A primera vista

Autocrítica

La constitución de un proyecto hegemónico es el primer problema a considerar por la política. Mao lo decía: “En política el poder lo es todo, lo demás una ilusión”. Pero ¿Qué se entiende por poder? ¿Tan solo el control político y el acceso a la toma de decisiones institucionales? Ese concepto de poder, arrancado de la verborrea liberal aparece como ingenuo o cínico, a la luz de los tiempos que corren. Un proyecto político es un orden discursivo. Es el establecimiento de un Real lacaniano, un Otro. Es, crear línea de demarcación; tirar la barda a un orden de delimitación. Una nueva hegemonía es del orden biopolítico. Es saltar la tradición y las viejas costumbres con un aire renovado, para, como dijera Gramsci, superar las trincheras y fortificaciones de la llamada sociedad civil. Es “naturalizar” lo que antes era visto como inviable, para cotidianizar un campo de prácticas capaces de producir millones de articulaciones para el consenso alrededor de un punto de vista. Sin lugar a dudas, la afiliación discursiva pasa por regiones pasionales. Maffesoli habla del consenso como el momento “consensualis”, es decir, el instante acontecimiento en el que se produce una pasión compartida. Si sustituimos la verdad pasional de la biopolítica que hace el consenso, por “lo políticamente correcto” de lo conveniente, estaremos tomando un atajo por la puerta trasera, por ejemplo, si caemos en electoralismo, nos alejamos del corazón y la carne viva de la gente. Al aceptar navegar por las aguas del oportunismo, se pierde la capacidad estructurante de un proyecto que se funde en lo verdadero político (Bodiou). Caemos entonces en el criterio conservador de ver a la política como “el arte de lo posible”, cuando la verdad revolucionaria apunta hacia lo hoy imposible. Una revolución supone estratos, memorias, archivos, discursos, territorios, que hacen al sujeto de la historia al interior de un Real, eso no puede perderse. Un proyecto que opere a bandazos y fluctuaciones en su puesta en escena, en su organización, en la naturaleza y performatividad de sus cuadros, en la continuidad y profundidad de sus políticas; genera fragilidad en la permanencia de sus consignas y confundirá táctica con estrategia. Así, corre el riesgo de extraviarse y desconocer el curso trazado; y en nuestro caso concreto, irá alejándose del líder, dejándolo solo y a su suerte, desdibujando el rostro visible, voz potente de las masas; entonces, no seremos capaces de atravesar con éxito la turbulencia para salir del “punto crucial”. Se crea entonces un estado permanente de crisis que no permite avanzar, y el estancamiento es siempre retroceso y decadencia. Esto deberían saberlo, por ejemplo, los opositores al sumar sus cifras y compararlas con sus resultados más recientes. Sin liderazgo ni proyecto no se va muy lejos y siempre terminarán tomando el atajo golpista. Porque si no avanzas en tus números mientras crece la población electoral, es porque retrocedes. Está clarito. Pero es más fácil apelar a cualquier malabarismo para complacer a la sonrisa mediática, cancelando la realidad, que asumir las circunstancias desde una profunda autocrítica. Hay una película de Buñuel a la que siempre recurro: El Ángel Exterminador. No deja de sorprenderme su morbosa y maravillosa perplejidad. Allí, un grupo de gentiles burgueses se reúne en una mansión al regreso de un concierto. He aquí que a la hora de retirarse del sitio, por alguna misteriosa razón, ninguno puede salir. Todos están atrapados. Al cabo del tiempo, además de numerosas y absurdas peripecias, se dan cuenta que lo único que los ata es el miedo al cambio y la fuerza de la costumbre. Dejemos a la contra en su confortable encierro. A nosotros nada nos impide producir líneas de fuga para avanzar ¿Cuándo comenzamos?

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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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