Sin embargo
se habla de horizontes como metas propuestas hacia las que debemos marchar.
Quizá resulta que el horizonte es como el norte para la brújula, el
lugar al que apuntamos o el lugar que nos guía y por el que debemos
de seguir. Cuando veo a la humanidad tratando de lograr sueños que
encierran un mundo mejor se me viene a la memoria la inalcazabilidad
del horizonte. El mundo socialista, digno y justo, la sociedad igualitaria
que supere tantas desigualdades e injusticias parece a veces inalcanzable,
se logran metas y aparecen otras, se logran victorias que nos llevan
a nuevas batallas.
La paz es uno
de esos horizontes de los que hablo, se me viene a la memoria las palabras
de Bolívar cuando decía que sin justicia social no habrá paz
sobre esta tierra. Para alcanzar la paz hay que lograr la justicia social,
para lograr la justicia social se debe crear una nueva sociedad en la
que existan nuevos valores. Los valores son el combustible que mueve
el carro. No se puede avanzar hacia la justicia social con seres humanos
cuyos valores aun sean los de su beneficio personal. Se piensa en la
nueva sociedad para cambiar al hombre y entonces pienso que para crear
la nueva sociedad hay que cambiar al hombre. El pensamiento del Che
Guevara acerca del hombre nuevo se me hace necesario. La mujer y el
hombre nuevo deben nacer del la mujer y el hombre viejo, no será de
otra forma.
Pienso entonces
en el horizonte o la zanahoria. Mi horizonte es el mundo socialista,
la sociedad sin clases sociales, la sociedad de iguales, de seres humanos
con conciencia planetaria y universal en quienes priva el amor social,
la solidaridad y la construcción en conjunto de formas nuevas de organización
que apunten a la felicidad de todos. La zanahoria que debo colgar frente
a mi boca debe ser la que sacie mi sed de justicia, de igualdad, de
un mundo que gire armónicamente integrado al universo al que pertenece.
Una marea de
luchas de la humanidad cada día hace evidente que somos cada día más
quienes sentimos la urgencia de los cambios. Un concierto de voces que
llenan las calles de gritos rebeldes en contra de la sociedad capitalista,
en contra de la pobreza a la que se sentencian a diario a tantos que
pierden sus puestos de trabajo, que se quedan sin salario, sin alimento
y sin vivienda, mas los millones que nunca pudieron tener acceso al
trabajo, los niños que son comidos por moscas en África, por cientos
de haitianos que deambulan temerosos del cólera o de los saharauis,
o los gitanos. De los sudacas echados de Europa y desterrados, de los
mapuches atrapados en la entrega de sus tierras a las mafias papeleras,
a los pueblos árabes castigados inclementes por las bombas que le llueven
del cielo sionista, de los niños campesinos que no tienen escuela,
de tantas más injusticias.
Creo que hay
un horizonte tras el que debemos ir, sea alcanzable o no, ese horizonte
es el que nos marca la única salida de esta sociedad enferma. Hoy decía
mi comandante presidente en su programa de todos los domingos que se
corre el riesgo de que todos como sociedad no lográramos hacernos del
poder capaz de transformar nuestra sociedad y que nos tocara vivir decenios
de un gran caos, de largas noches de frío y de guerra, de hambre y
salvajismo, del invierno nuclear que nos alerta Fidel. Todo eso me hizo
pensar en el horizonte nuevamente. Si fuese que nos toca declararnos
hombres y mujeres tercos que a diario marchemos tras esa linea que parece
inalcanzable, tocará hacernos los tercos. Hay un sueño que nos compromete
a todas y todos. Hay que partir sobre las aguas del futuro a navegar
dirección al horizonte, alcanzaremos ese cielo azul que se llama socialismo.
¡Venceremos!