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Puntual como la muerte llega el Día de Difuntos. Los gringos lo conmemoran vistiéndose de monstruos para demandar regalos, como si estuvieran invadiendo un país. Los españoles montan el Don Juan Tenorio de Zorrilla para requebrar al sueño eterno de la siesta. Los picantes mexicanos van a los cementerios para asegurarse de que sus muertitos no han salido a hacer diabluras. Sólo nosotros tratamos a los muertos haciéndonos los locos, vale decir, dejándolos que gobiernen a los vivos.
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Nuestra relación con la muerte define nuestro vínculo con la vida. Los difuntos están allí para superarlos. Muerto es buen antepasado pero mal camarada. Entregársele es falta de autoestima. Por ejemplo, no debería un movimiento vital, palpitante y mayoritario convidar a que le redactara su Constitución una legión de cadáveres políticos, porque la sembrará de lápidas y artículos de protección a la propiedad privada y al capital extranjero, y de allí saldrán a asaltar al Estado.
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No invites a los muertos a tu casa: la volverán camposanto. Quien no presenta signos vitales ni se comunica con los vivientes, o pasó a mejor vida o es el Estado. El nuestro yace en cripta de leyes caducas y catafalco de requisitos inútiles tras infranqueable sarcófago de páginas web que nunca abren. Legión de osamentas de la Cuarta República lo devora y nos devora.
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A los inmortales los tenemos en la memoria, pero nuestros difuntos quieren que la perdamos. Bolívar impuso el principio soberano de que las controversias sobre el interés público de Venezuela deben ser resueltas con nuestras leyes y tribunales. Desde fines del siglo XIX nuestras constituciones consagran tal principio, que debe considerarse escrito en todos los contratos. Para violarlo, en 1902 las flotas de acorazados de tres imperios se agavillaron, nos bloquearon, nos bombardearon, nos robaron hasta las campanas. Un siglo más tarde cadáveres insepultos redactan sentencias que entregan a Venezuela a los árbitros de las transnacionales. Dales Señor el descanso eterno.
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Dominan los extintos a los vivos mediante la palabra difunta. Cadáveres insepultos borraron de los programas educativos de Primaria la Historia, la Geografía, la Educación Cívica de Venezuela. Todavía no regresaron al pensum: pero sí han vuelto al poder quienes las erradicaron. Les bastó con cambiarse de mortaja. Desde panteones administrativos presiden el Réquiem solemne a la amnesia, preámbulo del Sueño Eterno. Rogad por ellos.
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La muerte es contagiosa, y en todos los pueblos aflige al genocida la muerte moral, aunque los tribunales olviden o los cómplices absuelvan. Donde vaya lo sigue la mirada de madres sin hijos e hijos sin padres. Donde penetra contamina la peste de la tumba. Sólo entre nosotros siguen inconstitucionalmente sellados los archivos de los cuerpos represivos. Sólo entre nosotros puede un masacrador ser representativo. Luzca para él la oscuridad perpetua.
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En la novela de Mary Shelley, Víctor Frankenstein crea su Prometeo con materiales nuevos y desata un genio de fuerza incomparable. En la versión fílmica, le injertaron un cerebro de cretino a un cosido de cadáveres dispares y surgió un ideólogo de la colaboración de clases. Entre la vida y la muerte no hay sistema mixto. Presente y futuro nacen de la incesante aniquilación del pasado. Sin extinción de lo caduco no hay vida.
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Dejad a los muertos enterrar a los muertos. Si estamos vivos, actuemos como tales, no nos dejemos arrebatar nuestro instante por quienes se fueron. No nos vayamos con ellos; tampoco dejemos que se vengan con nosotros. No les hagamos compañía antes de que suene nuestra hora; tampoco permitamos que nos fastidien después que sonó la de ellos.
PD: Este artículo llega retrasado por falla del correo electrónico ¿Habrá forma de que el ABA de CANTV salga de su tumba? ¿Seguiremos pagando 24 horas de servicio y recibiendo 24 minutos de conexión al día?
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