De
alguna manera la historia funciona como una especie de espejo para los
pueblos. En ella podemos ver las cosas buenas y malas que se han llevado
a cabo en nuestras naciones; nos permite ver nuestras condiciones
prevalecientes y nos enseña las posibles vías para la construcción de
nuestro futuro. El simple reflejo nos muestra toda la complejidad de
nuestro presente y nuestro pasado, y nos permite planificar con certeza
lo mejor para nuestro futuro. Cuando por alguna razón, escogemos no ver,
o ignorar, ese reflejo, las posibilidades de impulsar mejores estadios
de bienestar, se ven sustancialmente reducidos.
Por
esta razón, es muy importante que los pueblos sean capaces de conservar
y utilizar en su propio beneficio su memoria histórica, algo que es más
fácil de decir que de hacer. Las clases dominantes, especialmente las
de los países dependientes y subdesarrollados, se ajustan y se someten
con extrema facilidad a los cambios que les imponen los ajustes
estructurales que el sistema capitalista se plantea para garantizar su
preponderancia a lo largo del tiempo. El capitalismo, igual que otras
formaciones socioeconómicas, se rige por leyes y categorías dialécticas e
históricas, y por lo tanto permanece en constante transformación,
generando de manera permanente sus condiciones necesarias de existencia.
Esta
condición de permanente movimiento del sistema, obliga necesariamente a
que quienes criticamos sus conceptos, procedimientos y resultados, nos
mantengamos también en un proceso de pensamiento y acción constantemente
cambiantes. El neoliberalismo, planteado como una etapa superior del
capitalismo, incluso por encima del tradicional imperialismo de un
estado o varios estados sobre otros, resultó ser en pocos años un
espejismo para muchas naciones que buscaban afanosamente su desarrollo
en el reflejo, en la imagen, de otras naciones y de otras condiciones
materiales completamente diversas y disímiles de las suyas.
La
historia de Honduras, nos demuestra como una y otra vez los gobiernos,
en consonancia con los intereses de minorías cada vez más codiciosas,
entregaron, con lujo de servilismo, con absoluta falta de dignidad, la
soberanía misma de la patria. De esta forma, los experimentos
colonialistas de las naciones más ricas de la tierra, impusieron modelos
de "desarrollo" que nunca produjeron condiciones favorables para la
consolidación de un estado nacional, soberano, independiente y justo.
Los
enclaves son una parte dominante de nuestra historia; en todas las
épocas las clases dominantes tuvieron la inclinación a buscar el
enriquecimiento rápido, a través de la entrega de nuestra soberanía a
grupos extranjeros.
Con el fortalecimiento del neoliberalismo, la idea
de reducir al máximo el papel del estado, y el paradigma del mercado
como regente único y omnipotente de las relaciones entre los seres
humanos, procedió a entregar concesiones completamente inservibles para
él país, y se otorgaron beneficios sin límites a grupos económicos que
ya gozaban de gran impunidad para sus negocios.
Siempre
se nos presentaron los ejemplos de otros países, con el afán de
hacernos creer que la bonanza aparente de aquellos se repetiría, sin
lugar a dudas, en nuestros empobrecidos entornos. Omitieron,
deliberadamente, las profundas diferencias sociales, económicas,
culturales y de otras índoles, que nos separaban de estas u otras
experiencias, lo que siempre vuelve a aparecer como factor decisivo de
fracaso para los intentos que se han hecho en nuestro país. Al
principio, nos mostraban las bondades del sistema en Chile, pero nunca
nadie nos dejó ver las consecuencias sociales que dejaban marcas
imborrables en los sectores más pobres de ese pueblo hermano.
Luego,
más recientemente, nos mostraron como panacea el modelo irlandés, país
al que llamaban "el tigre celta"; aquí, en el año 2007, se alcanzaron
éxitos sin precedentes en la historia del capitalismo; después de 10
años consecutivos de políticas neoliberales el impuesto sobre la renta
de las empresas se había reducido a 12. 5%, mientras que el impuesto
real que pagaban las grandes corporaciones oscilaba entre 3 y el 4 por
ciento. Este año tanto el déficit fiscal, como la tasa de desempleo,
fueron iguales a cero; el sueño macroeconómico hecho realidad. Sin
embargo, como objetivamente no existen fenómenos espontáneos ni
casuales, el origen de toda esta bonanza del sueño irlandés, la
tristemente especulación, daría lugar a una catástrofe
financiera, que habría de producirse casi al mismo tiempo que a los
hondureños nos indicaban seguir el camino de los irlandeses. Un dato
ilustrativo y aterrador de esa crisis, es que el endeudamiento doméstico
era igual al 190% del PIB del país[1]; entonces sonaron las campanas de alarma y los políticos hondureños dejaron de ver hacia esa parte del mundo.
La
incesante reproducción de un patrón que intensifica la desigualdad, y
concentra la riqueza en minorías cada vez más pequeñas, desembocan
necesariamente en situaciones potencialmente explosivas desde el punto
de vista social, y es en ese escenario donde los grupos fácticos, y el
imperio, al servicio de sus transnacionales, buscan alternativas que
reduzcan drásticamente la presión social y renueven la expectativa sobre
un sistema fracasado pero en movimiento. En Honduras, hoy buscan
imponernos un modelo novedoso de coloniaje, que apunta a desmembrar los
estados, para convertirlos en paraísos privados bajo la égida del
control transnacional.
A
diferencia de otro momento de la historia, Honduras es el conejillo de
indias de todo un nuevo modelo, que busca presentarse como la novedosa
propuesta del capitalismo en el siglo XXI. Poco a poco descubrimos un
patrón lógico en el procedimiento, en la estrategia y la táctica, que
desembocan en múltiples enclaves dirigidos a deshacerse de los molestos
estados subdesarrollados del tercer mundo; primero el golpe de estado,
luego la represión brutal y la limpieza ideológica, después la
legislación que le otorga al pueblo derechos que ha tenido siempre,
aprobados con el único propósito de allanar el camino para llegar a un
nuevo tipo de estado paria rodeado de pequeñas ciudades estado con
inversiones inimaginables para el país que las ha
otorgado.
Ciertamente,
el siglo XXI está marcado por la disputa entre dos concepciones
diametralmente opuestas de la sociedad y el propósito de esta de
existir; mientras una de ellas busca intensificar el privilegio de la
riqueza para unos cuantos, la otra busca un estado de bienestar menos
orientado al consumismo incontrolado, con tendencias bien definidas para
garantizar la preeminencia del individuo y la sociedad misma como
objetos supremos de toda la actividad humana. Es posible que encontremos
a quienes se resistan a la idea de encasillar las opciones de los
pueblos de esta manera, pero la realidad del poder es más o menos
inflexible, y esta rigidez obliga a las personas a preferir el
“anonimato” político que solo encuentra en el “centro”.
En
Honduras, superficialmente parecería que la clase dominante y sus
adláteres, se encuentran en una disputa de fondo sobre la naturaleza de
las acciones tomadas por el régimen, y que son observadas por un sector
de la oligarquía como una amenaza a sus propios privilegios. Esto no
debe producirnos ningún tipo de distracción; el sector oligárquico
opuesto al acelerado proceso de reformas del régimen, está preocupado
esencialmente por la posibilidad de que estas presenten una oportunidad
al pueblo para cumplir con sus anhelos; ellos no se oponen a esta nueva
forma oprobiosa de dominación y sometimiento, sino que se preocupan por
la posibilidad real de que el pueblo detenga este nuevo entuerto.
Estamos
ante la posibilidad real de que Honduras se convierta en una nueva y
siniestra atracción para el mundo; el lugar obligado de paseo para
quienes andan de compras y quieren obtener sus propios sus paraísos
privados. Es inaceptable que en este momento tan importante de nuestra
historia, confundamos nuestra estrategia y nuestras posiciones con las
de la oligarquía que presiona incesantemente por evitar nuestra
participación en la toma de decisiones del país.
Nuestro
deber de dirigir por sendas correctas y honradas las luchas populares,
nos obliga a saber diferenciar claramente entre los fines aviesos de los
adversarios y los instrumentos que utilizan para llegar a ellos, pues
estos últimos pueden ser también utilizados por nosotros para alcanzar
nuestros propósitos; además, no podemos sustraernos de un debate que
presenta características definitorias para las generaciones que nos
seguirán. Sería sumamente irresponsable obviar la importancia que tiene
la participación del pueblo en este momento trascendental, haciendo uso
de todas sus fuerzas y de todos los medios a su alcance, incluso
aquellos propuestos e instrumentalizados por la burguesía.
La
tendencia del régimen a legislar aceleradamente en contra de todas las
conquistas del pueblo hondureño, nos debe llamar a reflexionar sobre
nuestra posición y nuestra estrategia de lucha, así como a tomar las
rectificaciones que sean necesarias con el propósito único de mantener
es la incalificable tarea a la altura de las circunstancias y de las
exigencias de nuestro pueblo, merecedor de un destino diferente.
No debemos permitirnos más espejos sin reflejo
rsalgadob@yahoo.com