Dentro del partido, no creo ni me ubico en corriente alguna, aunque las respeto. Por lo general, toda tendencia se coloca un nombre y toda autodenominación, en mayor o menor grado, es pretenciosa, prepotente y excluyente. Si me defino “radical” (las comillas sólo obedecen a una duda metódica), es porque los otros son “moderados”, “lights” o sabrá Marx o Dios qué cosa. Pero agruparse en corrientes es también un derecho y, desde las cuevas de Altamira, una opción.
El proceso bolivariano elevó a rango constitucional la democracia participativa y protagónica. Este principio no ha sido letra muerta. Se empezó aplicando con el referéndum popular para aprobar la Carta Magna, hace 11 años. Luego, por iniciativa de una oposición que había fracasado por la vía anticonstitucional y golpista, se ejercitó en el referéndum revocatorio (que resultó ratificatorio) contra el presidente Chávez. Nunca el pueblo venezolano tuvo decisiones tan fundamentales y cruciales en sus manos. La revolución bolivariana no era retórica y se convirtió en referencia latinoamericana y mundial.
Empero, la participación protagónica en muchos casos ha sido sesgada o mediatizada. En algunas instituciones, quienes ejercían la contraloría social eran pagados por la misma institución. No se controlaba a los jefes, sino a los empleados, funcionarios de menor rango o, para peor, a los mismo compañeros. Una verdadera distorsión. Algunos compatriotas a los que se les ocurrió aplicar sin mirar jerarquías la contraloría social, hoy andan por allí, botados y descontrolados. En el PSUV, las elecciones primarias resultaron una costosa y traumática lección de cómo no se deben hacer la cosas.
La revolución es un permanente aprendizaje, pero es obvio que quienes se las saben todas no necesitan aprender nada. La izquierda revolucionaria que insurgió en los años 60 se la pasaba en lo que alguien denominó “la autocrítica perpetua”. Tenía razón. Era perpetua porque no tenía enmienda ni expresión en la práctica. Se parecía a la confesión dominical de los católicos.
En tiempos polarizados, todo mea culpa es un manjar para el enemigo, toda autocrítica un autogol. En lo interno, abundan los pescadores en río revuelto y los impolutos que se erigen en jueces y verdugos a la vez, listos para cortar cabezas, menos la suya. Pero ni aquello ni esto debe ser óbice para el análisis serio de lo que sucedió, el reconocimiento de fallas y errores, la asunción valiente y gallarda de responsabilidades.
En Anzoátegui, encabecé la lista para diputados. A la luz de los resultados es obvio que como candidato no llené las expectativas de mis compañeros y como parlamentario en ejercicio se le ha hecho con el voto un contundente reclamo a mi gestión. No estoy haciendo una “autocrítica perpetua” ni una “confesión católica dominical” para aliviar mis pecados del mundo. Estoy mirando hacia el 2012 y hacia los nuevos retos del Partidos Socialista Unido de Venezuela.
Hace poco el sociólogo y militante del PSUV, Javier Biardeau, hizo una descarnada crítica a la política y rumbo del proceso bolivariano. El presidente Chávez lo invitó a Miraflores a discutir. Algún funcionario de menor rango habría pedido su expulsión inmediata.
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