La crisis económica que estalló en 2008, se va convirtiendo en crisis política. Huelgas en toda Europa, acompañadas de distintas formas de resistencia y desobediencia civil; a lo que se suman pequeños estallidos aquí y allá. Así como los medios desdeñaban, minimizaban y ridiculizaban el cambio climático por considerarlo apocalíptico, ahora, producto de la contundencia de los acontecimientos, se ven obligados a considerarlo. Del mismo modo, la actual crisis comienza a impactar la conciencia universal y reordena las visiones del mundo, poniendo las cosas en su lugar. El debate se torna disyuntivo: Remozar el capitalismo o tomar una vía distinta. Este debate actualiza la discusión sobre la pertinencia de la construcción de un nuevo socialismo. Hace apenas unos años, criticar las desregulaciones, las privatizaciones, la reducción del Estado, así como sus alcances y competencias, era herejía, un disparate para la academia dominante y la mayoría de los grandes medios. ¡Oh sorpresa, Dios sea loado! En días recientes, luego de algunas medidas tomadas en EEUU, para controlar el mercado financiero, Newsweek titulaba con ironía: “Ahora todos somos socialistas”, no sin poner en tela de juicio la autoridad y autonomía del capital financiero.
El prestigioso medio norteamericano, aceptaba la necesidad de adoptar controles y regulaciones estatales “de corte keynesianos o socialistas”. Propiedad privada o estatal, decía el comentario, “eso sí, sin llevar las cosas demasiado lejos y llegando a la propiedad común. Eso sería comunismo”. No es solo el cinismo, también la corrupción del lenguaje, que intentan encubrir, el temor de los medios, a la pasibilidad de que las cosas cambien. No contentos con envilecer términos como “democracia”, “libertad”, “ciudadano”, etcétera, Han convertido la idea de comunismo, en una anti-frase. Especie de monstruo maldito al que hay que exorcizar y persignarse al escupir, apenas pronuncianda esa palabra. Al rededor de esto, Michael Hardt nos dice: “Hay muchas razones que tornan vigente la idea del comunismo. La composición actual del gran capital y las condiciones de los mercados además de toda la producción y circulación de mercancía a gran escala; alteró y aceleró la composición técnico-orgánica del trabajo.
La revolución científico-técnica, confirma esta tendencia, volcando la lógica despótica de la fábrica a la sociedad toda. Esto lo demuestra la forma como se produce y consume dentro y fuera del lugar de trabajo. Se ha borrando la anterior tenue frontera que separaba ambas dimensiones. Esto genera la recomposición de la función productiva, asociándola de manera melliza al consumo, ampliando el horizonte de pertenencia del obrero, a la condición del consumidor. Se trata de dos prácticas en clave de una misma lógica, que paradójicamente masifican la relación común, haciéndola cotidiana. ¿Qué producen y consumen las personas y en que condiciones? ¿Cómo está organizado el consumo y la cooperación productiva? ¿Cuáles son las líneas divisorias que separan funciones y tareas? ¿En qué consiste la división técnica del trabajo y las jerarquías asociadas? ¿De ser abolidas las relaciones de propiedad, cambiarían las condiciones de la producción y del trabajo? ¿Cambiarían con ello las formas inmateriales de producción bio-política de la hegemonía? Al responder estas preguntas, nos contentamos en asegurar, que están dadas las condiciones para el comunismo ya, pero no el de experiencias anteriores. Un nuevo comunismo fundado en la persona y la comuna”. La contradicción sería entonces entre lo común y las otras formas de propiedad. Ya lo decía Marx, “vivir como comunistas, es hacer la vida en común, esto va mas allá de la frase. El socialismo es la práctica cotidiana del comunismo, como movimiento de lo real”.
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