El pensamiento del Libertador

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Revolución es pensamiento armado. Movilización sin intelecto es sólo vendaval. Los estudios formales de Bolívar no exceden de la sumaria instrucción de un teniente de milicias. Simón Rodríguez  le enseñó a formarse solo. Al igual que Miranda, para liberar un mundo debió convertirse en hombre universal.

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La emancipación de mundos empieza por la de la propia mente. Decía Stendhal que Luis XVIII podía hacer un conde, pero no un banquero. Ningún gobierno puede crear ni descrear un intelectual, pero el intelectual crea o deshace  poderes. Montesquieu, Voltaire, Rousseau desbarataron el absolutismo. Durante su tumultuosa juventud, Bolívar los lee afiebradamente, así como a Hobbes, Holbach, Diderot, D´Alembert y Adam Smith. Analiza y luego reprueba el utilitarismo de Bentham. Así se convierte en pensador de primera fila y escritor que afirma: “Yo multiplico las ideas en muy pocas palabras”. Se atribuye a Bolívar haber dicho que la prensa es la artillería del pensamiento. El intelectual es la pólvora que dispara la idea.

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La mediocridad baila al son que le toquen, el pensador lleva la batuta. Las desgarradoras campañas, las movilizaciones continentales, las estrategias que saltan paisajes y fronteras no son más que desarrollo de un pensamiento, y éste se centra en la especificidad de América, que Bolívar considera a veces con embeleso, a veces con cautela. Le fascina el enigma del Nuevo Mundo, del cual afirma en la Carta de Jamaica que “aunque una parte de la estadística y revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor parte está cubierta de tinieblas”. En el mismo texto afirma que “no somos indios, ni europeos, sino una especie de mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. Una década después escribe a Santander desde el Perú, el 8 de julio de 1826: “Estamos muy lejos de los hermosos tiempos de Atenas y de Roma y a nada que sea europeo debemos compararnos”. Pero, luego de reseñar con preocupación las fuerzas que la independencia ha desatado, añade: “Me parece imposible restablecer las cosas como estaban antes y, sin duda, éste será el deseo de los que no saben más que continuar a la española”. Hasta en sus observaciones más pesimistas tiene razón, y no son contradictorias porque confirman su tesis central: América Latina es un hecho nuevo e irreversible en la dinámica de la cultura y de la Historia de la Humanidad. La emancipación sólo confirma este hecho en lo político, y posibilita que culmine en lo social, lo económico, lo estratégico, lo diplomático, lo cultural.

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Todo verdadero pensador es radical. Los ojos y el pensamiento miran hacia delante. Para la medianía queda la media tinta, el acomodo para el acomodaticio. El único talento de la mediocridad es la componenda. Ante las dudas, apostrofa Bolívar: “¿Trescientos años de calma no bastan?” Frente a la agresión de un poder moribundo, lanza el estremecedor Decreto de Guerra a Muerte, que deslinda para siempre  campos entre una América soberana y otra colonial o colonizada. Contra el espantajo de la propiedad privada, decreta las más grandes y generalizadas confiscaciones que se han ejecutado en América. Contra la explotación,  prohíbe los rangos hereditarios y liberta  indígenas y esclavos. Ante el espantajo monárquico, proscribe las coronas de América y rechaza de plano las que le ofrecen.  Contra las pretensiones del sacerdocio realista, impone el Patronato, que establece el predominio de la República sobre la Iglesia. En oposición al parroquialismo, proclama: “Para nosotros, la Patria es América”. A sus espaldas, las mediocridades conspiran para contraer Deuda Pública, pactar desiguales tratados de comercio y falsa reciprocidad con potencias extranjeras, someter a la República a los tribunales de éstas.  Una Guerra a Muerte contra las nulidades internas hubiera salvado a la Patria de mil agonías. Como el Libertador no la declaró, las vacuidades  la desataron contra él. En todas las contiendas hay tregua, menos en la de la incapacidad contra el talento.

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La inteligencia ama a la inteligencia. La duda sobre un grande hombre se despeja contemplando a quienes le acompañan. Bolívar joven hace amistad con Alejandro de Humboldt y Aimé Bonpland. Maduro, amenaza invadir Paraguay para liberar a Bonpland de la prisión del doctor Francia. En los más conmovedores términos expresa su agradecimiento por la formación que le impartió Simón Rodríguez. Invita insistentemente al historiador Del Pradt para que se radique en América. Tiene cordial correspondencia con el poeta Joaquín Olmedo. Encarga del manejo de su archivo y de la inteligencia a la culta y Manuelita Sáenz, quien conoce los clásicos en sus lenguas originales. Autoriza a su ministro Manuel Revenga a adelantar un proyecto de cultivo selecto del tabaco que hubiera salvado al país de la Deuda Externa, de no ser por el sabotaje de Páez. Se confía a perspicaces memorialistas, como el cónsul británico Sir Robert Ker Porter. Elige como edecanes y compañeros de batallas a hombres que luego escribirán imperecederos testimonios sobre su gesta: Luis Perú de Lacroix, Daniel Florencio O´Leary. No teme encumbrar intelectos de primera magnitud, como el de Antonio José de Sucre. Desmedrada política la de las camarillas en las cuales parece estar vetada la inteligencia. Un intelectual puede servir como burócrata, pero no un burócrata como intelectual. Sólo teme al talento quien no lo tiene.

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El espíritu noble sólo goza del conocimiento  cuando lo comparte. En países donde la educación había estado reservada para castas privilegiadas, Bolívar centuplica desvelos para hacerla accesible a todos. “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”, sentencia ante el Congreso de Angostura.  Implanta la educación primaria pública, gratuita y obligatoria para los indígenas. Recomienda a Simón Rodríguez ante el Mariscal de Ayacucho, para que desarrolle las reformas docentes que la oligarquía boliviana saboteará. Protege al pedagogo inglés Lancaster. Exonera de impuestos la importación de instrumentos para el desarrollo de las ciencias y las técnicas.  Con sus propios bienes dota a la Universidad de Caracas, que luego será la Central de Venezuela. En su testamento le deja sus posesiones más preciadas: el Arte militar  de Monte Cuculi, y un Contrato Social que había pertenecido a Bonaparte.

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A gran intelecto, obra grande. La emancipación, el afianzamiento de la soberanía popular, el republicanismo y la democracia, el laicismo, la liberación de esclavos e indígenas, la protección de los recursos naturales y la inalienable reserva del subsuelo para la República,  la confiscación masiva de bienes en interés de la Revolución y de los desposeídos que la apoyaron, las críticas contra el crecimiento de la deuda pública y los tratados de comercio con imperios que imponían una falsa reciprocidad, la inflexible defensa del derecho de nuestro país a decidir las controversias sobre su interés público con sus leyes y tribunales, la reflexión sobre la especificidad de América Latina y el Caribe y la posibilidad de su unidad continental son patrimonios inagotables. Sólo conoceremos nuestra medida cuando  terminemos de abarcarlos.

luisbritto@cantv.net

 


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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

 brittoluis@gmail.com

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