Aprendimos a aprender, a entender,
a estudiar, a observar, a crear, a inventar y aprendimos a cambiar
las cosas. Guardamos en la memoria lo que íbamos aprendiendo de las
cosas que observábamos, supimos crear un lenguaje para cifrar las cosas
en conceptos y fabricar ideas, aprendimos a hablar. Pusimos un nombre
a cada cosa y un verbo a cada acción. Supimos imaginar y planificar
las cosas de las que éramos capaces. Nos impusimos sobre bestias terroríficamente
salvajes con el fuego y con garrotes, supimos crear guaridas en cuevas
y separarnos del resto de las especies. Creamos territorios
liberados de las leyes de la selva, que hoy son ciudades y obtuvimos
derechos dados por nuestra superioridad.
Ejercimos el derecho de crear
ciencias y con ellas desmenuzar los secretos que manejan las leyes de
la creación. Entonces con las ciencias fuimos conociendo los grandes
secretos y con los secretos tomamos el derecho de cambiar todo. Tomamos
el derecho de creernos y sentirnos importantes, de valer más que las
demás especies, asumimos el derecho de sentirnos dueños, reyes, zares,
presidentes, mandatarios de todo tipo, asumimos el derecho de explotar
a los demás, de tener esclavos, de imponer todo por la fuerza, de hacer
creer a todos que el oro es un gran valor, de inventar la pólvora y
las balas, los bombarderos, las bombas y las guerras, los mercados y
el dinero, las mansiones, los grandes moles y tiendas, llenamos el planetas
de vitrinas donde se vende cuanta cosa sale de nuestra imaginación,
inventamos cárceles y policías que imponían todas la leyes que escribimos,
asumimos el derecho a explotar hasta el corazón de la madre tierra,
de desviar ríos, de ensuciarlo todo, de contaminar y contaminar con
los desechos los mares, los ríos, asumimos que no eran importante las
demás especies que han ido extinguiéndose desprotegidas de leyes y
tribunales que las defiendan, seguimos creciendo y llegamos al espacio
sideral, pisamos la luna, nuestro blanco satélite y llegamos a Marte
y a Venus, nos pusimos uniformes llenos de estrellas y cremamos a pueblos
por que uno de nosotros dijo que eran una raza maldita, creamos empresas
y sociedades basadas en el gran dios dinero que de a poco tomó el primer
lugar y es adorado por todos, llenamos la tierra de agrotóxicos que
envenenaban la tierra, las nubes, los cielos y los mares. Hicimos
nuestra propia historia publicada en textos que enseñamos de memoria
a nuestros hijos.
Hoy, a tantos miles de años,
hay que hacer un inventario.
Cuando veo a Rusia convertida
en un horno, cuando veo a Afganistán intoxicada con el humo de la muerte
de las bombas que explotan a diario, cuando miles de los nuestros mueren
de hambre o enfermedades, cuando los ciclones comienzan a batir todo
con la furia contendida de los demás elementos del universo, cuando
las lluvias inundan y borran nuestra presencia, cuando los sismos son
ya un grito de dolor de mi planeta, al golfo de México alfombrado
de peces muertos por el petróleo derramado, cuando veo las nubes oscuras
en el final de este camino, digo, pienso, siento, que hay que hacer
un alto y hacer un inventario. Cuando los ojos de los niños se llenan
de llanto ante la inminente fatalidad que terminará de acabar con nosotros
y con este planeta tan hermoso, cuando los amaneceres tiemblan ante
las amenazas nucleares, cuando cada palabra que leo dice que estamos
equivocados, que somos la amenaza de la vida misma, cuando el fuego,
el aire y la tierra comienzan a protestar por nuestro inmenso irrespeto
a la vida, cuando la justicia universal comienza a agredirnos a nosotros,
entonces pienso que debemos hacer un alto y pensar que tan grande somos
después de habernos creído los más grandes, que tan inteligentes
después de haber ejercitado la memoria, después de habernos robado
los secretos de la vida misma, ¿Qué hicimos?
Aun así, cada día que pasa
es la misma cosa, hombres perseguidores y perseguidos. Se detienen en
el oasis de la vida, donde las ninfas nos esperan para aplacarnos la
sed con el agua más fresca y divina y sin embargo, unos llegan sedientos
de venganza y otros sedientos de justicia, pero nadie sediento de vida.
¿Será que al final, perseguidores y perseguidos quedaremos boca abajo
sobre el desierto muertos por la sed equivocada y con la boca llena
con la arena del desquicio?
Comamos de la fruta del entendimiento
y la armonía, si es que estamos a tiempo, repensemos mirando el cielo
en una noche estrellada, en el amor, como la única gran fuerza que
mantiene el equilibrio de la infinita vida.