En el expediente de San Payaso consta que este habría sido expulsado del pequeño grupo original de seguidores de San Francisco de Asís porque le quitaba seriedad a la pobreza
La noticia de la canonización de San Payaso pareciera haber sido ideada para distraer la atención mundial de ciertas escandalosas imputaciones contra altos dignatarios de la Santa Sede.
En el expediente de San Payaso consta que este habría sido expulsado del pequeño grupo original de seguidores de San Francisco de Asís porque le quitaba seriedad a la pobreza. Ni una sola florecilla le dedica la crónica del Poverello. Rechazado por quienes habían decidido no ser nada, cayó San Payaso en el extremo de ser menos que nada.
Después de todo, qué es un payaso con su aspecto y sus actos unánimemente torpes. No se sabe cómo puede pecar un payaso, que es atrapado en todas sus travesuras y rechazado por todas las trapecistas y colombinas.
El payaso no mata con sus cuchillos de goma y sus trabucos que sólo disparan papelillo. El hábito no hace al monje pero sí al payaso y sabemos que un hombre de nariz roja y traje de balón se ha retirado drásticamente del mundo y sus vanidades. Ni siquiera el mayor asceta condescendió al maquillaje de harina o ceniza que borra la individualidad y a la cabeza baja de quien representa estruendosamente el fracaso.
Ni siquiera el león del circo encerrado en su jaula es tan desventurado como el payaso de quien todos se ríen. No puede estar seguro el payaso ni siquiera de la amistad de los niños, pues hay quienes temen su rostro desfigurado y lloran ante sus greñas de penitente.
Parece que, como el Cordero de Dios, el payaso hubiera asumido para sí todas las desdichas del mundo. Con esta cotidiana aniquilación a veces opera el payaso el milagro de la risa, que es la única prueba tangible de la posibilidad de la bienaventuranza.
El Diablo resiste a todo menos al ridículo, y por las comarcas de Umbría se le enfrentó San Payaso a todas sus encarnaciones: el aburrimiento, la solemnidad, la pesadumbre. No podía evitar San Payaso la muerte, pero dibujaba en los labios de los apestados la extremaunción de la sonrisa. Según Marsilio de Padua, esto podría haber salvado millares de almas si se considera que San Pedro juzga a los que llegan por su cara, y devuelve de una vez a los malencarados. San Payaso murió de hambre y de frío un invierno frente a la puerta cerrada de la más fastuosa catedral del mundo.
Los perros lo olfatearon y desdeñaron devorarlo. No fue enterrado en sagrado porque la envidia lo acusó de predicar la más perniciosa herejía. San Payaso reía con todos, pero nadie sabe si reía de Dios, del mundo o de sí mismo. No sabemos si el Cielo existe ni si lo tendremos. Un instante de dicha aquí es el Paraíso.
El coleccionista de desnudos de almas
Se tapa el cuerpo para ocultar sus funciones o imperfecciones y con igual finalidad se esconde el alma. Un cuerpo desnudo es bello en la medida en que cumple a plenitud con sus funciones, que nos invitan a ejercer las nuestras, y un alma en pelota puede ser horripilante en el grado en que elude su función de hacer cumplir las del cuerpo.
Ya a casi nadie inhibe mostrar la piel, pero el pudor del alma se intrinca bajo el traperío de las falsas confesiones. Dijo Poe que la inmortalidad aguardaba a quien escribiera un libro llamado Mi corazón al desnudo y fuera fiel a su título. Los museos del mundo rebosan de exhibiciones de piel destapada, pero en todas las bibliotecas del universo no hay un libro semejante.
El coleccionista de almas procede entonces como aquellos mirones de antaño, siempre atentos al revuelo de unas faldas o al indiscreto reflejo de un espejo de tocador.
Un alma o un cuerpo desnudos, mientras más próximos se revelan a sus funciones, más indefensos. Ni tetas ni sinceridad falsas engañan.
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