No extraña que el embate contra Hugo Chávez desde Estados Unidos y los principales medios venezolanos se intensifique ante el referendo del 15 de febrero: la intención de lanzar al futuro una revolución bolivariana que recuperó la renta petrolera, mejoró la situación socioeconómica de la población y que en sus primeros 10 años articuló una política exterior y energética que cala hondo en América Latina y el mundo, evoca fuerte hostilidad en los círculos oligárquico-imperiales, en especial los del poder económico-petrolero.
Así se refleja en “Latin Opportunity”, un editorial publicado por el Washington Post (WP) el 18 de enero poco después de que Barack Obama compartiera “una sopa de tortilla” con Felipe Calderón. Se menciona que Calderón expresó al WP “preocupación” por “sentimientos antiestadunidenses” en América Latina y que “percibía algunas amenazas a los principios y valores que compartimos: democracia y derechos humanos, la economía de mercado, los derechos de propiedad y el estado de derecho”. Para cualquier observador medianamente enterado de la violencia oficial, la debacle económica y legal y la calamidad político-electoral que afligen al pueblo mexicano –todavía no cuadran las cifras con que se eligió a Calderón–, esa enunciación de “principios” evoca un dicho de Stevenson: “es algo demasiado doloroso para reír y soy demasiado viejo para llorar”.
El WP usó la doblez y la “denuncia” aduladora del panista para poner nombre y apellido a esos retos (“algunas de esas amenazas son conocidas por nosotros gracias a la grandilocuencia del venezolano Hugo Chávez”) y sugerirle a Obama que Calderón es guía y modelo para Latinoamérica. Un consejo oportuno sólo si, en el contexto de la actual debacle económica y del empleo, la intención del demócrata fuera desatar los precipitantes de “guerra interna” a lo largo y ancho del continente. Con sólo dar continuidad a la agenda en materia comercial/laboral, de energía y de seguridad e integración militar pactada por Bush con Fox y Calderón en la ASPAN y la Iniciativa Mérida se garantiza un deterioro de los fundamentos materiales, sociales, legales y políticos de la estabilidad y la paz social en México. Se trata de arreglos clasistas y leoninos entre empresarios, funcionarios civiles y militares pactados a espaldas del pueblo, los congresos y sindicatos de México, Estados Unidos y Canadá.
Para las fundaciones e institutos de la ultraderecha estadunidense, Calderón también es el héroe y Chávez el chico malo. Recomiendan a Obama, entre otras linduras, “no renegar de los acuerdos de libre comercio” (traducción: mantener la ofensiva contra sindicatos, salarios y aparato productivo no sólo al sur del Bravo); “mantenerse firme con México en la lucha antidrogas” (traducción: proseguir con el intervencionismo policial-militar y de espionaje); y “no tratar de apaciguar a Chávez”, sino “articular una estrategia dura” porque “debilita gravemente la cooperación hemisférica en áreas vitales para la seguridad nacional”. Traducción: mantener las intentonas golpistas, los operativos clandestinos y el castigo mediático por haber recuperado la renta petrolera y, peor aún, usarla en función del interés público venezolano, además de impulsar coaliciones latinoamericanas y euroasiáticas de corte energético, monetario y de seguridad. A partir del control nacional del petróleo en 2003, el PNB venezolano creció 13.5 por ciento anual, en su mayor parte en el sector privado no petrolero y la pobreza pasó de afectar a 54 por ciento de las familias en 2003 a 26 por ciento en 2008. (Más detalles en www.cepr.net.)
El pecado mayor del gobierno de Chávez fue haber fortalecido los fundamentos del Estado nacional venezolano y su jurisdicción sobre la mayor reserva petrolera del hemisferio. El gran logro de Calderón es una “reforma” energética que le permite ir a Davos a ofrecer a las grandes petroleras “bloques” del territorio y lo que queda de Pemex, mientras claudica con una desleal integración militar con Estados Unidos.
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