¡Qué monstruosidad!: un gringo le robó historia a Galarraga

El deporte preferido de los venezolanos y las venezolanas sigue siendo el béisbol, aunque para muchos, donde me cuento, nada como el fútbol. ¡Viva Brasil!, para ser campeón del mundial aún cuando Camilo y Aquiles se desviven por la victoria de Argentina y Wilmer, que no practicó ni metra ni trompo en su infancia, reza y enciende velas y coloca escobas al revés sobre sal detrás de la puerta de su casa por un batacazo africano. Pero es de béisbol que vamos a opinar.

Se acaba de cometer una monstruosidad, un terrible fraude y una decisión Armando Galarraga, lanzó un juego perfecto pero un árbitro estadounidense le aguó la fiesta. No se trata de xenofobia esta opinión. No, eso no. Se trata de que los ojos se hicieron para la percepción y no para cumplir las funciones esenciales del cerebro.

Un árbitro es un ser humano como un pelotero o como, más específicamente, un pitcher. Pero el hecho de ser un humano no significa que se sea mentalmente humano. En el Leviatán de Hobbes existe demasiada verificación de que el hombre puede llegar, como ha llegado, a ser un lobo o la mujer una loba, ambos, contra el hombre y la mujer. Pues, el árbitro de la primera que le robó historia al lanzador venezolano Galarraga es un hombre que conscientemente devora y corrompe el béisbol, frustra logros y sienta malos precedentes que pueden desanimar a los deportistas. Lo que salva es que el béisbol es uno de los deportes donde los esclavos son, si se trata de excelentes y valiosos jugadores, extraordinariamente bien pagados.

La jugada del robo del out se produjo en el noveno episodio donde Detroit ganaba a otro equipo de las Grandes Ligas. Fue un roletazo que fue a parar al guante de Cabrera, y éste lanzó a la primera que en ese momento estaba siendo resguardada por Galarraga. Fue un out de calle, pero el árbitro cantó: quieto. Inmediatamente hubo gestos colectivos de alegría de los jugadores de los Tigres de Detroit y del público, pero de manera instantánea fueron apagados u opacados por la monstruosidad cometida por el árbitro-lobo estadounidense.

La jugada, para que no quede confusión del gravísimo error del árbitro, fue repetida hasta la saciedad desde cada uno de los ángulos donde estaban instaladas cámaras de grabación o de televisión. Nadie que vea aunque sea un poquitín quedaría con duda del out negado a Galarraga para que fuera un juego perfecto: sin hits, sin errores y sin carreras. Ese es el mérito por el cual todo lanzador sale al campo de juego. Casi un metro le faltaba al corredor para poner sus pies en la almohadilla de la primera base cuando Galarraga recibió en su guante la pelota lanzada por Cabrera y ya teniendo su pies derecho sobre la almohadilla. Fue un robo descarado del árbitro.

No se trata de que Galarraga sea venezolano. Eso es lo de menos. Ha podido ser un lanzador dominicano, borinqueño, panameño, mexicano o de otra nacionalidad. Si hubiese sido un estadounidense el lanzador, seguro el out hubiese sido decretado aun dejando todas las dudas de que el corredor hubiera pisado la primera base antes que el pelotero que recibió la pelota del equipo contrario.

Sin embargo, Galarraga hizo lo que un gran deportista, consciente de su mérito y de su razón, haría frente a tamaño fraude. En vez de ofuscarse y salir a reclamar al árbitro-lobo o lobo-árbitro, lanzó una sonrisa. Esa sonrisa, sépase, es una manera irrefutable de hacer una crítica severa ante un error que, tal vez, el lanzador le perdone al árbitro pero, seguro, el público que conoce de béisbol y va al campo a disfrutar de un juego excelente y perfecto, jamás perdonará.

No fue un error o un desatino del árbitro, al cantar quieto siendo out de calle, producto de la percepción, de un acto fallido queriendo decretar una cosa y lo hizo por otra, de un lapsus mental. No, su error nació de su conciencia, de su racismo, de su xenofobia contra quienes no son oriundos de Estados Unidos. Esa es la verdad. Y ésta verdad se materializará igualmente, en varias oportunidades, en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica como ya ha sucedido en los anteriores. Nadie sabe y extremadamente difícil de investigar cuántos árbitros cobran por debajo de la mesa para dictar fallos inapelables en circunstancias en que se decide el momento más apasionante de un deporte. En el caso del béisbol es un out para realizar un juego perfecto.

Pero no sólo el árbitro, luego de cantar quieto lo que era un out de calle, se quedó con su cara seria intacta sino que, seguramente, no sintió la menor compasión por el daño que le hace al béisbol, al público y, especialmente, al lanzador. Además de robarle con descaro un juego perfecto al venezolano lanzador de las Grandes Ligas, Galarraga, evitó que se produjera otra gran hazaña del mismo deporte, por vez primera en la historia, de tres juegos perfectos en un solo mes. ¡Bendito árbitro!: hacedor de la antehistoria del béisbol, de las sombras más oscuras, de las ignominias que obnubilan la memoria. Y, por si fuera poco como orgullo de venezolanos y venezolanas, robó o frustró una posibilidad real de un juego perfecto de un equipo donde brillan Cabrera, Ordóñez y Guillén.

Alguien preguntará ¿el por qué utilizar los espacios de una página como aporrea, que es esencialmente política e ideológica, para escribir sobre béisbol? Fácil y sencilla sería la respuesta: porque en el deporte igualmente se cometen injusticias y errores malintencionados, premeditados con alevosía para evitar que unos logren los méritos porque se traviesan de por medio razones de racismo o xenofobia. Eso es lo que hizo el árbitro con el venezolano Galarraga. Sabemos que ese árbitro pasará a la historia de ese deporte como un juez que robó y juzgo equivocadamente al inocente. ¿Cuánto tiempo pasará, ahora, para que Galarraga haga la misma hazaña de un juego perfecto? Al ¡bendito árbitro!, eso no le importa ni le trasnocha su sueño de corrupción, porque esa jugada, que negó el juego perfecto a Galarraga, es un hecho de corrupción deportiva.

Con todo y la horrenda decisión del árbitro, el lanzador venezolano, Galarraga, fue todo un caballero, con un alma de Dios por dentro, humilde y respetuoso, justificó el error del que le robó un mérito glorioso en el béisbol señalando que el árbitro es también un ser humano y que nadie está exento de cometer un error. Mientras tanto, el árbitro masticaba goma, sin una sonrisa y con una mirada desafiante y consciente de lo que había hecho en perjuicio de Galarraga, del equipo Detroit, del béisbol y de la fanaticada.

Al siguiente día el árbitro que produjo el robo fue premiado siendo el principal de otro juego de béisbol. Fueron incontables las peticiones que se le hicieron al Comisionado de béisbol de Estados Unidos para que decretara el juego perfecto, porque así quedó demostrado en todas las cámaras que grabaron el out que el árbitro arbitrariamente cantó quieto. El Comisionado dijo: No, no habrá cambio. El fallo equivocado del árbitro se convirtió, igualmente, en un hecho político, porque hasta de la Casa Blanca exigieron se corriera en beneficio de la historia del béisbol. Sin embargo, para la historia del béisbol, quedará grabado un caso de juego perfecto único: que se hizo con 28 out, pero uno fue robado con descaro por el árbitro de la primera base. ¿Acaso eso no es la casualidad haciendo que la historia del béisbol no sea mística?

¿Qué pasaría a un árbitro que en el reino del Infierno le robe el tercer out en el noveno al Diablo lanzando un juego perfecto? Lo que sí se sabe es que el árbitro solicitó a Galarraga que le disculpara el error de haberle robado su juego perfecto. El venezolano lo hizo y se ha ganado elogios, tal vez, mucho más importantes que el mismo mérito de un juego perfecto.




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Freddy Yépez


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