Desde hace mucho tiempo he afirmado que no hay un tema tan venezolano como el tema colombiano. Tal vez sea por mi arraigada condición de venezolano del Zulia.
Esos seiscientos ochenta kilómetros de fronteras –una tercera parte del total- han marcado demasiado nuestras vidas como para ser indiferentes. Por allí llegaron en los sesenta y setenta los amigos que nos enseñaron el futbol. Por allí se fueron los sesenta mil vehículos robados en Venezuela que circulan “legalmente” con su placa original en territorio colombiano. Ese mercado de aguantadores, la corrupción de nuestros cuerpos de seguridad y la diplomacia sin virilidad que predominó en la cuarta república, permitieron la proliferación de fortísimas organizaciones criminales binacionales que hicieron de nuestras fronteras tierra del delito y la impunidad.
Aún en mi mente permanece el recuerdo de una noche de temblor y ensordecedor sonido de tanques pasando por la calle 24 de El Moján rumbo a La Guajira. Eran los días de la fragata Caldas que azuzaba el conflicto territorial entre dos pueblos hermanos.
La oligarquía bogotana nos odia. Odian todo lo que huela a Venezuela. Odian nuestro espíritu libertario y alegre. Pero aquí viven tres o cuatro millones de colombianos, la mayoría de la costa atlántica, también repudiados por esa añeja y reaccionaria burguesía lacaya que los empujó a emigrar a fuerza de miseria social y violencia política. ¿Cuánto ha subsidiado Venezuela a Colombia por esta vía de darle cobijo, educación, atención sanitaria, derechos civiles, etc… a tanta gente de allá?
La llegada de Chávez al poder acrecentó significativamente la rabia antivenezolana de esa oligarquía fraticida. Porque Chávez es el resumen de todo eso venezolano que ellos odian. La herencia bolivariana, la espontaneidad caribeña, la alegría espiritual del revolucionario, el mestizaje irreverente y polícromo de nuestras almas y piel, las irreductibles ansias de justicia del pueblo trabajador.
Por eso desde antes que Chávez ganara las elecciones de 1998, se apresuraron a acusarlo con toda clase de calumnias. Han conspirado junto a los apátridas de aquí para tumbarlo. Destaparon champaña el 12 de abril del 2002 en Nariño. Desearían verlo muerto.
Pero no pueden con la fuerza histórica de los pueblos que ha despertado en la palabra y la mirada de Chávez. Después de todo, han tenido que calarse el liderazgo continental de nuestro líder que le será útil a Colombia a pesar de ellos mismos.
La mediación venezolana en el conflicto armado colombiano, comenzando con el sensible asunto del intercambio humanitario, eleva a su máxima expresión nuestra autoridad moral en el plano internacional y particularmente ante nuestro sufrido hermano neogranadino.
Chávez ha coronado así su sincero y desprendido deseo bolivariano de colaborar con una salida honrosa para Colombia. Los familiares de las víctimas de ambos lados confían en Chávez y eso representa de por sí, una muy legítima carta de presentación. Ni que decir del apoyo mundial manifestado por más de cien países y toda la dirigencia sensata del planeta. Sólo una vos agorera e hipócrita ha balbuceado basura desde el norte. Hagan silencio.
Chávez tiene la llave del corazón bolivariano del glorioso pueblo colombiano. Ha comenzado otra historia. Porque la única gloria inmarcesible es la gloria al bravo pueblo.
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