La comentada película de Bernardo Bertoluci, interpretada por Marlon Brando, entrado ya en la edad madura y lo más alto de su brillante carrera actoral, saltó como noticia en estos días porque el pasado 3 de febrero murió María Schneider, actriz francesa que acompañó al norteamericano en la protagonizaciòn de aquel filme que convirtieron en un “hecho escandaloso”.
En muchas partes del mundo, empezando por Estados Unidos, donde el gobierno y abundantes agrupaciones se arrancan los pelos por la defensa de la libertad de expresión, se prohibió la exhibición de la película. Se fundamentaron en actos de sodomía sugeridos en la puesta en escena de Bertoluci y en las relaciones sexuales en general intensas expuestas o sugeridas, entre un hombre ya maduro y una casi adolescente.
Un periodista de un diario de Puerto La Cruz, quien se “fusiló” sin recato ni pudor alguno -¡al diablo las buenas costumbres, creatividad y derechos de autor!- un escueto texto expuesto en Internet, entrevistó a Guillermo Álvarez Bajares, quien fue funcionario de alta jerarquía en el primer gobierno de Caldera, bajo cuya responsabilidad se tomó la decisión de censurar drásticamente la película, particularmente porque ya se ha había hecho en Estados Unidos. Por cierto, este personaje, se “bate ahora a diario por la libertad de expresión, el respeto a la opinión de las multitudes y el derecho de los medios de comunicación, a difundir en la red lo que sea, como sexo sin recato, y que el gobierno no intervenga para racionalizar las cosas”.
Allí se expone que Alvarez Bajares, afirmó que tomaron aquella decisión después de oír las opiniones de cuarenta personas a quienes el trabajo de Bertoluci fue exhibido. Es más, no todos estuvieron de acuerdo, el entrevistado cuidó no hablar de la proporción, pero por una parte de los consultados se le prohibió al país todo, ver la película, por cierto y curiosamente, sólo “¡por ahora!”.
Las “profundas razones” que Alvarez, quien era el Gobernador del Distrito Federal, dirigente nacional de COPEI y periodista, alega para haber tomado aquella medida son estas:
“Fue lo más apropiado en aquel momento, porque el mundo era totalmente distinto a como es ahora, y esa fue la medida más adecuada”.
Algo como “lo hicimos porque éramos los muchachos de esa película y por encima nuestro la gorra verde copeyana”.
Si, es verdad. El universo nacional era distinto. Los gobernantes se creían dueños del país y al pueblo todo subestimaban. Tanto que escogieron cuarenta personas para que decidieran lo que debíamos ver. Ahora es diferente, razón le sobra a Guillermo Alvarez Bajares.
Uno supone, lo que no es nada sin fundamento, que entre esas cuatro decenas de ungidos, como si fuesen la publicidad ARS, destinados a pensar por los demás, aparte del propio Alvarez Bajares, estaría aquella estampa de la Santa Inquisición, también alto funcionario del gobierno y guía espiritual del partido de gobierno, llamado Arístides Calvani.
Este personaje del Opus Dei, se convirtió en activo promotor de la contra en Nicaragua y de la derecha salvadoreña que combatía contra el movimiento popular en armas. Fuerza que asesinara sacerdotes como Arnulfo Romero y hasta monjas. Fue Calvani un anticomunista enfermizo. Su carácter retrógrado se evalúa, al considerar que en la escuela de derecho de la UCV, representaba el pensamiento radicalmente opuesto a un sencillo, discreto, hasta conservador, humanista y progresista social demócrata, como Rafael Pizani.
Aquella medida temporal, porque fue eso, no tenían la suficiente moral para asumir una posición radical como hubiesen ansiado, obedeció a la tendencia autoritaria que habían heredado de los gobiernos anteriores. A ignorar que el nuestro, de aquel momento, no era el pueblo que quiso describir Alvarez Bajares en su infantil excusa. Lo hicieron por estar empantanados en la cultura de la represión y fatuidad. Y hasta por un moralismo hipócrita que quiso fuesen más papistas que el papa.
Un día, apenas empezando la noche, repicaron con insistencia los teléfonos en toda Caracas, informando que la película de Brando y Bertoluci, seria exhibida en unos cuantos minutos en un cine caraqueño. Acudimos a verla, por la curiosidad que había despertado aquella suspensión; pudimos entrar pese a que una multitud se agolpaba en los alrededores de la sala que brindaría el espectáculo. Vimos la película y recomendamos ahora leer la reseña de Internet, que quizás porque la periodista se la plagió a sus anchas, tiene mejor sabor.
Pero recuerden, después de saber del asunto, que los censores quienes luego se retractaron, lo que deja muy mal parado el “sesudo” juicio de Alvarez Bajares, son los mismos que, ahora paranoicos, repiten incesantemente que en Venezuela no hay libertad de expresión. Lo dicen con toda libertad.
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