“¡Muera el diálogo! Sólo sirve para que el régimen gane tiempo para mantenerse en el poder. ¡Sólo habrá diálogo para “negociar la salida del dictador!”
Sentencias como la anterior, usualmente pronunciadas por opositores, son algo como declaraciones de guerra. En esos instantes, los adversarios o algo mucho más que eso, creen han agotado todos los recursos que proporciona la legalidad. Reaccionan como si se sintiesen acorralados. Ahora mismo enarbolan los artículos 333 y 350 constitucionales, interpretándoles de conformidad al deseo expresado, como si el poder constituido fuese ilegal y sujeto a sanción,
Diálogo, ¿con quién y para qué?
Esta expresión suele pronunciarla gente que dice estar del lado del gobierno. Envuelve una toma de posición contundente contra el diálogo y polo contrario del sentimiento anterior. Los contrarios se atraen, se dice con frecuencia aludiendo al fenómeno magnético; en el campo de la política, suelen tener, dentro sus contradicciones, rasgos parecidos. Si en la magnética se atraen, en la política no pueden verse porque se entran a piña.
Los primeros, quienes están en oposición extrema contra el gobierno, quieren guerra. Tienden a cerrar todos los canales de comunicación, no sólo para no intercambiar con el enemigo para que éste “no le haga perder tiempo”, sino porque sencillamente tomaron definitivamente el camino antidemocrático y de violencia. Todo intento de diálogo les incomoda, más si no tienen ideas. A estos adversa José Vicente, con tanta firmeza como ignora a los otros, quienes se retuercen cada vez el periodista plantea el asunto a su manera, pero callan cuando lo hace Chávez
Tampoco se quiere diálogo si se hace política no con fines de construir sino de derrotar o inexorablemente salir ganancioso.
Pero la sociedad nuestra, pese los deseos o abstracciones mentales de quienes deberían dedicarse a pensar, lo es democrática, participativa y protagónica y demanda que todos sean escuchados, se hagan escuchar y escuchen mutuamente.
¿Dialogar con quién, para y sobre qué?
Elabore cualquiera que tenga esta duda una lista sobre las personas con quién cree no se debe dialogar, porque los presume, con toda razón, indispuestos a tal cosa y temas sobre los cuáles no se debe discutir, por profundas razones de principios, y le quedará siempre por fuera una multitud de los 24 millones que somos los venezolanos y la infinidad de asuntos que merecen nuestra atención.
La oposición venezolana, que de paso va más allá de los grupos dirigentes, diputados y funcionaros, no es homogénea y no sièndola, no puede tratársele como si lo fuese. No es suficiente el sentimiento antichàvez, como amalgama, para que la oposición se mantenga unida y coherente cuando se discutan problemas álgidos de la vida nacional, como los de carácter educativo, Ley de Educación Universitaria y de Educación, los relativos al petróleo, Ley del trabajo, etc. Pero insistimos, que a la oposición no puede encerrársele tampoco en el ámbito del palacio legislativo, va más allá y sobre aquél influye.
La mediación del gobierno, tal como le corresponde, entre los especuladores inmobiliarios y los especulados, compuestos estos, en gran medida, por gente de clase media y donde abundan favorables a posiciones antigubernamentales, constituye un enorme y loable intento de diálogo, que le ha abierto puertas antes cerradas a la revolución y desatado contradicciones en el bando opositor.
La instalación de la Asamblea Nacional, donde existe una importante representación opositora, por lo dispuesto en la legislación venezolana, derivada de la constitución vigente, tiene la obligación legal y hasta de subsistencia democrática, de buscarle canales de comunicación al diálogo. Allí se va a dialogar y buscar formas de acordarse para darle legalidad y fundamentos de paz al proceder gubernamental. Lo que no quiere decir, bajo ninguna circunstancia y para tranquilidad de enemigos del diálogo, que los acuerdos se den de manera expresa. Pero esa forma de dialogar fortalece legalmente los procederes del gobierno.
Es acertado y pertinente el llamado del presidente al diálogo, que le sacó el piso a quienes de su lado desechan, a los obcecados opositores y promueve insistentemente José Vicente Rangel, desde la trinchera del periodismo.
Es válido porque si hay con quien dialogar. Si el bando revolucionario se niega a hacerlo por desacertado diagnóstico o tozuda toma de posición, lo haría alguien sensato de la derecha. Porque hay infinitos asuntos que abordar, con quién y se requiere la opinión de la mayoría para la toma de decisiones y la solidez de éstas.
En las líneas estratégicas, donde se le demanda al partido, a cada patrulla, abordar a individualidades y comunidades para incorporarlas al proceso de construcción de una nueva Venezuela, lo que pasa por escuchar y valorar sus opiniones, de un lado u otro, hay descomunal, generoso e inteligente proyecto de diálogo que de concluirse redundará en incalculables beneficios.
Los extremos continuarán infinitamente, hasta acabarse el planeta, demonizando el diálogo. Los revolucionarios no pueden cansarse de dialogar.
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