Vivimos en una sociedad en la cual, cada día, el hombre se conoce menos así mismo. La dinámica diaria, la velocidad que se les imprimen a las cosas y las posiciones “cómodas” de la inmediatez que nos brinda la tecnología, nos impide como hombres y mujeres la reflexión, la meditación, el autoconocimiento.
Estamos en una constante inconsistencia en cuanto en tanto nos distanciamos de la realidad de nuestra propia existencia y caemos en un abismo en el cual padecemos, consciente o inconscientemente, de lagunas de identidad. Interactuamos en una sociedad en la cual existen, en sumo, 6 ó 7 sujetos diferentes y en los cuales, el casi 80% de la población se enmarca sin siquiera meditar en ello. Tenemos al Emo, al Punk, al Rockero, al Intelectual, el Galán, al Freak y el Intenso, estos para mencionar los mas vistosos, que son la iconografía mas usada o copiada. No más falta hacer un ejercicio de autoevaluación y revisar si pertenecemos o hemos pertenecido a uno de estos grupos, o mejor aun, salir a la calle e identificar a la Juventud dentro de estos grandes rasgos. No quiero parecer dogmático, generalizar o estigmatizar a toda una sociedad a partir de este parámetro, existen los espíritus libres que no encajan dentro de estos estereotipos y que representan la rara excepción en las calles.
Lo que llama la atención de esto es que, viviendo en una sociedad donde todo se enmarca bajo la figura de un prototipo determinado, donde al parecer las metas, los sueños, los gustos, la estética y los fines parecen siempre coincidir, creemos ser libres y, mientras mas delineado sea el pensamiento y su lógica, mas vemos abierta la brecha de la supuesta libertad. El mundo de las posibilidades no existe, es una imagen ficticia, tan ficticia como la relación del hombre con su realidad.
Todos los productos de la tecnología y del desarrollo de la ciencia, esos que vemos a diarios que nos ofertan y venden bajo los augurios de conectividad en todo momento, espacio y tiempo, lo que hacen en realidad es distanciarnos de la interacción real hombre-hombre y, en segundo lugar, imposibilitarnos el ejercicio de la reflexión y la soledad. En primer lugar, vemos que la dinámica social cada día es más rápida y exige de nuevas, mejores y más eficaces formas de interactuar. Para ello, se han creado un sin fin de aparatos tecnológicos modernos para facilitarnos esa tarea. Sin embargo, mas allá de la facilidad que nos otorgan estos aparatos, crean paralelamente, un distanciamiento entre el hombre y su entorno, y lo hace tras el falso postulado de “en todo momento conectado”. El Ipod, Laptop, Celular, Redes Sociales y hasta los autos dos puestos y el servicio Deliveri nos distancian de la interacción real con la sociedad y paradójicamente pensamos que estamos cada día más conectados. No estoy obviando que las personas con que interactuamos a través de estos medios son reales pero, esta nueva forma de interacción contranatural, va creando patrones de comportamiento, actitudes, y una concepción de relación que desvirtúa al sujeto y lo desarma en cuanto a su relación con lo real. “Carlos, ¿por qué me escribes cosas tan atrevidas por mensajes y cuando me ves no me dices nada y hasta te sonrojas al mirarme?” son preguntas que a diario escuchamos por las calles…
Falsa libertad y de libre elección, poca o nula relación con los sujetos de nuestro entorno, cosificación y consumo. Tras esto yacen los muchos jóvenes y no tan jóvenes de nuestra sociedad actual. Estamos en camino a la desnaturalización de la relación sujeto-sujeto. Cada día nos ocultamos tras la mitificación de las comunicaciones y de lo que estas nos venden, creando a un nuevo actor social carente de todo tipo de sensibilidad y verdadera acción. Mi posición no es que le demos la espalda a los avances tecnológicos y lo que ello nos ofrece, sino que, seamos más conscientes de la repercusión “inofensiva” que pueden tener elementos de uso común y cotidiano.
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