“Ese hombre, paga estas pensiones, porque está obligado”. “Cualquier gobierno que venga hará lo mismo”.
De esa manera, una señora, intento de adorno y con muestras de no entender nada de lo que acontece, les habló a sus vecinos cercanos en la cola del banco. Con énfasis, para le escuchasen cien metros a la redonda. Eso que quiso fuese un gesto de audacia lo fue de ignorancia y mala fe.
Alguien en la cola, de esos que abundan, pese a que siempre se muestren discretos, sintiéndose aludido, respondió aquel discurso a García, no al quincallero verbal de medio peso de la Asamblea Nacional, sino al de la célebre anécdota de la guerra de independencia de Cuba :
“Ha llovido parejo. Miles de casas, mal construidas por la ingeniería popular en espacios del acoso, se han derrumbado. Incontables carreteras y caminos se inundaron, se perdieron cosechas, propiedades y hasta vidas. El número de dignificados no tiene precedente. En miles de millones de dólares se cuantifican los daños que este gobierno debe reparar; responsabilidad que asume con hidalguía, como antes nadie lo había hecho”.
Se detuvo un instante, miró de frente a la señora que le llamó la atención, despertó su deseo de hablar y continuó con calma:
“Hay razones para decretar un estado de emergencia, con todo lo que eso implica; tanto que por eso el presidente ha solicitado una ley habilitante para enfrentar la tragedia. Pero si algo caracteriza a este gobierno es su definitiva identificación con los pobres y débiles. Por esto, no deja de cumplir con ellos, llueva, truene o relampaguee”.
Recordó - porque quiso hacer un discurso largo, cansado siempre de escuchar mentiras y sandeces - como la distribución poblacional, el acomodo espacial venezolanos, causales importantes en estos desastres, resultaron de las malas políticas de los viejos tiempos y, el deterioro climático planetario, de la rapacidad capitalista.
El orador tomó aliento y agregó, siempre en tono mesurado y respetuoso:
“Pero con todo y eso, pese tantas calamidades y excusas reales para evadir el compromiso, aquí estamos los viejitos, cobrando nuestras pensiones, sabiendo que cualquier administración no haría lo mismo”.
Suponer que quien venga asumirá el asunto pensiones, con la dignidad y puntualidad de este gobierno, es una muestra de ignorancia en asuntos de economía, historia y hasta de desinformación.
Para el neoliberalismo, única oferta de la economía capitalista, la exclusiva manera de mantener el equilibrio en las cuentas, fórmula para superar las crisis y hasta para el crecimiento, es mantener lo más bajo posible los gastos. Hay que evitar a toda costa que ellos suban y hacer todo lo necesario para mantenerlos deprimidos. Es varita de virtud y juicio sabio para que toda economía sea próspera.
Reduzca los gastos, obligue a cada quien hacer cada vez más huecos para apretar el cinturón y lo ahorrado entréguelo a los capitalistas para que crezca la economía y a ellos la panza.
Es venerada receta del Fondo Monetario Internacional, medicina para toda enfermedad, porque lo importante es la salud del capital. Si un banquero delinque, se roba los reales de sus depositantes y declara en quiebra, lo recomendado es darle más dinero de los fondos del Estado, para que cumpla con aquellos. Aún corriendo el riesgo que sea doblemente ladrón y de éstos también se apropie, como hicieron en la época de Caldera.
Pagar la pensión del seguro social y hasta las jubilaciones, en la óptica capitalista, no sólo es un gasto, sino hasta innecesario y vil. Ante cualquier déficit o dificultad, es de los primeros que reducen, suspenden y hasta eliminan. Sólo se paga cuando sobre.
Recordemos los sinsabores de los asegurados en la IV república, cuyas pensiones, siendo de miseria, casi nunca pagaban; los viejitos salían constantemente a protestar.
¿Qué sucede ahorita en Europa? Pues, ante la crisis, lo primero que han hecho es reducir las pensiones y hasta aumentar la edad para jubilarse.
No todo gobierno es como éste. Pese la gravedad dejada por las lluvias, cumplió y cumplirà con las pensiones.
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