Los últimos acontecimientos referidos al trato dado por las autoridades de Estado a los damnificados de las lluvias excepcionales de finales de 2010, sugieren muchas reflexiones para quienes desde la perspectiva revolucionaria tratan de encontrar alguna racionalidad a dichas acciones, e inevitablemente estas desembocan, y al parecer desembocarán por mucho tiempo, en la persona, o mejor aún, en al personalidad del líder máximo, es decir, de Hugo Chávez.
En un primer momento habría que decir que una conducta inercial impulsada a su vez por un no menos sentido común inercial del pasado puntofijista, en el tratamiento de los damnificados, consistía meramente en levantar uno, si acaso dos teléfonos desde el despacho de Miraflores y girar algunas órdenes, referidas más que nada a una proposición seca, sin un contenido de compasión más profundo: “Ubíquenlos donde se pueda”. Ese “donde se pueda” podría ir desde un galpón inhóspito hasta un container de hojalata, a la vera de camino, o mejor dicho, de la autopista Cota Mil. Ah, y olvidarse después y por décadas de su existencia.
Por eso no dejó de sorprender -y es que si a ver vamos de eso es de lo que se trata en una revolución verdadera, pero también en una guerra, y quién duda que la que se libra contra los valores egoístas del capitalismo no lo es- cuando el presidente Chávez apareció en la cúspide del barrio La Pedrera de Antímano megáfono en mano, no dando órdenes a sus habitantes sino rogándoles encarecidamente que aceptaran ir a refugios temporales para luego asignarles viviendas dignas, a sabiendas además de la poca credibilidad entre quienes han visto cómo funcionarios de su gobierno ofrecieron lo sismo sin cumplirlo.
Este primer momento de la acción gubernamental tuvo una respuesta creadora, si así puede ser conceptualizada. Y es que le corresponde al liderazgo de esta revolución resolver con urgencia y ante signos cada vez más evidentes de un accionar inercial, y lo que es peor aún, una accionar enajenado de padecimiento de los más pobres por parte de un funcionarato público de mediano y alto rango, incluido ministros. Ello quedaría lastimosamente evidenciado, siendo el mismo Chávez el encargado de llamar la atención al respecto.
Como producto de la alienación también inercial, la orden de atender humanitariamente a los refugiados dada por Chávez, no fue leída más allá de ese humanitarismo situacional: proveerles agua potable, alimentos perecederos, incómodas colchonetas para dormir en el piso, agravado tal accionar por la inminencia del “bonche” navideño egoísta, y por ello de corte netamente capitalista obsceno, que conduce a cierta indiferencia ante tan terrible sufrimiento humano.
Debió nuevamente ser el líder el que actuase de nuevo creadoramente y desde una “responsabilidad positiva”. Porque el sufrimiento no se mitiga solamente, como lo dispone la norma petrificada por siglos del “deber ser” de una compasión mal concebida, como pudiera ser la de dar una viandita de anime de comida, o en este caso de hallaca y ensalada, y hasta pernil, a cada damnificado y listo, sino que va mas allá, al menos en la forma de ver las cosas de un verdadero revolucionario. Ese “más allá” no es difícil de imaginarlo.
Ha sido pues, a pesar del dolor humano causado, una oportunidad de oro para que quienes acompañan al presidente Chávez en función de gobierno, aprendieran desde lo experiencial a responder, por decirlo de alguna manera, con base a aquella premisa marxista y si se quiere también cristiana: “Sólo se puede ser feliz haciendo felices a los demás”, al/los “otro/otros”, y que también pasa por sufrir de cerca, con ellos, los damnificados hoy, mañana ¿quién sabe?, su condición de excluidos por el inhumano e injusto capitalismo. En esta línea se inscribiría la acción de habilitar espacios institucionales para albergarlos
*Integrante del Consejo Central del Movimiento Social de Medios Alternativos y Comunitarios (MoMAC)
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