En esta tierra de horizontes circuidos de horizontes, me vino todo dolido Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir”. No siempre es así, Willian. Morir en el río es una forma de vivir si fue fecunda la vida, de regar existencias, fertilizar esperanzas. Si en un momento sucumbiste a la fuerza del río, fue para emerger como ejemplo y nadar para siempre, transmutado en remero de sueños, navegante de amores, veguero de amaneceres.
Ya percibía algo extraño en las tenues estrellas de la noche sabanera. La noticia me lanzó a la Tierra de Nadie, allá en la UCV, donde bajo el reloj se recortó tu figura. Te vi rebuscar libros por los pasillos de Ingeniería y Humanidades. Entonces eras un muchacho delgado, reservado como buen llanero, sediento de saberes. El viejo Marx que llevabas ese mediodía bajo el brazo callaba su dialéctica.
No sé si Dios comete inconsecuencias, pero Orlado Araujo le atribuyó una, cuando murió su amigo Alberto Arvelo Torrealba, el poeta barinés que nos legó la canta de “Florentino y el Diablo”; tal el dolor y el golpe vallejeano que sufriera Orlando con la partida de su compañero de viaje. No llegaré a tanto, pero la jugada del destino fue artera. Sin embargo, tú entre ellos, hay hombres que trascienden su destino. La vida, la obra, la lucha, perduran más allá de toda ausencia. A cada rato tus camaradas te citan, invocan tu ejemplo. A cada rato, tu presencia está allí, en el combate de tus compatriotas y en su cotidianidad, en la batalla nuestra de cada día. A cada rato, alguien acota: “como decía Willian Lara…”.
El llano, por las tardes, se viste de nostalgia. El invierno esparce puro campo en sus olores. La escuelita de El Sombrero queda lejos, como lejos está tu infancia, cuando recogías guayabitas sabaneras por el día y perseguías cocuyos por la noche. Cuán lejos estaba entonces la República Bolivariana que fundaste con otros hacedores de sueños. Y cuán cerca está ahora, pueblo adentro, como diría el poeta Ramón Palomares, lo más del corazón.
Esa obra te hace perdurable. Tu gallarda posición el día de la canalla, ese 11 de abril de 2002, con su noche de oprobio y su lúgubre amanecer con un sátrapa en Miraflores. Fue otra batalla que libraste y ganaste con tu pueblo. El mundo escuchó de tu voz cuando ninguna voz se oía: “Les habla Willian Lara, Presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela”. Subrayar “bolivariana”, poner énfasis en su pronunciación, fue todo un mensaje que el pueblo venezolano entendió perfectamente y actuó en consecuencia.
Las circunstancias de un abril aciago te colocaron allí y actuaste a la altura de las circunstancias. Como buen llanero y como solías repetirlo, fuiste del tamaño del compromiso que se te presentó. Lo demás fue un río crecido, Willian, y la noche. Pero los ríos son “caminos que andan”. Y así, caballero andante, tú regresas en cada combate para el que tu pueblo te reclama. Regresas en mis versos, en la amistad, en esta crónica, digo, y no hay lágrimas porque se lo prometí al llano.
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