Redactamos estas líneas con máxima indignación, rechazo y firme condena contra un régimen a quien poco le importa las necesidades de un pueblo, y menos de sus trabajadores a quienes pretenden someterlos en la más perversa neoesclavitud y liquidación social, al no poder ni siquiera cubrir los alimentos necesarios para garantizar el derecho a la vida.
En efecto, es de tal magnitud la crisis que vive Venezuela, que muchos trabajadores(as) llegan al nivel de depresión, lo cual los orienta a tomar medidas drásticas de quitarse la vida, como fue el caso del ingeniero de minas, José Rivas¹, quien laboraba para las empresas básicas de Guayana, y ante ello nos preguntamos ¿Cuándo un profesional, técnico, empleado u obrero iba a suicidarse siendo parte de estas empresas porque éstas no son ni siquiera capaces de asegurarle la alimentación para él y su grupo familiar?
O sea, que los trabajadores venezolanos sin importar cuál sea su sitio de trabajo, es evidente que la destrucción laboral y salarial es por igual para quien trabaja adscrito a cualquier ministerio, como quien lo hace en una empresa del Estado, porque en definitiva pareciera que la orden de la cúpula del madurismo es clara y concisa: asesinar o dejar que se suiciden quienes no se subyuguen al sistema de neoesclavitud revolucionaria.
Y mientras esta tragedia ocurre, vemos el cómo Nicolás Maduro en plena cadena nacional se atreve a repartir las minas de oro de Venezuela entre su claque corrupta, como si fuera el propietario absoluto de una riqueza que obviamente pertenece a todo un país. Lo insólito de toda esta barbarie es que dicha "repartición", se realiza sin el soporte de ninguna ley y menos de alguna reglamentación que pudiera explicarnos cuáles son los parámetros administrativos, financieros, jurídicos, procedimentales, políticos, sociales, ambientales e indígenas que son valorados para una decisión que no sólo involucra múltiples aspectos de convivencia humana, sino que demuestra que en nuestro país desde hace mucho tiempo la Constitución y sus poderes se convirtieron en papel higiénico y excremento madurista.
Y más allá de la retórica y demagogia política que emanan en forma de peste desde lo más profundo del averno madurista, no dudamos que incluso teniendo los poemas de Pablo Neruda o escritos de Andrés Eloy Blanco en escansiones, éstos terminarían siendo mezclados con esa lexicografía pueril, porque no bastaría quien dijera que las palabras de ambos poetas serían "Imperialistas" si alguien se atreviese a citar al primero con Explico alguna cosas para explicar el genocidio que hace Turquía – donde gobierna Erdogan aliado de Maduro - sobre el pueblo kurdo, o negar al segundo al decirle antibolivariano cuando en algún momento escribió en uno de sus ensayos: "Ya tenemos cien años alabando a los muertos, sin recordar que América necesita vivir".
El madurismo se ha convertido – y valga el pleonasmo como título – en una elegía a la muerte, porque allí no existe nada que pueda invocar a la vida. Todo es bajo un ambiente de máxima confrontación cuya lengua se limita a proferir: destrucción, liquidación, asesinato, guerrillas, armas, y por el contrario entran en afasia, cuando mueren niños, mujeres y hombres por las "guerras buenas" que se desatan entre amigos "socialistas" y "pueblos libres" como Turquía y Siria con los kurdos de por medio, y vemos al madurismo enterrar sus lenguas en lo más profundo de sus retaguardias cuando mueren venezolanos hasta por la nefasta decisión del suicidio porque simplemente en Venezuela ni siquiera trabajando se puede comer lo del día a día.
José descansa en paz. Esperemos que tu suicidio sea el último de una tragedia política, económica y social en la cual el madurismo ni una elegía podrán salvarlo cuando le llegue su momento ante la historia. Y mientras esto ocurre, Maduro reparte las minas de oro de los venezolanos entre sus socios de la corrupción. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.
¹ https://twitter.com/jvivassantana/status/1184478398401470464