La muerte se hace acompañar de extrañas y dolorosas paradojas, por ejemplo, aquella que vincula terriblemente y para siempre, al victimario con su víctima. Debería proclamarse una ley que borrara el nombre de los asesinos, para que su recuerdo tristemente celebre, no empañe la memoria del que merece ser recordado. Nadie mas podría llamarse Ramón Mercader o Jacques Monard, para así, de algún modo, hacer justicia; separando por instantes el zumbido de una nomenclatura asesina, del poderoso rugido de aquel Nombre: León Trostky, llamado también La Pluma Roja. Le tocó vivir otra paradoja trágica; la decepcionante contemplación del lento hundimiento de lo que Lenin había construido. Temprano advirtió los peligros (en una carta de 1904, sobre el reformismo): “Los demócratas constitucionales (denominados KaDetes, por sus siglas en ruso), pervierten al movimiento. Si la revolución persiste, la penetrarán para que no avance, tirando sus consignas por la borda”. Antes que Lenin, definió con claridad el carácter de los soviet: “Son el equivalente a La Comuna… Deben hacerse del gobierno, invocando en su seno el derecho a la construcción de un Estado revolucionario embrionario. Tendrán que crear una prensa libre, organizar patrullas para la autodefensa de los ciudadanos, manejar la producción y distribución, los correos y ferrocarriles… La primera ola de la revolución creará soviet en todo el país” (1905). Desde Marx, postuló La Revolución Permanente. Es decir, “un programa de transición que no significa concesiones y claudicación sobre la base de cubrir distintas etapas; pues la burguesía es incapaz de acompañar a la revolución aunque ésta garantice sus intereses. El proletariado debe recordar siempre sus tres obligaciones principales: Desconfiar de la burguesía; controlar férreamente a los dirigentes en todos los niveles; elevar su potencia revolucionaria y aplicarla con fuerza, visualizando permanentemente el próximo paso, para profundizar así la revolución. Sería un error alcanzar la victoria para renunciar a ella cediendo en un trance”; decía. Pensaba que el partido debía ser garante de la democracia. Se lo expresó al historiador Victor Serge, quien escribió: “El partido de Lenin y Trotsky guarda una disciplina fetichista respecto a la tolerancia interna y a las normas democráticas. Se oponen entre sí con enérgico furor, pero siempre acatan las decisiones mayoritarias, sin murmurar, herir, perseguir o desacreditar al oponente”. Esta tradición política de la izquierda se quebrantó a la muerte de Lenin el 10 de enero del 24 (luego de un atentado, quedó parapléjico en mayo de 1922). Stalin, junto a Kamenev y Zinoniev, crearon un triunvirato para sustituir a Lenin, quien ya había advertido sobre las aberraciones en marcha: “Nuestro partido y Estado obrero se están deformando, el peso de la burocracia es demasiado grande…” Ordenó al 12 Congreso (marzo del 23), censurar a Stalin por su actuación en Georgia y destituirlo de su cargo como secretario general, pero ya era tarde; el congreso desoyó a Lenin. En octubre del 23, apareció La Carta de los 40. Una crítica firmada por Trotsky y otros cuadros. Todos fueron asesinados en los 6 años siguientes. Trotsky es destituido como comisario militar en 1925 y separado del Comité Central en 1927, acusado de anarco fraccionalista y otras descalificaciones; todo eso, para silenciarlo y expulsado de Rusia en 1929. Anteriormente, en 1926, el 14 Congreso, disuelve el triunvirato; Stalin se une a Bujarin, la derecha positivista del partido y proclama su tesis: El Socialismo en un solo país. Fin del proyecto comunista. Agosto de 1940, la piqueta burocrática, la muerte, alcanza al judío Lev Davydovich Bronstein. Deja de ser efímero, convirtiéndose en permanente y salva su nombre.
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