defender la tesis planteada.
Cuenta él, que el silogismo escolástico, el sistema socrático de preguntas escalonadas; el sofisma y la ironía; la argumentación ad hominem, como también las oportunas digresiones que desorientan al adversario, en fin, todos los recursos con que cuenta la dialéctica y el arte de la discusión, fueron puestos en práctica, hasta adquirir prontitud de respuesta, concisión de conceptos, ilación lógica de argumentación, brillantez y claridad de expresión y esa tenacidad inflexible de sostener un punto de vista que se conceptúa el verdadero, hasta el momento de que el grupo de alumnos, tras pacientes años de catequesis y práctica, fue valorado por los jesuitas, como el acervo seguro, con que pudiera contar en el futuro la Iglesia venezolana, para sus universidades, sus profesionales de la cátedra, el derecho, la medicina, etc., y hasta de futuros líderes de posibles movimientos político-cristianos.
Y entonces en Roma, se celebró un 17 de diciembre, un congreso de Juventudes Católicas y por Venezuela asistieron Ayala, Rafael Caldera y otros jóvenes de este grupo del San Ignacio de Caracas. Refiere Mandry que oyó comentarios de jóvenes venidos de otras repúblicas americanas, sobre la magnífica preparación que demostraba poseer Rafael Caldera y además de su facilidad de palabra, anotaban, la ventaja que suponía el dominar la taquigrafía, pues podía tomar nota exacta de lo que se decía en las intervenciones. En el teatro del colegio, pronunció un discurso: “Bolívar, modelo al joven de Acción Católica.”
Para aquella pudo comprobarse en aquel congreso de Juventudes Católicas, que la idea de los jesuitas no fue una exclusiva, sino que resultó ser un fenómeno espontáneo, que se produjo en casi todos los colegios católicos de sur América y que en Venezuela se operó también en algunos colegios Salesianos y de los Hermanos Cristianos, por lo que era de esperarse, que los movimientos sociales y políticos que surgieran posteriormente en Venezuela, no estarían bajo la influencia directa de los jesuitas y ni aún del episcopado, ya que eso equivaldría, a un monopolio por un grupo, de las ideas sociales de la Iglesia, que León XIII y Pío XI, encomendaron sabiamente, a la iniciativa privada de los católicos, con sus diversas tendencias y sus variadas fisonomías partidistas.
Agrega Mandry: “Y en esto de táctica, los jesuitas pusieron en práctica, el prudente consejo que les diera uno de sus hermanos en religión, el padre Herrera, quien fuera por muchos años, antes de ingresar a la Compañía, director del diario madrileño “El Debate”: “Hacer hacer”, les había recomendado Herrera; es decir: Hacer que otros hagan y creo, que esta fue la mejor conclusión de ese congreso celebrado en Roma y la razón fundamental de esta escuelas de líderes.”
Todas estas cosas a quién le importa en este país. Quizá a nadie. Pero bueno.
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