De Cristóbal Colón a Hugo Chávez Frías

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Con dos finalidades se estudia la Historia. La primera, intelectiva, ausculta el pasado para entender el presente y quizá augurar el porvenir. La segunda, hedonística, espera disfrutar de un relato que conjuge las idiosincracias individuales y las fuerzas colectivas en un contrapunto apasionante. El libro de Jerónimo Pérez Rescaniére  De Cristóbal Colón a Hugo Chávez Frías: Una visión mundialista de la historia de Venezuela (Tres tomos, Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2011) cumple a cabalidad con ambas, y ofrece una tercera virtud: una exposición de narrador, que presenta los protagonistas históricos con la penetración, la vivacidad y la fuerza de personajes novelescos. Todavía otra cualidad exigimos a la buena Historia: que revele las tramas que subyacen tras la ficción de las apariencias. También cumple este cometido Pérez Rescaniére de manera brillante. Ya lo enuncia el mismo título: la empresa es la visión mundialista a la Historia de Venezuela, a la cual tantos cronistas han considerado una nación sin contexto, un país sin circunstancias. Desde la Conquista, casi todo en nuestro país tiene que ver con el mar, con la encarnizada competencia de los imperios, con los flujos y los reflujos del comercio mundial, y sin embargo buena parte de nuestros historiadores narran nuestro pasado como si fuéramos el Paraguay, un país sin costas, o inmune a las grandes corrientes del devenir planetario. Decía Voltaire que cada vez que se disparaba un cañonazo en El Havre, resonaba en las Indias y en Coromandel. Abramos esta Historia afinando el oído para captar los ecos y los contraecos de las grandes artillerías de las potencias hegemónicas, y quizá comprenderemos un poco más.

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Quien dice Imperio, dice océano, y quien dice océano, dice canal. El canal es la prolongación continental del poderío marítimo. Éste es otro tema oculto en nuestra Historia. A la vez camino y barrera entre los océanos Atlántico y Pacífico, América es al mismo tiempo muralla o puerta para una dominación planetaria. El casi impracticable paso del Norte y el exigente Cabo de Hornos son estrechos filtros para el comercio a la vez que pasos estratégicos tan fáciles de controlar como el Gibraltar que permite o clausura el acceso al Mediterráneo o el estrecho que custodia el Mar Negro. La clave del dominio sobre América y el Mundo está ligada a la posesión de una vía interoceánica practicable para el comercio y defendible contra las flotas hostiles. Así como sobre el Gibraltar español vino a aposentarse como por una maldición geopolítica la ocupación británica, sobre el Panamá colombiano acabó asentándose un canal y un enclave militar estadounidense, y sobre todas las posibles vías alternativas de trazados canaleros debatieron ferozmente las potencias mundiales. Lúcidamente, Gerónimo Pérez Rescaniére demuestra que esta trenza de intrigas geopolíticas o mas bien talasopolíticas no es casual. Con diafanidad irrefutable evidencia que desde la llegada de Colón, y quizá antes, ha sido una de las contenciones decisivas de América. En el mapa de Juan de la Cosa, una imagen religiosa cubre el todavía inexplorado espacio acuático por donde se esperaba que habría un paso hacia el Pacífico. Alonso de Ojeda lo buscó en vano, y Cristóbal Colón zarpó en 1508 en su procura, vislumbrando el valor que tendría el lago de Nicaragua como vía naval. Bolívar nombró comisiones de estudio para el trazado del canal, porque comprendió perfectamente la importancia estratégica de Panamá y de Centroamérica. Actuando en consecuencia, los ingleses intentaron instalar enclaves en la zona con la coartada de la defensa de supuestas autoridades indígenas, y no descansaron hasta plantarse en Belice. Para nada o casi para nada consta en la historia oficial u oficialista que Fermín Toro concurrió ante la Embajada de Estados Unidos en Venezuela a solicitar una mediación de la gran potencia a favor de la oligarquía, y que esa mediación, de haberse materializado, habría costado a nuestro país ceder la isla de Margarita, o alguno o varios de nuestros principales puertos, y quizá la secesión del Zulia, evolución que no era ajena al plan constante de dominar el Caribe como un preámbulo del dominio sobre el ya vislumbrado canal interoceánico. El bloqueo y el consiguiente bombardeo que desatan Inglaterra, Alemania e Italia sobre nuestras costas en diciembre de 1902 no es más que un episodio de esta secular batalla. Otro gran proyecto, el de los canales fluviales para conectar Orinoco, Río Negro, Amazonas, Paraná y Río de la Plata, ha suscitado la caída o el encumbramiento de gobiernos. Si no se comprende esto, no se comprende nada, o casi nada.

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Señalemos apenas otra concatenación de sucesos que puede revelar una visión mundialista de nuestra Historia. Las dos invasiones de Walter Ralegh han sido tema de comentarios que exaltan la vanidad cortesana del caballero y celebran sus apasionados encomios de la belleza de los parajes vislumbrados. Pocos advierten que la elegante prosa del caballero está tachonada de la mención del oro, y que ésta era apenas cebo para desencadenar sobre nuestro territorio nuevas expediciones que al dominar el río, terminaran por afirmar un imperio sobre el continente. Ralegh y otros piratas isabelinos son las piedras miliares del constante plan británico que proseguirá despojándonos de la Guayana Británica, arrebatándonos Trinidad, protagonizando constantes escaramuzas en la región y pretendiendo, durante el bloqueo de 1902 y 1903, controlar nuestra costa del Delta hasta Caracas. En las primeras décadas de la explotación petrolera, predominan las compañías inglesas sobre las estadounidenses, y ello será fuente de numerosas peripecias mundialistas en nuestra historia local que finalmente harán preponderar el capital estadounidense, y que no concluirán con la nacionalización de la industria.

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 A título de mero ejemplo de otro de estos enlaces magistrales entre Historia Universal e Historia de Venezuela nos permitimos señalar el tema oculto: el de la influencia de las rencillas eclesiásticas en nuestra realidad. Acostumbrados a una imperturbable catolicidad impuesta a sangre y fuego, tendemos a considerarla monolítica. El ingenuo ignora u omite que dentro del catolicismo real hay una continua lucha por el poder que marca escisiones, cismas, guerras intestinas entre órdenes, en un momento triunfantes, en otras reprobadas e incluso expulsadas. Sólo así entenderemos por qué el Papa se coliga con los musulmanes contra Felipe II, defensor de la fe. Los jesuitas toman partido en la guerra de Sucesión que revienta en España en la divisoria entre los siglos XVII y XVIII, y trasladan el conflicto a Venezuela. Asimismo, el clero americano se divide ante la guerra de Independencia, y termina apoyándola ante el temor de que en España se declare una separación entre Iglesia y Estado por obra de los liberales de Riego y del jansenismo de Amat, tal como lo revela el magistral capítulo que Pérez Rescaniere dedica a la entrevista entre Simón Bolívar y Pablo Morillo. La posición de la iglesia no ha sido nunca inalterable ni monolítica. Por ese dédado de contradicciones llegamos a los proyectos de creación de una iglesia nacional venezolana que abrigan Antonio Guzmán Blanco en el siglo XIX y algunos acciondemocratistas a mediados del XX, y al enfrentamiento ideológico entre Conferencia Episcopal y Teología de la Liberación.

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 Para entender a Venezuela, entender el mundo, y para entender el mundo hay que comprender a Venezuela, la cual, por las evoluciones y las revoluciones de la Historia, ocupa un lugar cada vez más decisivo en el planeta. Cómo y por qué, es lo que Gerónimo Pérez Rescaniére explica en forma lúcida, irrefutable y excitante, de Cristóbal Colón a Hugo Chávez Frías.

brittoluis@gmail.com


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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

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