Que a alguien se le ocurra dilapidar una fortuna en una fastuosa celebración a la que concurrieron, desde un mismo país, por vía aérea, más de 400 personas, es asunto que compete a la conciencia de cada quien. Este espacio no pretende ejercer funciones moralistas que debieron ser aprendidas en la casa o en la Iglesia, es decir, aquellas que tienen que ver con el qué hago con mi vida y mi fortuna mientras en el país de al lado, en este caso Haití, miles de personas se mueren de hambre.
Es decir, que quienes sea que se casaron en República Dominicana hace un par de semanas, y al parecer hicieron un fiestón mil millonario, como el famoso matrimonio aquel que precedió al Caracazo, pueden hacer con su vergüenza (o su desvergüenza en este caso) lo que les venga en gana. Pero a lo que sí no tienen derecho es a traernos una epidemia para acá y quedarse calladitos a esperar que sus miasmas vayan a parar a las aguas que, de alguna u otra manera, terminaremos tomando todos. Ya ese es un asunto de responsabilidad ciudadana.
No he leído en ninguna parte ni uno sólo de los nombres de los invitados a comer langosta piche en el famoso y lujoso Club Casa de Campo. Repito, no es asunto de nuestra incumbencia. Pero lo que no es justo es que nos haya caído a todos la amenaza de semejante epidemia sólo porque a los sifrinitos de marras les debe dar pena que nos enteremos de la diarrea colectiva que deben estar padeciendo. Segurito todos militan en la causa opositora que dice que este gobierno tiene sumido al país en la bancarrota, pero ninguno es capaz de explicar de dónde sale tanta realazón junta para darse semejante gusto. No debe haber sido uno, sino al menos un trío de aviones los que viajaron especialmente para la celebración, eso sin contar con las aeronaves privadas de aquellos que "sufren" los vejámenes de este "régimen comunista".
En casos como éste, cuando la salud pública está comprometida, los gobiernos deberían obligar a las líneas aéreas a suministrar los nombres de los pasajeros para no tener a todo un país contando de a goticas cuántos de ellos se dignaron a aparecer, con el rabo entre las piernas, literalmente hablando.