Cuando los españoles nos invadieron mataron sistemáticamente a todos los indígenas venezolanos que se resistieron a ser esclavizados. Y el resto, los que trabajaron para los españoles pero de manera renuente como forma de resistencia, les empezaron a decir flojos, y los maltrataron. Era obvio. Los españoles no querían trabajar porque ellos vinieron por oro y plata, por la riqueza fácil. Quienes trabajaban eran los indígenas. Sin embargo, la campaña de descrédito que empezó contra los indígenas para entonces, la continuaron después los criollos, y actualmente la burguesía venezolana, para justificar los bajos sueldos de los trabajadores, todavía le dicen flojos a los venezolanos y venezolanas que le fabrican sus carros y le construyen sus edificios de apartamentos. Edificios que por cierto nunca le ponen el nombre de un obrero o de una obrera.
Cuenta Miguel Acosta Saignes, que los indígenas que no se resistieron de manera activa, trabajaron siempre para los españoles en forma renuente, no porque fuesen perezosos constitucionalmente, sino como una forma de resistencia pasiva a la conquista.[1] Sufrieron humillaciones, violaciones, maltrato físico. Sin embargo, a pesar de que optaron por la resistencia pasiva, los mataron de hambre y de enfermedades que los españoles trajeron desde Europa. Es decir, los españoles cometieron genocidio directo y genocidio indirecto. Asesinaron directa o indirectamente al 90% de la población venezolana. Y no los pudieron matar a todos porque obviamente necesitaban mano de obra, porque los españoles eran unos flojos que buscaban solo oro, plata y sexo.
Finalmente destruyeron la sociedad. ¿Pero cómo vivíamos antes de que estos bárbaros españoles desorganizaran la sociedad indígena venezolana?
Aquí convivían poblaciones étnicas diversas, con estructuras económicas y culturas distintas. Coexistían poblaciones con desarrollo económico desigual. Desde poblaciones con una economía basada en la recolección, caza y pesca, hasta poblaciones con agricultura de riego y sistemas de cultivo intensivo.
Practicaban el cultivo comunitario de la tierra y el trabajo colectivo. La propiedad era común y aún lo es entre los que sobrevivieron hasta hoy. Sembraban y cogían el fruto en comunidad, y se repartían entre ellos todo el trabajo y el fruto. Había la cooperación colectiva y la división natural del trabajo. Producían artesanía para sí y para vender a las naciones vecinas. No había apropiación individual de las tierras, bosques, agua y bienes de producción en general. Era un tipo de socialismo.
Trabajaban para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. No había trabajo excedente. No había un plusproducto que fuera apropiado por una clase privilegiada para enriquecerse. Había esclavitud, si, pero era temporal, no una esclavitud como clase social. Los indígenas esclavizaban a los cautivos de guerra, pero no había la propiedad absoluta de una persona y de su fuerza de trabajo. Cuando no los sacrificaban los obligaban a trabajar en beneficio de la comunidad, pero no los explotaban como fuerza productiva en forma permanente.
Cuenta Federico Brito Figueroa que sí se utilizaba la mano de obra de los cautivos en beneficio de los vencedores, pero el cautiverio era temporal y el trabajo realizado por los prisioneros no era usufructuado por un grupo social privilegiado económica y políticamente en el seno de la comunidad, sino que pertenece a ésta por concepto de castigo y para resarcir los daños ocasionados por las poblaciones vencidas en la guerra. Los esclavos, una vez satisfecho los daños ocasionados, se asimilaban e incorporaban a la comunidad vencedora a través del matrimonio. [2] Por otro lado, también se constató que permutaban a los cautivos de guerra y también a mujeres por productos de consumo.
No tenían gobierno ni policía. Había algunos grupos donde la representación de la comunidad era heredable, y otros grupos regidos por ancianas y ancianos. Sin embargo, lo que predominaba era el carácter colectivista en la dirección de las aldeas y federaciones de aldeas. La dirección del grupo era ejercida por la representación supervisada de la colectividad, que elegía a sus representantes. Las mujeres también participaban en la dirección colectiva de la comunidad. Cuando se levantaba una cabeza principal de una nación era porque alguno se destacaba en la labranza, o por su valentía en la guerra, o porque era un hechicero célebre. Esta persona era respetada porque les convenía a todos. No era un jefe impuesto que diera órdenes arbitrarias. Aunque quisiera, no podía hacerlo porque nadie podía acumular riquezas. Solo podían tener una abundante cosecha o acumular frutos de cortas labranzas, y sobre esta base no era posible establecer una jefatura positiva.
En la mayoría de las poblaciones indígenas no existía la familia monogámica, sino las relaciones poligámicas. Regía el sistema de matrimonios por grupos. También había grupos donde se permitía el matrimonio entre padres e hijas, y otras formas de familia, como por ejemplo, en una comunidad se constató la unión matrimonial de una mujer con varios hombres, conviviendo bajo el mismo techo.
La estructura económica, las relaciones sociales, familiares y de parentesco que regían la vida de las comunidades indígenas venezolanas, en líneas generales, corresponde a un comunismo elemental propio de los pueblos primitivos romanos, germanos, celtas, eslavos, pueblos del Danubio y de manera especial de los primitivos de la India.
De tal manera que en Venezuela no había individualismo, ni propiedad privada de los medios de producción. No había feudos, ni latifundistas, ni terratenientes, hasta que nos invadieron los españoles con la cruz y la espada, y, parafraseando a Rousseau, cercaron las tierras, dijeron que eran de ellos, y fundaron la sociedad civil. Pero los indígenas no se lo creyeron, y todavía están luchando por sus tierras ancestrales.
Los africanos no tuvieron mejor suerte. El activista social y primer presidente de Kenya independiente, Jomo Kenyatta lo describió de manera muy elocuente:
“Cuando los misioneros llegaron, los africanos tenían la tierra y los misioneros tenían la Biblia. Ellos nos enseñaron a rezar con los ojos cerrados. Cuando los abrimos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.
Que desgracia.
[1] Miguel Acosta Saignes, Vida de los esclavos negros en Venezuela. Hesperides Ediciones, Caracas, 1967, Introducción.
[2] Federico Brito Figueroa, Historia Económica y Social de Venezuela. Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, 1993, tomo I, p. 42.
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