Siempre han de quedar en la historia algunas opiniones pintorescas, destempladas y que cobraron notoriedad por hacer sido pulverizadas por los tiempos que vinieron después. Un crítico de la época destacó lo horroroso de la torre que construía aquel ingeniero Eiffel. Otro crítico, quién sabe por qué dijo que la música de ese tal Beethoven semejaba una jauría de gatos corriendo en un tejado. Claramente esos comentarios pasaron a la historia como una falta absoluta de visión, claro la famosa torre es el emblema más famosos de París y a Beethoven no hay hoy quien lo adjetivo o sea capaz de criticarlo. Ambas obras han ganado un espacio, digamos sólido en el imaginario popular de sus propios pueblos y de otros en distantes geografías. Los pobres infelices que osaron criticar estas manifestaciones yacen hoy en el museo del ridículo.
Pero la historia no se detiene, los tiempos siguen andando y andando y presentan nuevamente la oportunidad de pasar al museo del ridículo o de emitir una simple advertencia huérfana. Lo decimos a propósito de los tiempos que corren y específicamente en relación a la nueva oleada de construcciones que recorre a Venezuela como un espectro que mete miedo. Acabamos de ver por primera vez la maqueta digital de una obra faraónica que se piensa ejecutar en la Avenida Bolívar. No salimos de nuestra estupefacción, sin ánimos de ser críticos de arquitectura (Dios nos salve) desde la sencilla y honesta opinión de un ciudadano caraqueño que habita y transita dichas coordenadas nos vemos obligados a lanzar estas palabritas. Este mamotreto está amparado, creemos en una frase tristemente célebre del ministro del ramo: “Dentro de Caracas cabe otra Caracas”. Aquí parecen comenzar nuestras desgracias. Una bestial placa de cemento sin ningún atractivo particular rodeada de bloques de habitación cuadrados. Esta plaza cuadrada revienta en todo el centro neurálgico de la moribunda Caracas. Parece que estamos al frente de un cuadrado homenaje a Descartes, esta placa reflectora será celebrada como el horno de microondas más grande del mundo.
No es nuestra intención negar la problemática de la vivienda que hemos venido padeciendo, y que se agudizó con las lluvias de noviembre y diciembre del año pasado. Creemos firmemente que todos los caraqueños merecemos vivir dignamente, todos merecemos paseo, jardines, servicios, vías de comunicación, sistemas de transporte y espacio verde para que nuestras vidas transcurran de manera placentera. Necesitamos tener nuestros trabajos cerca de nuestra vivienda, necesitamos que nuestros hijos corran libres en espacios hermosos y seguros, necesitamos construir relaciones vecinales saludables y solidarias, necesitamos contar con la posibilidad de que nuestro espíritu y nuestra emocionalidad estén sanos. La ciudad no son los edificios, la ciudad es a fin de cuenta un alma colectiva formada por sus habitantes, por el sueño de éstos, por sus anhelos y esperanzas. Dentro de Caracas NO cabe otra Caracas señor ministro, dentro del alma de los caraqueños no cabe más injusticias, ni servicios deficientes, dentro de nuestra alma no caben más colas y cortes de agua, dentro de nuestra alma maltratada por el trajín no caben más transportes públicos vuelto chatarra con cortinas rojas y un reggetón a toda mecha. Dentro del alma de los caraqueños no caben más explanas de cemento que elevan la temperatura y donde no hay nadie que se siente porque simplemente no soporta el calor ni la soledad. Dentro de nuestra alma no cabe más basura, ni más colocación de bodrios escultóricos puestos sin consulta donde no van. Ya nuestra alma de caraqueños ha sufrido a través de la historia todas las vejaciones posibles. No creemos que llenando cada huequito con un nuevo edificio se esté dignificando a nadie. No creemos que tumbando árboles para poner cabillas y cemento se esté trayendo mejor nivel de vida a nadie.
Repito que no somos críticos, urbanistas ni arquitectos, pero no entendemos cómo en una cuadra donde antes vivían 30 personas, pasen a vivir 350 sin que no se afecten los servicios que ya eran insuficientes para aquellas 30. Cuánto más se puede ampliar una calle o cuántas líneas de teléfono nuevas se pueden construir. Dónde se estacionarán cientos de carros más, cómo se multiplicarán por cientos los vatios y los litros de agua. A dónde irán a parar las nuevas toneladas de basura y de monóxido de carbono. A dónde irán a parar los nuevos desamores, las nuevas frustraciones, los desencantos, las arrecheras matutinas para agarrar un autobús. Nos gustaría invitar a los sesudos diseñadores de esas grandes placas de cemento a que vayan allí y se sienten con sus niños, con su familia a ver cuánto tiempo resisten antes de achicharrarse bajo el sol tropical.
No sabremos jamás lo que pasa por la mente engreída de un urbanista o de un arquitecto. Lo que sí podemos saber, y sentir es el efecto de esa interpretación. Acaso se le ocurrió mientras estaba en el baño, o en un rapto de genialidad bañada de historia se vio a él mismo en las páginas de los libros escolares, en el futuro con los laureles en la pata de la oreja No lo sabremos nunca. Lo que sí nos viene a la mente son las otras oleadas constructoras de la historia reciente de la pobre Caracas. Nos llegó también a la mente y al corazón compungido aquella foto de Rafael Caldera con un pico en la mano echando abajo lo que quedaba del barrio El Saladillo en Maracaibo en nombre de la modernidad. Cruzó nuestra alma la demolición de buena parte del casco central de Caracas para meter la modernidad ajuro con dos torres muy modernas. Vino también en goteo el derrumbe de las casas más emblemáticas de la ciudad, la desaparición del El Conde, la demolición de El Valle. Todo esto se hacía y se hace invocando el viejo fantasma de la modernidad, hay que decir que seguimos corriendo detrás de una modernidad peorra que ha dejado más sinsabores que alegrías.
Lo que definitivamente vemos triunfante en este tipo de proyectos es el lobby cementero, el lobby de la construcción compulsiva, el populismo miserable de hacer tinglados inorgánicos y desproporcionados, cosas que se vean, grandes mamotretos que llamen la atención del transeúnte. Claro, el lado de la defensa sale a ritmo de metralla los tecnicismo, la fraseología engañosa que la gente de a pie no entiende y no se atreve a criticar por miedo a quedar como un ignorante. Disparan los arquitectos, los planificadores y los urbanistas una andanada de medias verdades remojadas en terminologías políticamente incriticables, salen al paso con explicaciones bizantinas, con apabullantes maquetas digitales de última generación y nosotros los pobres caraqueños de a pie nos toca aceptar resignados cuanto mamotreto se le ocurra a estos empoderados, porque intuimos que en este tipo de proyectos no hay consulta popular que valga, ni referéndum, ni mucho menos convocatorias a concurso. Quisiéramos hacer desde estas líneas un llamado desesperado a detener esta política de tierra arrasada que se pretende encaramar sobre la ya traumatizada Caracas. Nunca es tarde y lanzamos estas letras como una botella al mar a ver si alguna sensibilidad con poder detiene esta tendencia de echar abajo El Saladillo cuantas veces sea necesario así quede en Caracas o en cualquier sitio de la patria o del alma.
Ministro allí entre las esquinas de Torre, Principal, Monjas y Gradillas hay un espacio vacío, un espacio sub utilizado donde caben por lo menos cuatro edificios, adelante meta la placa de cemento sin gracia y dele dignidad a unos cuantos mientras martiriza a la mayoría. El jardín botánico, el parque Los Caobos también está sub utilizado, La Carlota, el parque Generalísimo Francisco de Miranda y no sería mala idea llenar hasta el corta fuego al Waraira Repano de soluciones habitacionales. Ministro en Caracas no cabe otra Caracas, es en su espíritu donde debería caber otro espíritu, uno que tenga más sentido común y menos arrogancia.
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