En América Latina, como en todas partes, la estrategia imperial no ha sido trazada de una vez para siempre, cuestión que sería imposible por los permanentes cambios en la relación de fuerzas que se produce en cada área y país de la región. Tampoco hay un “centro” imperial, en el sentido de un reducido espacio donde un grupo también reducido de personas diseña objetivos y tácticas para alcanzarlos. En la medida que el imperio está conformado por dos lógicas diferentes, pero convergentes (territoriales y capitalistas, control territorial y flujos de capital), resulta imposible cualquier planificación férrea y centralizada. De modo que vamos comprendiendo las estrategias del imperio a medida que se van desplegando.
En estos días se está escenificando en Uruguay, dos semanas antes de la asunción del gobierno de José Mujica, uno de los asertos de David Harvey en su libro Espacios del capital: “El Estado-nación está en la actualidad más dedicado que nunca a crear un clima de negocios benigno para la inversión, lo cual implica justamente controlar y reprimir resueltamente a los movimientos obreros empleando métodos nuevos” (Akal, 2007, p. 26). El miércoles 10 Mujica almorzó en un lujoso hotel de Punta del Este con mil 500 empresarios, sobre todo argentinos, pero también brasileños, estadunidenses y europeos.
Lo más destacado fue, precisamente, el clima. Los grandes empresarios argentinos, que habitualmente la emprenden contra el gobierno de Cristina Kirchner, se deshicieron. Gustavo Grobocopatel, dueño de uno de los mayores pools de siembra de soya, dijo tener “expectativas muy positivas con relación a Mujica”. Juan Carlos López Mena, uno de los hombres más poderosos del Río de la Plata y presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Uruguaya, dijo estar “incondicionalmente al servicio del gobierno” y aseguró que “Uruguay se está transformando en el país casi ideal” para los empresarios. “Da envidia”, dijo el presidente de la Unión Industrial Argentina.
Así las cosas, las preguntas se agolpan. ¿Son tan diferentes las políticas de los gobiernos de Argentina y Uruguay? Sin duda no lo son. ¿Por qué, entonces, es tan diferente el “clima de negocios”? Vale destacar que alguna de las principales procesadoras de celulosa del mundo, Stora Enso, Arauco y Botnia, eligieron Uruguay. Camino que siguen la empresa automovilística india Tata, que montará en Uruguay el Nano para toda la región, y otras importantes multinacionales. El gobierno uruguayo aprovecha este clima de inversiones, que ahora lo favorece, para darle un impulso al país.
Hasta fines de la década de 1990 la relación era la inversa. Para Washington las “relaciones carnales” con el gobierno de Carlos Menem eran decisivas, empeñado como estaba en avanzar en la acumulación por desposesión, por robo liso y llano, que un gobierno como aquel avalaba y lubricaba. Luego las cosas cambiaron y mientras Argentina era devastada por la especulación financiera en 2001, Uruguay era salvado en plena crisis a mediados de 2002 por un préstamo del FMI. ¿Qué cambió?
Mientras en los 90 la prioridad del imperio era el Consenso de Washington, con los años la prioridad pasó a ser la contención de Brasil cuando se acelera la decadencia estadounidense. En esa estrategia, algunos países sudamericanos se han convertido en piezas clave, ya sea por su capacidad de generar inestabilidad (conflictos Colombia-Venezuela y Colombia-Ecuador), para instalar bases militares formando un cerco sobre Brasil (Colombia, Perú y Paraguay) o para instalar una cuña entre los dos principales aliados estratégicos. Ese papel de “Estado tapón” entre Argentina y Brasil fue diseñado hace casi dos siglos por la diplomacia británica cuando parió al Estado uruguayo.
Veamos cómo opera la diplomacia estadounidense. A mediados de diciembre visitó el cono sur Arturo Valenzuela, subsecretario para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. En Brasil fue recibido por un funcionario de segundo rango, Marco Aurelio García, siendo desairado por el canciller Celso Amorim y por el propio Lula. En Argentina montó un circo al reunirse con la oposición y los empresarios y asumir sus críticas al gobierno, al que se empeñó en hostigar. En Uruguay el tono fue totalmente diferente. Dijo que Obama ve “con muy buenos ojos” el camino transitado por Uruguay desde el punto de vista económico y comercial y destacó la “diferenciación que tuvo del discurso antimperialista que edificaron algunos presidentes de la región”.
La diplomacia imperial construye un país sospechoso dirigido por personas poco confiables (Argentina), otro con el que se mantienen excelentes relaciones (Uruguay) y un tercero (Brasil) al que se considera una amenaza. Washington parece estar diseñando para enfrentar a Brasil una estrategia similar a la que usa contra China: rodearla de conflictos.
Samuel Pinheiro Guimaraes, ministro de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de Brasil, elegido “intelectual del año” en 2006 por la unión de escritores, estableció en su libro Desafíos brasileños en la era de los gigantes (que deberíamos leer todos los latinoamericanos) que para la construcción de la unión política regional, que le permita eludir la hegemonía de Washington, es “esencial” la alianza Brasil-Argentina. Eso permitiría enfrentar los tres desafíos decisivos: resistir la absorción económica por Estados Unidos, enfrentar la intervención militar en Colombia y la Amazonia y recuperar el control sobre nuestras economías.
Un “clima de negocios” no es un dato de la realidad, es una construcción política que sirve a ciertos intereses. Tiene algún contacto con la realidad. Como señala Harvey, está íntimamente ligado al grado de sometimiento de los trabajadores: Argentina es, desde comienzos del siglo XX, uno de los países del mundo donde mayor es la insurgencia obrera. Uruguay es lo contrario, al punto que, como dijo Mujica, un presidente puede caminar tranquilo por la calle. Los planes imperiales pueden ser doblegados. El primer paso para lograrlo es comprender su estrategia.