Locke escribe sobre el Gobierno Civil y allí afirma que “cuando un número de hombres, por el consentimiento de cada individuo, hace una comunidad, con ello convierte esa agrupación en un solo cuerpo, con facultades para obrar como tal, por la determinación voluntaria a la mayoría. De este modo, cada individuo, al convertirse a la forma de un grupo político bajo un gobierno; se coloca así mismo un compromiso para con los otros miembros de la sociedad, de someterse al designio de la mayoría y ser obligado por ella”.
Este es el principio del Gran Relato de la tolerancia y el consenso. Es la racionalidad de la política práctica, fundada en el reino de los medios y los fines: La delegación del poder soberano, transferido a un grupo de representantes, que, de ser mayoría, actuarán de buena fe, en nombre de la totalidad general del “interés común” de la ley práctica. Surge una nueva superstición: La legitimidad, reducida al rigor metafísico del número. La democracia pasa a ser un conjunto de procedimientos, una magnitud que dura un tiempo arbitrariamente establecido.
Desde La Fundamentación de La Metafísica de Las Costumbres; de Kant, hasta Leibniz, pasando por Condorcet y su afán por converger razón, progreso y felicidad en un solo proyecto inmanente; llegamos a una mala lectura por literal e interesada, de JJ Rousseau y su Profesión de Fe del Vicario Saboyano. Allí se postula, que los legisladores y magistrados deben ser como los dioses o los extranjeros, una suerte de aliens ilustrados “que prefiguren la bondad de dios”; que se eleva como voz o conciencia moral de la sociedad, representada en un Contrato Social. Así, aparece la doctrina del poder del Estado separado de la fuente de toda soberanía: El pueblo. Claro, para su momento fue un avance en comparación con la monarquía.
Como es costumbre, dichas ideas fueron sometidas al rigor de la lucha hegemónica, y se impuso una versión inclinada a la derecha, que dejó de lado aquello que como contrapeso, también postuló Rousseau en torno a la propiedad privada como origen de todos nuestros males. El modo de derecha se secularizó en el discurso cívico republicano, y es hoy tradición en la cultura política de Occidente. Opción que se pretende universal y totalitaria en los tiempos que corren. Sustrayendo y eliminando todos los ricos aportes sobre la soberanía constituyente permanente, del poder local y la necesidad de un estado comunal. Ideas que son origen del pensamiento político anarquista y marxista. “Evitemos el poder de un estado que se aleja de los ciudadanos; que sólo convoca para legitimar a los jerarcas, sin crear instituciones comunes que vallan haciendo a estos obsoletos por innecesarios; un estado sin comuna termina en manos de unos pocos, que aplicarán nuevas ataduras al pobre para dar más y nuevos poderes a los ricos, destruyendo irrecuperablemente la libertad individual y colectiva, ahora sujeta al interés del poderoso.
El colapso de la libertad natural, queda fijado en la consagración de la propiedad como ley natural; y en la desigualdad como mal necesario. Convierte la usura y la astuta usurpación en derecho inalienable, y, para ventaja de unos cuantos individuos egoístas y ambiciosos, sometió a la humanidad entera, a la esclavitud del trabajo y la miseria a perpetuidad. Al desaparecer la igualdad desaparece el principio de representación, pues sólo quedará representado el que tiene cómo hacerlo y los intereses del representante ya no serán universales”. Esta página de El Contrato de Rousseau, se le perdió al libro que lee la derecha y por eso cree que la representatividad es la única forma de democracia. Nunca entenderán la idea del pueblo legislador. ¿Representantes para ostentar un privilegio, o para ir acabando con la representación y lograr la democracia directa?
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