Durante los doce de gestión del Presidente Hugo Chávez han surgido voces que quisieran acallar y amortajar el espíritu subversivo de la revolución en Venezuela, atrincherados como están en posiciones de autoridad, en sus diversas formas o modalidades, lo cual ha impedido que se construya un amplio movimiento popular, capaz de asumir la conducción del proceso revolucionario de un modo pleno e independiente. En ello se evidencia una total discrepancia con los postulados fundamentales que debieran caracterizar a la revolución bolivariana, esto es, el respeto a la soberanía popular y el cambio estructural del Estado que, a su vez, tendría que proyectarse en un cambio cualitativo de las relaciones de poder. Así, a los ojos de las masas populares, alrededor de Chávez pululan quienes, diciéndose revolucionarios, usufructúan el poder e impiden la materializar la democracia participativa en manos de esas mismas masas populares.
Esto demuestra suficientemente la necesidad de plantearse la sustitución, gradual o inmediata, de esta dirigencia reformista para la cual la revolución se hizo sinónimo de oportunidad para enriquecerse y cambiar sustantivamente su antiguo nivel de vida. Ello supone establecer, desde ya, un abandono de sus prácticas clientelares, de manera que el pueblo pueda hacer la Revolución con un contenido realmente participativo y protagónico, sin apelar a fórmulas desgastadas del pasado que sólo servirían para truncar la transformación revolucionaria de la sociedad venezolana. Supone, al mismo tiempo, asumir una línea radicalmente subversiva que facilite la comprensión popular de lo que es la Revolución Bolivariana, cuáles son sus metas, vías y potencialidades, enmarcada en lo que sería su mayor conquista: un verdadero poder popular. Al respecto, es necesario comprender que la democracia -elevada a su más alta y genuina expresión mediante la participación y el protagonismo del pueblo- implica la transformación y el cese definitivo de todas las manifestaciones organizativas de la democracia representativa. Con ello se estará dando un salto cualitativo en la proyección y consolidación de la Revolución, dejando de ser ese híbrido contradictorio que muchos acusamos y confrontamos a diario.
De lo que se trata, entonces, es que los sectores populares, conscientes de las paradojas que padece el proceso revolucionario, comiencen a disputarle los espacios de poder a la dirigencia derechista actual y genere sus propias formas organizativas, su propia teoría revolucionaria y, por consiguiente, su propio poder; de tal forma que se practique realmente la consigna de “darle todo el poder al pueblo”. Esto implica enfrentar y poner al descubierto la falta de identificación de una gran parte de la dirigencia chavista con los principios esenciales del proyecto revolucionario bolivariano. Urge, por tanto, que los diversos sectores populares puedan desarrollar formas de autodeterminación y articulen concepciones alternativas de cómo debe ser la sociedad de nuevo tipo planteada por el socialismo revolucionario.
En síntesis: los choques, desviaciones y contradicciones que afloran en el proceso revolucionario venezolano hacen obligatoria la maduración de elementos revolucionarios, dispuestos -incluso- a crear órganos de poder paralelo a los tradicionalmente existentes. Como lo indicara Mao Tse-Tung alguna vez: “Si tenemos una teoría justa, pero nos contentamos con hacer de ella un tema de conversación y la dejamos archivada, en lugar de ponerla en práctica, semejante teoría, por buena que sea, carecerá resignificación”. Esto ocurre cuando se adopta una actitud conservadora que, en el fondo, es reaccionaria, nunca revolucionaria. Cuando la revolución va por otro cauce, es preciso que sean las mismas masas populares quienes acometan, sin las restricciones legalistas que se les anteponen a fin de impedirles su participación y protagonismo, sea cual sea su origen, la tarea de enrumbarla por el cauce correcto, lo que se traducirá, sin duda, en mejores posibilidades de construir el socialismo revolucionario en el país.-