Pentimento era el término que utilizaban los antiguos para nombrar el efecto devastador de la luz sobre los colores. Luz de regreso o arrepentida, que degrada la pintura dejando ver aquí y allá los trazos originales del autor. No fue hasta bien entrado el renacimiento, que se perfeccionaron los pigmentos para que la luz no decolorara al amarillo y al rojo, oscureciendo los azules. El tiempo actúa de la misma forma sobre los eventos históricos, desdibujándolos. El trabajo político revolucionario sobre el tiempo, se parece mucho al del orfebre curador. Con la diferencia que el político revolucionario interviene al pasado, rompiendo con el historicismo conservador, para remarcar determinadas líneas, acelerarlas y exponer de manera actualizada la pieza como una obra nueva. Evocar puede ser una patología o un bálsamo, dependiendo de cómo un trozo de pasado se ensambla con el presente haciendo nuevas máquinas productoras de eventos y sentido. La crítica del presente no debe ser despecho melancólico por el pasado. Por el contrario, guiño de alegría. Con estas claves leemos el acontecimiento que marcó una ruta para la revuelta urbana en las sociedades del capitalismo tardío: El Mayo francés. “Una constante carrera. Todo pasaba a una increíble velocidad, lo que ya suponía un tiempo político radical y una ruptura irreductible con el flujo del tiempo rutinario de la vida cotidiana. Hasta las largas y extenuantes asambleas eran a su modo rápidas, pues producían apasionantes decisiones colectivas. Todos los días eran maravillosamente sorprendentes, la ciudad por fin era nuestra. Una pared lo resumía todo: la libertad es un vértigo que acelera la vida”. Recuerda Daniel Blanchard, uno de los líderes y protagonistas del mayo francés del 68, el curso de aquellos días. La experiencia de la ocupación política de la ciudad por parte de un discurso fuerza, con pretensiones hegemónicas, le dio visibilidad a un sujeto, en el acto de su constitución y despliegue de su potencia. Ese es el instante acontecimiento, el momento del conatus que hace posible el quiebre desde el asalto a la tranquilidad de lo cotidiano; desde la emergencia de aquello, ayer subterráneo y hoy, línea de visibilidad e inteligibilidad de lo que pasa a ser, de lo que va siendo, de aquello que debe ser dicho. Es por ello, mayo del 68 se convirtió en un ritual generacional, eso que podría llamarse, el rictus simbólico de una época. También un grito, un registro, una huella, excedida de interpretaciones. Hurgar no es un ejercicio ocioso. Se aleja del cinismo de los “mayistas” resentidos o reciclados por el dictac del capital, así como guarda distancia de los adoradores de culto. Para ambos todo pasado fue mejor y encierra la verdad. En el fondo los dos son conservadores. Remontar el rio del pasado, es un trabajo arqueológico de renovación y actualización de la memoria que accede al porvenir construyendo otro tiempo. Por eso mayo 68, es una pieza suelta de una caja de herramientas, un pincel grueso o fino, dependiendo la oportunidad, al que acudimos con recurrencia y ritualidad, para crear el eslabón que conecta con el porvenir que radicaliza los devenires. Que hace del pasado porvenir. Es un esfuerzo permanente de reinvención de nosotros mismos, de creación de un no tiempo, capaz de rediseñar lo que llamaba Gramsci, el tiempo futuro actual, de lo contrario, rememorar la contestación y la revuelta, no pasaría de ser el ejercicio inútil de una nostalgia sin sentido. No abandonaremos la vigilia para apoltronarnos en las seguridades de la aburrida siesta cotidiana. Reconstruir de cuando en cuando un “devenir mayo”, es pensar que una revolución consiste en la poetización del acontecimiento, que hace de la vida una obra de arte, fuerte pero flexible.
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